Maquiavelo, en defensa de la República
Horas apenas antes del cierre de listas, la inesperada movida del presidente Macri de ofrecer la vicepresidencia al senador Pichetto para competir por la reelección contra la fórmula K sorprendió a muchos y ha generado un revuelo de comentarios, críticas, presuposiciones y justificaciones que merecen atención. Como aconsejó Maquiavelo hace cinco siglos, el político debe ser "tan prudente como para evitar incurrir en los vicios que lo privarían del Estado", pero también "preservarse de que no se lo quiten mientras ello sea posible".
Contra los que asocian el purismo y las lealtades incondicionales a la práctica política, el autor de El príncipe solo puso en palabras los resultados de sus observaciones. O sea, no inventó nada, sino que dijo abiertamente la verdad incómoda de que el verdadero político "para mantener el Estado, debe obrar contra la lealtad". En definitiva, lo que hizo Macri fue emparejar la cancha. Contra los que ven en Maquiavelo solo el consejero inmoral y desprejuiciado de Lorenzo II de Médici, es bueno recordar que, como apuntó Hannah Arendt, Maquiavelo dijo "amar su Florencia natal más que la salvación de su alma", y que a la hora de tomar decisiones el estadista virtuoso no sigue los parámetros de la moralidad particular, precisamente porque está en juego la perdurabilidad del Estado. De allí que según los criterios de la moralidad individual "se hallará algo que parecerá virtud, pero que al seguirlo provocará su ruina", pero poniendo la mira en el largo plazo, el príncipe actuará en conformidad con lo que "parecerá vicio, pero que al seguirlo le procura seguridad y bienestar". En su afán por ilustrar al político virtuoso, Maquiavelo recomendó emular al maestro de Aquiles, Quirón, el centauro, mitad hombre mitad bestia, y "ser zorra para reconocer las trampas, y león para amedrentar a los lobos". Además, debe girar al tenor de "las mutaciones de la Fortuna". Por lo tanto, el hombre "naturalmente precavido y cauto" debe volverse "impetuoso" si quiere que la Fortuna lo acompañe. Es decir, en el ejercicio de la política, los criterios de la moralidad particular se vuelven relativos, pero juzgarlos como inmorales es producto de un exceso irreflexivo. La praxis política, si bien nunca se desentiende de las valoraciones que como comunidad tenemos por vinculantes, excede los bienes y las finalidades individuales, porque mira el bien de la República.
No nos olvidemos de que Maquiavelo también escribió los Discorsi, en los que enalteció la forma republicana como el más virtuoso de los regímenes, porque puede resistir con éxito los vaivenes de la Fortuna: los imprevistos y cambiantes deseos de los hombres. ¿Qué quiso decir con esto? Durante estos últimos días, hemos escuchado que "lo que peligra es la democracia" y lo que está en juego en octubre es la opción "democracia versus autoritarismo populista". Frente a las ruinosas predicciones K, públicamente expresadas, de hacer del Poder Judicial un apéndice del Ejecutivo, de volver a foja cero y revertir los procesos contra los acusados de la corrupción más obscena de la que tenemos memoria en la Argentina, me gustaría proponer que la opción decisiva no es democracia versus populismo, sino República versus democracia irrestricta. Entiendo que nadie quiera hablar mal de la democracia, pero es bueno recordar que la democracia a secas no es una forma de gobierno, sino un procedimiento decisorio básico, como el que ocurre, por ejemplo, en una reunión de consorcio. Trasladado al terreno político, degenera en el gobierno de la mayoría.
Todos sabemos que las mayorías irrestrictas no son ni humanas ni civilizadas, sino que tienden al atropello y son compatibles con la aparición de un líder indiscutido, con el culto a su personalidad y con el desprecio sistemático y exponencial del marco de legalidad, o sea, de las instituciones. Ya conocemos cómo termina el cuento: el líder se autoproclama como la encarnación de ese pueblo y en el nombre del gobierno de la mayoría (la democracia a secas) se legitima la patota, el apriete, la extorsión y toda forma imaginable de persecución. Lo que se juega en octubre -y la razón de la peronización de Cambiemos, o mejor, del ingreso de un peronismo razonable (¿republicano?) a la órbita de Cambiemos- es la decisión entre democracia irrestricta y constitucionalismo. No tengamos miedo de decirlo de esta manera.
La propuesta Fernández/Fernández es perfectamente compatible con una democracia pura librada a su propia lógica de funcionamiento: incapaz de convivir con minorías operativas e irrespetuosa de la institucionalidad. Lo único que salva a la democracia de sus propios demonios es el respeto por la Constitución y sus mandatos: la forma republicana, la división e independencia de los tres poderes, que preservan el buen funcionamiento de los mecanismos de frenos y contrapesos diseñados precisamente como salvaguarda de las políticas hegemónicas, o sea: del gobierno de las mayorías irrestrictas. Cuando James Madison instó a sus compatriotas a redactar una Constitución en 1787, hizo especial hincapié en la creación de un Poder Judicial independiente (y sobre todo de un Tribunal Supremo no politizado) como la garantía decisiva contra la tiranía de las mayorías soberanas, y en el apartado XXII de El Federalista dijo que si la soberanía se concentra en un solo cuerpo, la tiranía es inevitable: "We shall finally accumulate, in a single body, all the most important prerogatives of sovereignty [finalmente acumularemos en un solo cuerpo todas las más importantes prerrogativas de la soberanía], and thus entail upon our posterity one of the most execrable forms of government that human infatuation ever contrived [y así caerá sobre nuestra posteridad la más execrable forma de gobierno jamás concebida]".
Profesora de Teoría Política