La trampa del conurbano
"Esto es la gloria", dice Juana, cuya edad es indescifrable, frente a su casilla de madera, chapa y ladrillos huecos a metros de la olla inundable, en lo más profundo de la cava de Villa Itatí, en Quilmes. Está parada bajo el sol, en una fría mañana de julio, en un sendero entre escombros y basura. Sus palabras parecen marcar una contradicción entre lo que se supone que es la "gloria" y el escenario en el que vive. Pero lo es, dice, porque a pesar de la lluvia torrencial esta vez no le entró agua en su casa, cuando unos años antes eso era lo normal, destruyendo lo poco que tenía. Juana vive con sus hijos 4 metros por debajo del nivel del Acceso Sudeste, uno de los límites de esta villa de 57 hectáreas, una de las más extensas del conurbano y que habitan unas 5000 familias.
En ese sitio, como en el resto del conurbano, que concentra el 28% de los electores de todo el país, se juega la batalla más encarnizada que definirá quién será el próximo presidente y quién gobernará la provincia de Buenos Aires. De los 9,7 millones de votantes que habitan en los 24 municipios que forman el Gran Buenos Aires, la mitad vive en la pobreza y la indigencia. Ellos han sido siempre un botín al que los candidatos, oficialistas u opositores, pretenden llegar con punteros y ayuda temporal que se esfuma tan pronto como pasa el día de los comicios.
El conurbano fue un territorio inexpugnable para dirigentes que no ostentaran el sello peronista. Sin embargo, quienes habitan esos lugares castigados por la precarización no los votan por peronistas, sino por populistas. Pero el populismo no ha hecho nada para sacarlos de esa realidad; al contrario, con sus políticas prebendarias los ha cristalizado en la pobreza estructural.
La realidad del conurbano profundo es devastadora por donde se la mire. En el último año y medio la devaluación y la recesión agravaron el cuadro ya de por sí dramático, puesto que la precarización de cientos de miles de personas no es nueva. La población de las villas y asentamientos en el Gran Buenos Aires lleva años sumergida en la miseria, cuyos índices alarman a la sociedad, aunque no parecen suficientes para que el problema fuera atacado a fondo. Según la UCA, en ese territorio que representa tan solo el 0,5% de la superficie del país la pobreza multidimensional alcanza al 41,1% de la población.
La provincia de Buenos Aires estuvo en manos de gobiernos peronistas entre 1987 y 2015. En esos 28 años, el conurbano pasó de tener 622 villas y asentamientos a 982, lo que representa un crecimiento del 59%, según el Registro Público Provincial de Villas y Asentamientos Precarios. En toda la provincia había 1585 villas en 2015, con un aumento del 82% respecto de 1990. En el Gran Buenos Aires se pasó de 117.280 hogares en villas y asentamientos precarios en 1991 a 328.056 en el año 2015, lo cual representa un crecimiento del 179%.
Un tercio de las villas nacieron a partir de 2000. El 22,4% se levantaron entre ese año y 2010 y entre 2010 y 2015 se sumó un 11,29%. Cuando hacia 2009 se frenó el ciclo expansivo de la economía, surgieron nuevos asentamientos periurbanos en el tercero y en el cuarto cordón, alentados por los intendentes. Ante la imposibilidad de satisfacer los reclamos de viviendas, algunos de los "barones del conurbano" protegieron las ocupaciones territoriales con promesas de mejoras que nunca llegaron o lo hicieron con cuentagotas.
Las cifras son abrumadoras, pero ayudan a comprender y desterrar el relato kirchnerista de que fueron sus gobiernos y los anteriores peronistas los que se ocuparon de sacar a los pobres del pozo. Sus políticas asistenciales de emergencia funcionaron como paliativos y los períodos sin inflación sirvieron para calmar los dolores profundos, pero no resolvieron los problemas estructurales que los mantenían en condiciones de pobreza extrema. Los punteros y las organizaciones sociales, que administraron miles de millones de pesos en los años de crecimiento a tasas chinas, como se jactaba Cristina Kirchner, hicieron su propio negocio con los más necesitados, pero en poco o nada contribuyeron a modificar su situación.
