Moderación o extremismo, un dilema que se actualiza
En Destra e sinistra, una de sus últimas grandes lecciones, Norberto Bobbio reivindicó la vigencia de la distinción entre izquierda y derecha, cuestionando el difundido diagnóstico acerca del fin de las ideologías. En esta tesis, clara pero matizada por su fineza intelectual, Bobbio superpone la díada izquierda-derecha con otra que puede ser de particular interés para la Argentina golpeada de estos días: la que separa a los moderados de los extremistas. En este caso, nos dirá Bobbio, la clave para diferenciar las posturas no es el contenido ideológico, sino el grado de radicalización con que se sustentan los principios y las acciones. Lo que persigue el maestro italiano es explicar por qué miembros de la derecha y de la izquierda pueden coincidir a pesar de sus holgadas diferencias programáticas. Identifica el punto de acuerdo en el desprecio que los fanáticos de ambos lados profesan por la democracia. Los extremos se tocan: las propuestas radicalizadas buscan debilitar el sistema, afectando el orden y la gobernabilidad que se requieren para sostenerlo. Bobbio pertenece a la estirpe que asocia la moderación con el realismo político y la ética de la responsabilidad.
En la Argentina no es el enfrentamiento ideológico, que la crisis atenúa, sino la amenaza de falta de moderación lo que torna significativas estas reflexiones. El afán de ganar las PASO y después su resultado tuvieron una consecuencia paradójica: la política económica de Macri, un presidente de ideología liberal, no puede diferenciarse de la que hubiera adoptado un gobierno populista. Eso significa que impera en los hechos una cancelación de las diferencias entre izquierda y derecha (o liberalismo y populismo, según nuestra jerga). Y esa cancelación no rige solo en la economía, sino también en la política: ante la urgencia aparecen los consensos de compromiso, como ocurrió con la rápida sanción de la emergencia alimentaria. Se trata de una incómoda evidencia para los cultores de la grieta: no existen dos países, como ellos postulan, sino uno solo que repite las mismas dificultades y los mismos parches. El problema es otro, que vuelve desesperadamente actual a Bobbio: la insensatez de sus elites ha puesto a la Argentina al borde de un colapso comparable con el de principio de siglo. Y no caer en él depende de que prevalezcan los moderados, no ya los populistas o los liberales.
Distinguir moderación de extremismo remite a los años de plomo, cuando los conflictos se dirimían a través de la violencia. Esperemos que este no sea ahora el caso. La muerte por razones políticas constituye una excepción que repudia la sociedad; a diferencia de otros países, nuestra democracia cambió la tragedia por la deliberación, aunque sea imperfecta. Sin embargo, en esta época surgen otras formas de extremismo. Son las hipérboles de los nuevos fanáticos del poder. No matan, pero dividen, empobrecen, atrasan, corrompen. No poseen la espectacularidad de la sangre, sino el trazo inconfundible de la alienación. Ahora el extremismo se expresa en la radicalización de la grieta, del dinero, del marketing, del ajuste, de la pobreza. Los gobiernos reemplazan la realidad por el relato, el adversario se trasforma en enemigo, la ortodoxia predica un ajuste inevitable y maldice todo gradualismo, los especuladores aman el dinero en menoscabo de la sociedad, ciertos religiosos asumen la defensa agresiva de los pobres olvidando que no están en condiciones de tirar la primera piedra. En fin, los novedosos extremismos, naturalizados e indoloros, corroen el sistema y permanecen inmutables ante la proximidad del abismo.
Frente a esto, acaso les sirva a nuestros dirigentes releer la lección de Bobbio sobre la moderación. No por moralismo, sino para que prevalezca el principio de realidad ante una crisis demoledora. En el plano externo, la dependencia financiera del país es tan severa que urge emitir señales de consenso a los acreedores, que acaso pongan los indispensables dólares si se los convence de que con tiempo, rigor y previsibilidad les serán devueltos. En el plano interno, la mayoría está desesperanzada y resentida: votó por despecho antes que por afecto; requiere un informe de la situación, no un nuevo plan de marketing; aguarda un alivio del sufrimiento antes que otro ajuste; la catarsis de un eventual cambio de gobierno le durará poco. La minoría directamente cree que llegó la irrevocable decadencia. Los intereses y los sentimientos divergen, las restricciones son múltiples, el riesgo de desborde crece, el tiempo apremia.
En un país con instituciones débiles los líderes son determinantes. Por eso, la moderación o el extremismo dependen ante todo de Macri, Alberto Fernández y Cristina. Hasta ahora, el rigor de la debacle parece inclinarlos a cierta razonabilidad, pero nunca se sabe. El dispositivo y las tradiciones de la política argentina tornan más probable la discordia que el acuerdo. Queda pendiente saber si en esta ocasión podrá quebrarse ese lamentable destino.