Las señales detrás del intercambio de fuego entre EE.UU. e Irán
La escalada bélica parece haberse evitado, pero las causas que provocaron el conflicto aún no han desaparecido
Finalmente, prevaleció la cordura. Al menos hasta ahora. Anteayer, Java Zarif, canciller iraní, afirmó que Teherán no busca la escalada ni la guerra. Ayer, Donald Trump aseguró que Estados Unidos no quiere utilizar sus misiles. Acá termina una ronda de iteración. Comenzó con una escalada de Trump al asesinar al general Qassem Soleimani y siguió con la retaliación de Irán al atacar dos bases norteamericanas en Irak. La respuesta de Irán podría haber sido mucho peor, más si se confirma que las bajas fueron prácticamente inexistentes. Irán necesitaba, al mismo tiempo, responder públicamente para calmar a los clérigos y a la sociedad y evitar la escalada hacia una guerra. Al lanzar sus misiles a Irak, Teherán envió la señal a Estados Unidos de que está en condiciones de responder, pero no fue una señal lo suficientemente costosa para Washington como para impulsarlo a escalar.
La evidencia hasta acá sugiere que ni Trump ni los líderes iraníes quieren una guerra. Trump quiere la reelección y el régimen iraní quiere asegurar su supervivencia. No está nada claro que una guerra más o menos convencional sirva a esos objetivos. Cierto, hay guerras a las que se llega sin que nadie las haya buscado en primer lugar. Pero la evidencia empírica sugiere que las percepciones erradas o la escalada accidental rara vez terminan en un conflicto armado de proporciones. La crisis de Berlín en 1958-1961 y de Cuba en 1962 son una muestra. Se habla mucho hoy de la volatilidad decisoria de Trump y sus funcionarios. Pero a medida que los Estados escalan, el cálculo de costos y beneficios y las presiones de la política doméstica aumentan. Tomando estas dos dimensiones, resulta difícil concluir que la guerra pague bien a ambos.
La escalada y la guerra se han evitado, pero los problemas que nos trajeron hasta acá no se han resuelto. Estamos, en este sentido, en un entreacto, no en el final de la obra. El desafío consiste, entonces, en examinar cómo podría continuar este drama. Y acá entran las incógnitas.
En primer lugar, las preferencias de Trump en Medio Oriente continúan siendo un enigma, incluso para él. ¿Desea una lenta retirada para que se haga cargo la OTAN como sugirió ayer? ¿Busca dañar la posición de Irán en Medio Oriente? ¿O busca negociar un "mejor" acuerdo nuclear con Irán? En 2018, Trump anunció el retiro de Estados Unidos del acuerdo nuclear por considerar que Irán hacía trampa e iba camino a la bomba nuclear. Todo esto sostenido sin un ápice de evidencia que fundamentara esta decisión. Al mismo tiempo, reinstaló las sanciones y comenzó una guerra económica contra Teherán. La respuesta de Irán no tardó en aparecer, comenzando una ronda de agresiones equivalentes entre Teherán y Washington que terminaron en la decisión de Trump de eliminar a Soleimani.
No está claro, sin embargo, qué esperaba alcanzar Trump con la muerte del general hoy convertido en mártir. Trump prefirió una gratificación de corto plazo sacrificando aún más la estabilidad en el mediano plazo. Esto deja a Estados Unidos en un encierro estratégico: querer salir de la región, pero mostrarle a Irán su poder militar para obligarlo a hacer las cosas que Irán no quiere dejar de hacer: expandir su presencia en la región, sostener una red transnacional de milicias y grupos subversivos y desarrollar un programa nuclear autónomo.
Entra en escena Teherán. Su régimen político se ha visto asediado en los últimos meses por una sociedad muy disgustada con el gobierno. Con una economía estancada, desempleo e inflación en ascenso, la guerra económica de Trump ha tenido un fuerte impacto en el país. Una parte importante de la sociedad le cuestiona al gobierno de Rohani el uso de dinero para incursiones externas en lugar de destinarlo a una mayor inversión en bienes y servicios públicos. La muerte de Soleimani será funcional a un sentimiento antinorteamericano y nacionalista, pero los desafíos económicos seguirán estando. Si tomamos seriamente las declaraciones de Trump de ayer es probable prever que la próxima ronda de interacción entre Washington y Teherán sea, nuevamente, sobre el futuro del programa nuclear iraní.
Desde enero de este año, Irán anunció que relajaría sus compromisos con el acuerdo nuclear. Aunque no se retiró formalmente del acuerdo, como lo hizo Trump, ni expulsó a las inspecciones de la OIEA, es muy probable que Irán incremente su stock de uranio, eleve el nivel de enriquecimiento y acelere la producción de plutonio que obtiene de su reactor con agua pesada. Los expertos estiman que Irán necesitaría entre uno a dos años para obtener material nuclear para ser utilizado en una bomba. Hasta ahora, Trump habló de incrementar las sanciones contra Irán y de utilizar el poder económico y militar de Estados Unidos como disuasor. Pero Irán difícilmente sea disuadido. De avanzar con sus decisiones, Irán estaría violando el acuerdo en los próximos meses. Y esa violación transformará un juego de dos en un juego de seis, al involucrar a todas las potencias que firmaron el acuerdo nuclear.
Por otro lado, Irán continuará apoyando militar y financieramente una extensa red de grupos terroristas, milicias y fuerzas subversivas que estarán gustosas de vengar el ataque de Estados Unidos. Más aún, podría bloquear el Estrecho de Ormuz, por donde pasa un quinto del petróleo del mundo. Y tiene, también, un stock importante de misiles de corto y mediano alcance para golpear blancos norteamericanos o de sus aliados hasta una distancia de dos mil kilómetros.
El próximo acto, entonces, no será bilateral sino multilateral. Trump buscará apoyarse en sus socios de la OTAN, que hoy se rascan la cabeza tratando de entenderlo. Irán buscará acercarse más a Rusia y a China, pero, por motivos diferentes, difícilmente cuente con apoyo militar, aunque sí diplomático. En la mirada de Pekín, la salida a los problemas geopolíticos solo es posible mediante el desarrollo de la región y la interconexión de Medio Oriente con Asia a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta.
En cuanto a Rusia, Teherán y Moscú comparten la rivalidad con Estados Unidos, pero tienen visiones diferentes sobre Siria, donde compiten por la influencia, y sobre el programa nuclear de Irán, de poco agrado para Moscú.
No está claro qué estrategia seguirá Trump para torcer las preferencias iraníes. Al salirse del acuerdo nuclear, Trump minó el mejor arreglo posible que se había logrado alcanzar entre las potencias mundiales e Irán. Y abrió la puerta para que Teherán revalúe sus opciones nucleares. Trump estimó que escalando podía enviar un mensaje claro a Irán de que Estados Unidos estaba dispuesto a comprometer sus recursos para defender sus intereses. Pero Irán, en lugar de echarse atrás, como esperaba Trump, respondió, mostrando también su voluntad de defender sus intereses.
¿Qué lecciones aprendieron Trump y Rohani? Trump aprendió que Irán, ante una escalada, puede responder el ataque, pero sin continuar escalando. Rohani aprendió que Trump es un presidente dispuesto a retroceder si observa que el próximo paso traerá altos costos. En estas lecciones está la clave de la próxima escalada. Y en la intervención de las otras potencias globales estará la clave para mitigarla.
Director de la maestría en Política y Economía Internacionales de la Universidad de San Andrés