El hartazgo por la utilización coercitiva del asistencialismo y el incumplimiento de promesas por parte de punteros y caudillos municipales contribuyeron al giro en las elecciones de 2013 y 2015, cuando el kirchnerismo perdió en la provincia. Y si bien el voto del conurbano siguió siendo mayoritariamente en favor del kirchnerismo, su hegemonía se quebró y los candidatos opositores de entonces avanzaron sustancialmente.
La clase media baja del conurbano, que alberga a trabajadores empobrecidos con aspiraciones de ascenso social, fue clave en el voto por el cambio en 2015. Pero 4 años después, ese segmento anida a los desencantados de Macri. En 2015 esa clase media baja, donde hay una fuerte militancia peronista, fue por el cambio, pero hoy reniega de ello, transformándose en una de las mayores fragilidades del macrismo. Es la gente que vive en los barrios populares, no necesariamente en las villas a las que María Eugenia Vidal llega con el modelo de urbanización de los asentamientos porteños.
Si bien en este tiempo no se registraron nuevos emplazamientos de barrios, aumentó el número de ocupantes de las villas. El crecimiento demográfico en las zonas pobres de La Matanza, Florencio Varela y Moreno no se frenó. Lo mismo que la actividad en los comedores comunitarios y de las iglesias, que creció en los últimos meses. La devaluación del año pasado, la aceleración de la inflación, la pérdida de poder de los salarios y la caída del empleo empujaron a amplios sectores a condiciones de pobreza. Las últimas mediciones del Indec anticipan que en el primer trimestre de este año la pobreza alcanza al 34,1% de la población, con fuerte impacto en el Gran Buenos Aires.
El abordaje del problema del conurbano y el narcotráfico es una de las obsesiones de Vidal. A partir de 2017 puso en marcha un operativo piloto que un año más tarde se transformó en el ingreso del Estado bonaerense en 19 villas (Itatí, en Quilmes; Villa Porá, en Lanús; Carlos Gardel, en Morón; Costa Esperanza, en San Martín; Libertad, en Almirante Brown, y Puerta de Hierro, en La Matanza, entre otras) con obras estructurales de urbanización; también se instalaron servicios que no existían, como destacamentos de seguridad, salitas de emergencia y pediatría, y registro de las personas.
La apertura de calles, iluminación, limpieza de arroyos, desagües pluviales y la destrucción de búnkeres de la droga (en tres años y medio se derribaron 134) están a la vista y los beneficiarios lo aplauden. Como Juana, de la cava de villa Itatí, cuya casilla ya no se inunda. Pero en la crisis vuelven los reclamos por trabajo y changas. Lo mismo que el grito de las madres para que se ponga fin al flagelo de la droga, que transforma en zombis a los adolescentes que no terminan el secundario ni trabajan. Son los excluidos. Solo uno de cada cuatro chicos termina la secundaria. Y apenas la mitad concluye la primaria en tiempo regular.
Vidal, como Duhalde en el pasado, incorporó sus propias manzaneras en las villas, que ayudan en la lucha contra las adicciones de los jóvenes. Las bautizaron "noderas" y en sus casas organizan talleres y ofrecen contención. Es parte de la política contra el narcotráfico, enfocada en limpiar de búnkeres los barrios. En las zonas en las que ingresó el Estado ya fueron destruidos, pero eso no implica la desaparición de esa calamidad. Es un fenómeno en mutación y ahora la droga se vende en las casas de familia. Los "bolseros", vendedores en general mujeres en casas de familia o pequeños negocios, reciben como paga unos $2000 diarios.
Cada día, en los colectivos que cruzan el Puente Alsina pasan decenas de bolsas con droga en pequeña cantidad, compradas en las villas Zavaleta y 1-11-14 y que tienen por destino las villas y los asentamientos del sur del Gran Buenos Aires. Viajan en bolsillos, mochilas o carteras. Es el microtráfico para proveer a los puntos de venta al menudeo, una de las calamidades que se incubaron en el tejido social de las barriadas pobres del conurbano y que, en muchos casos, se ha convertido en una alternativa de subsistencia familiar.
Los próximos días se votará en esos escenarios, en los que miles de personas claman por salir dignamente de la pobreza y la marginalidad. Una trampa en la que cayeron hace décadas y que tras años de promesas incumplidas cada día les resulta más difícil de superar.