Los aprendizajes de este tiempo
Fue en las postrimerías del siglo pasado cuando con notable clarividencia la Comisión Internacional sobre la Educación en el Siglo XXI presentó su informe a la Unesco. En el documento se definen cuatro pilares sobre los que debería descansar la educación en los tiempos que corren. Veinticinco años después, y frente a una pandemiadesatada, el texto compone una referencia interesante, con postulados aún vigentes.
En el escenario actual, aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser son vectores que están siendo redireccionados: el distanciamiento social deja en evidencia los desacoples existentes entre los diferentes agentes que intervienen en la educación de los niños. Puntualmente entre los dos sistemas principales: el familiar y el escolar, generando tensiones que se suman al abanico ya presente en la cotidianidad de los hogares. En tiempos de aislamiento y sin escolaridad presencial, la labor formativa que padres y madres asumen en la intimidad del núcleo primario impacta con fuerza en las subjetividades infantiles. Esa educación familiar informal, pero decisiva, que se brinda llanamente y sin imposturas, es vital para su crecimiento armónico. Y se concreta en un terreno en el que educan más las acciones que las palabras. De ahí que el modo como los adultos afrontan esta contingencia condiciona en gran medida el tránsito que por ella hacen los niños.
Aprender a conocer, en este contexto, debe despegarse de una pretensión enciclopedista y apuntar al desarrollo de habilidades críticas para aprender a aprender, mediante la generación de hábitos o rutinas de pensamiento. Lo anterior se vincula estrechamente con un aprender a hacer que hoy por hoy se enlaza con el efecto modélico de las acciones parentales.
Pero el foco en esta circunstancia está puesto en aprender a vivir juntos. Parece ser la gran enseñanza de estos días de repliegue en lo micro, de encierro en lo sustancial. Mientras los sistemas educativos formales, inmersos en una crisis sin precedente, privilegian las inteligencias lingüística y lógico-matemática, ahora es tiempo de darles centralidad a los vínculos, de profundizar la interpersonalidad. De rescatar las relaciones y las prácticas de esta convivencia expandida, descubriendo en la introspección nuestras fortalezas y poniéndolas al servicio del proyecto común.
En un mundo en permanente cambio, aprender a vivir juntos compone un punto de despegue que nos permite cruzar el umbral del aprender a ser. Porque somos con otros. De algún modo lo relevante se juega en estos aprendizajes, en estas lecciones intensivas tomadas en un tiempo de agitación y en las transformaciones que se deriven de esta singular experiencia.
Familióloga, especialista en Educación, directora de la Licenciatura en Orientación Familiar de la Universidad Austral