Mujer y liderazgo universitario
Nacida en el seno de una acaudalada familia boloñesa, Bettisia Gozzadini obtiene en 1237 el doctorado en Leyes de la Universidad de Bolonia. Años más tarde será la primera mujer catedrática de quien se tenga memoria. Se dice que dictaba sus clases tras una cortina para no distraer a sus alumnos con su belleza. Otros comentan que en la universidad ese era el lugar para las mujeres. Pero fue ella solo una rara excepción. Mujer y universidad eran opuestos. Así, recién a partir de mediados del XIX ciertas puertas comienzan a abrírseles.
En la Argentina, transcurrirán más de 60 años desde la apertura de la Universidad de Buenos Aires, en 1821, para que el país cuente con una graduada. Ella, Élida Passo, se convierte en 1885 en la primera mujer en América del Sur en lograr un título académico. Se recibe de farmacéutica. Cuatro años más tarde, Cecilia Grierson es la primera estudiante en obtener el grado de doctora en Medicina. Ambas en la UBA. A pesar de ese avance, fueron gotas en un océano de varones. Mientras en la elitista Oxford de fines de los 1920 se restringía el ingreso de estudiantes mujeres, en 1940 solo una de cada diez estudiantes en universidades argentinas era mujer. Quedaba claro que la lucha no sería fácil en ninguna parte y que el camino a recorrer era largo.
Recién a mediados de los 90 se consigue paridad de género en la Argentina. Hoy, el 57% de los estudiantes son mujeres y representan el 62% de nuestros graduados. Que su productividad académica sea mayor que la de ellos no es sorpresa. Un estudio de la OCDE en 35 países muestra que en promedio la mujer le dedica al estudio 1,5 horas más por semana que el varón.
En la actualidad, la feminización del sector universitario es un rasgo que casi no conoce fronteras. En países con culturas tan diversas como Panamá, Sri Lanka, Cuba y Brunei, ellas los superan en número. En Malasia, por ejemplo, solo 35 de cada 100 estudiantes son varones. En el Reino Unido, una estudiante tiene una probabilidad 36% mayor de seguir estudios universitarios que un varón. Por otro lado, en algunas naciones de África, cuestiones culturales limitan el acceso de la mujer a estudios superiores. En Etiopía, ellas representan solo el 27% de la población universitaria. En Chad, solo el 16% de las mujeres son letradas, contra el 32% de ellos, lo que genera una discriminación desde la cuna.
Sin embargo, a pesar de este mayor protagonismo femenino, las posiciones de liderazgo siguen siendo cosa de hombres. De cada diez rectores en universidades argentinas solo una es mujer. En Chile, solo el 13%. Ese sesgo se reproduce incluso en países más acostumbrados a liderazgos femeninos. En los Estados Unidos, solo tres de cada 10 rectores son mujeres. En el Reino Unido, solo dos.
Si bien los estereotipos y ciertos prejuicios se encargan de mantener en pie el techo de cristal que rezaga a la mujer en su búsqueda de liderazgo, ciertos cambios asoman. Son primeros pasos, pero el techo comienza a resquebrajarse. En Australia, por ejemplo, la Western Sydney University desarrolla un plan para retenerlas y alentarlas en cargos superiores. Ewora, la Asociación de Mujeres Rectoras Europeas con base en Bélgica, se encuentra activa desde 2015 promoviendo posiciones de liderazgo femenino. En nuestro país, la Universidad Nacional de Cuyo se propone modificar su estatuto para que en los cargos electivos superiores exista paridad de género. Y hay muchos casos más. ¿Un cambio de tendencia? Creo que sí. ¡Enhorabuena entonces!
Profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella. Especialista en Educación