Las contradicciones íntimas de Alberto
Alberto Fernández quebró en Telenoche la actitud zen que venía practicando con el periodismo al dejar expuesto un costado suyo que querría reprimir, al menos durante la campaña: el de su bronca hacia ese sector del periodismo más duro con el kirchnerismo. Una furia interna que cada tanto lo domina (como el día que se enojó con Mercedes Ninci, Jonatan Viale y un periodista mendocino porque no le gustaron sus preguntas), pero que había logrado contener en los días previos a las PASO.
Pero la victoria lo empoderó. Por eso, el retruco televisivo con Diego Leuco -a quien le enrostró preguntarle "pavadas"- no pareció solo dedicado a él, sino al conjunto del universo antikirchnerista: "Usted -(¿ustedes?)- ya habló solo muchos meses, ahora déjeme a mí". Mientras este cruce sucedía, Graciana Peñafort, la abogada de Cristina Kirchner, no pudo contenerse y volcó en twitter: "¡Qué cosa boba es Leuco junior!". La tropa K la apoyó y amplificó, en las redes, ese insulto y le agregó, en la línea de la arenga de los militantes K de Télam: "Vayan agarrando sus 'cositas' porque 'vamos a volver'". La andanada tiene tufillo a Conadep del periodismo, como pide el sector más duro de los K. Una amenaza que Alberto se dedicó a desacreditar, incluso, con gestos concretos. Ayer asistió a un evento en el Malba, organizado por el Grupo Clarín.
Pero ¿cómo hará si llega al gobierno para contener los deseos de venganza de sus propios socios? En una entrevista reciente con Nora Veiras en Página 12, ensayó un argumento que podría ser su futuro guion para aplacar al cristinismo: no vale la pena enfrentarse a ellos (los medios) porque "ya no convencen a nadie".
Alberto negó un default durante su mandato: "Es un fantasma alentado por el Gobierno", chicaneó. Sin embargo, fue él mismo quien lanzó frases con gusto a default cuando sugirió que la Argentina debería renegociar "uno a uno" con los tenedores de bonos. Sus palabras recalentaron los mercados financieros extranjeros y enseguida debió recular con guiños de Guillermo Nielsen, el economista más promercado de su equipo. Pero Alberto también lo tiene a Emmanuel Álvarez Agis, con un pensamiento más afín al de Kicillof. ¿Cuál de estos dos economistas, con paradigmas muy diferentes, estará más cerca de lo que piensa realmente Alberto?
Marcos Galperin, integrante del grupo de chat "Nuestra voz" (un conglomerado empresario filomacrista), fue uno de los primeros integrantes del establishment económico en visitar el búnker de la calle México. En los estudios de LN+, Miguel Ángel Pichetto no dejó pasar la contradicción y, en modo chicana, le recomendó al CEO de Mercado Libre que mejor ensayara puentes con Juan Grabois, un cristinista que lo destrozó en numerosos debates públicos.
La Justicia es otro ámbito de las contradicciones albertistas y otra incógnita que, tal vez, ya comenzó a develarse esta semana. Alberto dijo, primero, que los jueces iban a tener que revisar sus fallos en el caso de que él llegara a la presidencia. Luego lo negó y ratificó sus deseos de una Justicia autónoma. Sin embargo, ayer salió a la luz un fallo de alto impacto, el primero, después de la victoria electoral del 11 de agosto: revocaron el procesamiento de Julio De Vido en la causa por el soterramiento del Sarmiento. En paralelo, la Cámara Federal rechazó el cierre de la causa del Correo, que complica al Grupo Macri. ¿Vendrá una "democratización" de la Justicia, como querría Cristina, o se mantendrá la división de poderes, como proclama Alberto?
La Iglesia es otro territorio pantanoso. Parte de la prensa internacional adjudicó al Papa una cuota de responsabilidad en el aplastante triunfo peronista de las PASO. Esta semana, Alberto conversó con la cúpula eclesiástica y tiempo atrás había viajado al Vaticano para entrevistarse con el Papa. Luego de aquel encuentro confesó que Bergoglio logró "reconciliarlo" con la Iglesia. Fernández carga con un karma poco conocido: sus padres se separaron durante su infancia, en una época cuando el divorcio era un estigma para aquellos hijos criados en una sociedad aún muy influida por los valores del catolicismo. ¿Qué pasará, entonces, con esa alianza tácita si, tal como le demanda el cristinismo, Alberto impulsa la despenalización del aborto?
El albertismo y el cristinismo-camporismo componen dos universos culturales contradictorios, con diferencias abismales apenas disimuladas por la victoria. Tal vez ni el propio Alberto sepa cómo hará para articularlas, en caso de ser elegido presidente. Tal vez por eso se mete en tantos bretes discursivos, durante una campaña en la que no le queda más remedio que hablar. Hablarles a dos mundos opuestos.