Las elecciones argentinas, una caminata por la cuerda floja
Las elecciones presidenciales son siempre un asunto de alto riesgo, pero en la Argentina se parecen a caminar por la cuerda floja. Durante mi reciente paso por Buenos Aires, escuché temores de que un buen desempeño de Cristina Fernández de Kirchner en las PASO desate una nueva crisis cambiaria. A los inversores extranjeros les preocupa que un regreso del kirchnerismo implique una abrupta marcha atrás de las reformas promercado del presidente Mauricio Macri, mientras que los planes económicos del peronismo tradicional siguen siendo una incógnita. Mientras tanto, los economistas ya están analizando la posibilidad de un nuevo default. En los países vecinos de la Argentina no pasa lo mismo.
Las últimas tres elecciones en Chile marcaron la alternancia en el poder de coaliciones de centroizquierda y centroderecha sin generar el menor pánico en el extranjero. Lo mismo ocurre con las elecciones presidenciales en Uruguay -que se celebrarán el mismo día que en la Argentina-, aunque podrían poner fin al mandato del izquierdista Frente Amplio, que ha gobernado desde 2005. El temor por las elecciones en la Argentina se debe en parte a la permanencia de Fernández de Kirchner.
Un eventual cuarto mandato kirchnerista es un escenario pesadillesco para los inversores extranjeros que apostaron por la Argentina después del triunfo de Macri en las elecciones de 2015. Aunque inicialmente Macri fue exitoso -con su regreso al mercado de capitales y su gradual consolidación fiscal-, el recuerdo de la era kirchnerista -un período tristemente recordado por los controles de capitales y de precios, la abrumadora carga impositiva, las restricciones a las importaciones y la hostilidad hacia el sector privado- perdura y vuelve a resurgir. La salida de Cambiemos y un triunfo del kirchnerismo seguramente echarían por tierra los esfuerzos por reducir el gasto en jubilaciones, abrir la economía al comercio e impulsar la tan necesaria reforma laboral.
Más allá de la discusión por las políticas públicas, la telenovela de Fernández de Kirchner empaña la imagen de la Argentina. Hasta los observadores casuales están al tanto de los cargos de corrupción que se apilan en su contra. Y si se habían olvidado, la expresidenta se los recordó antes de tomarse un vuelo de madrugada a La Habana, con un teatral video publicado en las redes sociales en el que acusa de los problemas de salud de su hija a quienes la investigan por supuesto lavado de dinero. Pero la inquietud que despierta el futuro de la Argentina no solo es reflejo de las preocupaciones por el populismo y la personalidad de Fernández de Kirchner. Esa preocupación más bien refleja los desafíos estructurales e históricos que enfrenta la segunda economía más grande de Sudamérica.
La "grieta" no es meramente una división entre los seguidores y los detractores de Fernández de Kirchner, sino una disputa de décadas sobre cuestiones básicas del manejo de la economía, como el tamaño adecuado que debe tener el Estado y las oportunidades y riesgos para el libre comercio, cuestiones que ya fueron básicamente resueltas en Chile y Uruguay. Determinar si los Kirchner lograron una "década ganada" o si dejaron plantado el cazabobos económico de una "pesada herencia" es mucho más que un mero pasatiempo para los politólogos.
La última encuesta Argentina Pulse, realizada por el Woodrow Wilson Center de Washington y Poliarquía, revela que la opinión de la población argentina está dividida en partes iguales respecto de los beneficios de la globalización. Solo la mitad de los argentinos apoya el libre comercio, con apenas un 20 por ciento de los kirchneristas a favor, frente a un 73 por ciento de los votantes de Cambiemos. Sería injusto pedirles consenso a los argentinos en materia de manejo económico. Después de todo, Estados Unidos, histórico predicador del libre comercio y un ejemplo de independencia del banco central, ahora fomenta el proteccionismo, tras elegir a un presidente que adora los aranceles y que suele descargar su furia contra la Reserva Federal norteamericana.
Pero la Argentina, con sus instituciones débiles, su sistema presidencialista y su poco confiable sistema de justicia, es un país mucho más vulnerable a los giros drásticos, donde cada elección es a todo o nada. Macri es consciente de esa vulnerabilidad y ha puesto la regeneración institucional al tope de su agenda. En su discurso inaugural de las sesiones del Congreso el mes pasado, se jactó de la "mejor calidad democrática" y de las "instituciones más sólidas" del país. Sin embargo, tres años no alcanzan para fortalecer las vapuleadas instituciones argentinas, especialmente con un Congreso controlado por la oposición y en medio de una crisis económica que se tragó todos esos esfuerzos y que agotó la capacidad de la población de digerir las reformas significativas que hacen falta.
Macri se limita a decir que necesita más tiempo. Pero la desilusión de los argentinos es comprensible, y las reformas económicas de Macri han fracasado. En medio de una inflación inclemente, un taxista porteño me preguntó cuánto costaba el litro de leche en Estados Unidos, y el ejecutivo de una corporación se atrevió a soñar en voz alta con la ciudadanía norteamericana.
Aunque a la Casa Rosada no le guste, la aparición de Roberto Lavagna como potencial candidato termina mejorando la imagen global de la Argentina. El septuagenario de voz pausada desafía el planteo de Fernández de Kirchner de ser la única alternativa a Cambiemos. Y Lavagna también abre la posibilidad de un serio debate político que podría empezar a resolver la pulseada entre estatismo y economía de mercado. De todos modos, la mera posibilidad de que la Argentina vuelva a ser seducida por el populismo luego de tan poco tiempo de haber escapado de él es preocupante. Y aunque Macri logre perpetuarse en el cargo, el recuerdo del suspenso electoral de este año teñirá la percepción que el mundo tiene de la Argentina durante mucho tiempo.
Asesor del Programa de Latinoamérica del Woodrow Wilson International Center for Scholars y exdirector para América del Sur del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca
Traducción de Jaime Arrambide