La realidad quiebra el espejo del relato
Un hecho editorial para celebrar: la publicación a. c. (antes del coronavirus, claro) de un libro que tiene en cuenta el análisis del discurso desde la doble y valiosísima perspectiva de una especialista en los saberes filosóficos sobre la materia, que además entiende el periodismo porque lo ha practicado (única manera, por otra parte, de conocer cabalmente este oficio; un periodista con diploma, pero sin experiencia en una redacción, acaso sea lo más parecido a un médico que nunca pisó un hospital ni tuvo que curar a ningún paciente).
En Había una vez algo real (Mardulce), Ivana Costa, doctora en Filosofía y periodista cultural, afirma, por ejemplo -y ya desde el prólogo- cosas como esta: "El giro lingüístico -la visión de que los hechos reales no son sino construcciones del lenguaje y de que no hay realidad que no se reduzca, en última instancia, a discurso, a relato- nos sorprende con su agudeza, y resulta convincente dentro del aula o en la torre de cristal de la teoría, pero no nos deja completamente satisfechos. En cuanto salimos de ese marco seguro que proporciona la academia, en todos los demás aspectos de la vida los hechos y la realidad reaparecen: relatados, sí, pero también con una fuerza de convicción que vuelve a hacer patente su naturaleza extralingüística. Por eso todavía buscamos narrativas fiables sobre los hechos: para interpretarlos, comprenderlos, transformarlos, aunque inevitablemente debamos hacerlo dentro de una esfera lingüística".
Para el lector de a pie, esto puede parecer una verdad tan clara y evidente que no merece discusión. Sin embargo, quien haya intentado alguna vez articular los saberes prácticos del ejercicio periodístico con algunos supuestos saberes teóricos que se prodigan en claustros universitarios, reconocerá en aquel relativismo (a veces propalado de manera ingenua; otras, malintencionada) el vitriolo con el que se quiere corroer la labor de prensa. Lo explica Costa: "Una de las consecuencias más penosas de reducir todo a relato es que convierte la tarea periodística en algo ilegítimo".
Lo que sigue es una recorrida tan erudita como didáctica (la autora es docente de Historia de la Filosofía Antigua en la UBA), y siempre apasionante, por "la manera en que históricamente se fueron conformando las narrativas" cuyo objeto son los hechos reales; desde la Grecia presocrática hasta el presente infestado por el virus imparable de las fake news. La obra es, también, una indagación acerca de lo que la humanidad ha ido entendiendo por "ficción" y "realidad".
Hacia el final del libro Costa propone un "antídoto contra el escepticismo" y la desconfianza que a menudo despiertan en el mundo actual las "narrativas de sucesos reales": básicamente consiste en que quienes las practican adhieran abiertamente a "criterios de verdad y a normas de objetividad que permiten grados crecientes de certidumbre". Y concluye: "Una frase tan embustera como 'la objetividad no existe' posiblemente solo se escuche en algunos claustros de ciencias sociales o humanidades, o en algunas escuelas de periodismo. Es una gran ingenuidad teórica, cuyos perjuicios debe asumir luego la práctica. Las ciencias no tienen complejo de inferioridad respecto de la verdad y de la objetividad (esto es, la realidad a la que humanamente accedemos), de lo que surge de procedimientos controlados por la metodología".
Indagación, puesta a prueba, comprobación, conjetura que no pretende ser traficada como conclusión necesaria, opinión informada, basada en el conocimiento y en el razonamiento hecho de buena fe, seguirán siendo herramientas fundamentales para cultivar con nobleza las "narrativas de sucesos reales" o, más modestamente en lo que nos concierne, el periodismo.