Metáforas que desnudan a los Fernández
Tal vez el hecho más extravagante que dejó la conformación de las listas para las PASO fue la decisión de Cristina Kirchner de nominar para el cargo de candidato a presidente a Alberto Fernández, autoubicándose ella en el segundo lugar de la fórmula. Más allá de que esa resolución no fue consultada con ningún órgano partidario -algo usual en la política argentina-, contiene otros aspectos críticos que merecen ser examinados. En primer lugar, no existen antecedentes de un hecho de esta naturaleza: el líder de una fuerza opositora en condiciones de ganar la presidencia cede el lugar protagónico a un delegado argumentando que es la forma de facilitar el consenso dentro de su espacio para incrementar la capacidad competitiva. Quien toma esa decisión afirma que es un gesto de generosidad, respaldándolo con un apotegma célebre del creador de su partido: "Primero la patria, después el movimiento y después los hombres" (en este caso, una mujer, como resalta Cristina). En segundo lugar, no elige a alguien de su entorno de mayor confianza, sino a un antiguo funcionario clave del que se hallaba seriamente distanciada. Una jugada repentina y desconcertante que conmovió la política.
En la determinación de la expresidenta hay otro factor, que requiere ser abordado con detenimiento: aunque el objetivo fuera pragmático (tener más chances de ganar), la movida trastocó el sentido común de la política, según el cual la figura que posee el liderazgo, y por lo tanto el caudal electoral, asume el rol principal de no mediar impedimentos severos. Aquí no ocurrió eso. El líder, en la plenitud de sus medios, hizo algo capcioso: abandonó el lugar protagónico, cediendo a un subalterno el rol principal. La alteración de la lógica del poder desató reacciones que probablemente tengan consecuencias adversas: por un lado, la de muchos votantes, que sintiéndose burlados en su sentido común preguntan con insistencia: ¿quién va a mandar si esa fórmula ganara las elecciones? Por el otro, la certeza de propios y extraños del mundillo de la política, que descartan el consenso entre figuras tan dispares: prevalecerá Cristina o se impondrá Alberto, el doble comando no existe. Él, afirman quienes lo conocen, no se dejará dominar, no será una marioneta. Ella, quién lo duda, es la jefa. Una cuestión casi imposible de resolver.
Permítasenos aquí una licencia poética. El insuperable soneto "Del amor navegante",de Leopoldo Marechal -un gran escritor peronista- concluye con un endecasílabo de aliento metafísico: "Con el número dos nace la pena". Es un hallazgo primordial el del poeta: la escisión de la unidad arroja una diversidad siempre incierta, que encierra un potencial conflicto. Puede provocar el amor como el odio, la armonía como el disenso. En la cima del poder político, donde se juega todo, la posibilidad de desencuentro es aún mayor: en muchas ocasiones el presidente y el vice se llevan mal, escenificando una disputa solapada o abierta de funestas consecuencias institucionales. En un país que vuelve compulsivamente al pasado hubo dos casos impactantes en los últimos años: el de De la Rúa con Chacho Álvarez y el de Cristina con Julio Cobos. En el primero, el vicepresidente abandonó el gobierno, ocasionándole una debilidad irreversible; en el segundo, el vice le hizo perder a la presidenta una votación crucial. La poesía otra vez nos ilumina: Álvarez y Cobos parecen haberle dado la razón a Mario Benedetti, que metaforizó con ironía: "El vicediós siempre es ateo". Eterno retorno, pena, ateísmo: metáforas que desnudan a los Fernández.
Para más confusión, en este caso la imagen está invertida: el "ateo" puede ser el presidente, mientras la "diosa", ubicada en segundo plano, posee la jefatura, el carisma, los abundantes votos que tal vez lleven a esa fórmula alterada al poder. A partir de esta distorsión acecha a Alberto la ineludible necesidad de explicar lo inexplicable: mantendré la lealtad, pero no me dejaré avasallar, seré el jefe aunque la consultaré, Cristina me respetará. Con un agregado inquietante: no me incumbe lo que hará ella como vicepresidenta. Vaya incertidumbre: el eventual presidente se desentiende del rol que tendrá su vice, una de las figuras más relevantes de la escena pública, a la que otro Fernández llamó "el cuadro político más importante de los últimos 50 años". Como el mejor equipo, pero en otro envase. Por eso se descuenta que la señora no se limitará a tocar la campanilla en el Senado.
Pero hay más para preocuparse. Fernández representa el ala moderada, Cristina lidera las fracciones radicalizadas. ¿Cómo se resolverá esa disputa entre sectores tan disímiles, a los que les cabe el clisé borgiano del amor y del espanto? El país atado a un respirador artificial acaso deba sufrir estos antagonismos que suelen terminar mal. No se trata de caprichosas conjeturas: por ahora, los Fernández encabezan las encuestas y son los más probables ocupantes de la Casa Rosada a partir del 10 de diciembre.