Miopías intelectuales antes de las elecciones
Cuál es la función de los intelectuales en la vida pública es una pregunta clásica, que se actualiza ante situaciones críticas que enfrentan las sociedades. Esta cuestión provoca debates porque toca un tema espinoso: la relación de los intelectuales con el poder. ¿Cuál es el nivel de proximidad que deben tener con los gobiernos? ¿Cómo compatibilizarán las críticas con las adhesiones y qué posición adoptarán frente a los intereses contradictorios de las elites y el pueblo? ¿Es bueno que hagan público su voto a partidos en democracia, si esa toma de posición significa rechazar por ilegítimas otras opciones? Dilemas de este tipo se plantean desde hace muchos años, generando respuestas diversas. Hay quienes piensan que los intelectuales deben ofrecer soporte a los tomadores de decisiones y hay quienes sostienen que el compromiso debe ceñirse a la sociedad, manteniendo autonomía respecto de las elites. Lo cierto es que los gobiernos y las oposiciones se desviven por tener pensadores de su parte, porque ellos contribuyen a legitimarlos. Esto representa una presión y un desafío sobre el que los intelectuales deberían reflexionar, si quieren ser fieles a su vocación.
En los últimos años, la relación entre los intelectuales y el poder político tuvo una expresión paradigmática: Carta Abierta, el colectivo que apoyó acríticamente la gestión del kirchnerismo. Con un lenguaje difícil de descifrar, aunque alentado por valores, ensayaron la defensa del oficialismo sin fisuras. Ahora, bajo un formato menos denso, vuelve a repetirse la operación: grupos de intelectuales firman manifiestos proclamando su voto a una u otra de las principales fuerzas. Estos valiosos ciudadanos vuelvan a cruzar la frontera del debate abierto de ideas y políticas para adoptar posturas partidarias. No es la primera ni la última vez que ocurrirá, pero quizás ayude plantear lo que supone esta actitud: defender supuestos "modelos de país" alternativos y excluyentes, realzando los valores propios como verdaderos y desechando los del adversario por falsos. Miopías intelectuales que cancelan la discusión pluralista que el país demanda con urgencia.
Un ejemplo de este proceder son dos declaraciones recientes. Una es a favor del Gobierno y fue firmada por intelectuales y artistas. La otra apoya a los Fernández y la suscribieron científicos. La proclama oficialista omite cuestiones cruciales como el estado de la educación y la salud públicas, la ciencia y la tecnología. Arguye que el gran desafío es disminuir la pobreza, sin explicar cómo. Se limita a resaltar lo que considera logros del oficialismo, algunos por cierto indiscutibles, en el plano institucional y de la infraestructura, pero soslaya falencias severas: aumento de la pobreza y la desocupación, inflación, endeudamiento, especulación financiera, desunión entre los argentinos. La que defiende a la oposición asimila el Gobierno a una "restauración conservadora" y sostiene que "condena a nuestro país al atraso, el endeudamiento y la pobreza".
En contraste, se conoció un aporte intelectual que tal vez ayude a comprender lo que necesitamos, más allá de las apologías y los repudios. Nos referimos a un indispensable editorial de LA NACION del miércoles pasado. Su foco está puesto en el interés de la sociedad, no en el de las fuerzas que compiten en las elecciones. Se titula "Reclamo por la educación" y recoge un pronunciamiento de la Academia Nacional de Educación sobre la necesidad imperiosa de cumplir con las leyes promulgadas en este campo. Es un texto que ya se presentó en 2015 y se reitera ahora, advirtiendo a los candidatos sobre un escándalo cuya responsabilidad involucra, según el editorial, "a autoridades, padres de familia, docentes, sindicatos, organizaciones de la sociedad civil, medios de prensa y empresarios". Manuel Álvarez Trongé ya había escrito sobre el tema una magistral nota en este diario: "Votar por la educación"
Educación, salud, pobreza, moneda, gasto público, exportaciones, productividad, respeto a la ley: asignaturas pendientes de la democracia argentina que ningún gobierno pudo resolver. Quizá solucionar estos problemas de fondo sea el punto de inflexión al que debemos aspirar, en lugar de inculcar temor al pasado populista como hacen los intelectuales del Gobierno; o superar la restauración conservadora, como claman los científicos kirchneristas. Es preciso entenderlo: no hay dos países, "el bueno", que es el de los míos; y "el malo", que es el de los otros. Existe uno solo, con déficits históricos y estructurales dramáticos que deben resolverse a través de políticas de Estado consensuadas.
Alejandro Katz, destacado ensayista y editor, advierte que apropiarse de la verdad en la lucha política daña la democracia. Observa esa herida en la polarización. Interpreta así la gran lección de Pierre Bourdieu: los intelectuales deben denunciar el combate perpetuo entre elitismo y populismo, en lugar de participar en él. Esa tarea incómoda, lejana de cualquier zona de confort, acaso sea un aporte necesario para que la sociedad supere sus tragedias.