La prioridad es evitar el default
Comienza la película. Un hombre camina por una vereda. Una mujer por otra. Se encuentran en la esquina. Se sonríen. El hombre le pregunta si va en su misma dirección. La mujer, un tanto turbada, le dice que no. Ambos se encogen de hombros. Y cada cual sigue su camino. A las pocas cuadras la mujer vivirá un incidente que marcará el verdadero inició del film, un thriller. Si ella coincidía en el camino del hombre, hubiera sido otra película, quizás una romántica.
Así en el cine, así en la vida; de tanto en tanto enfrentamos disyuntivas. En el caso de los países, son bifurcaciones históricas que pueden llevar a lugares muy diferentes. Como la alternativa que enfrenta en poco tiempo la Argentina: o renegocia su deuda exitosamente o cae en un nuevo default catastrófico. Si consigue refinanciar la deuda, será para el gobierno de Alberto Fernández solo el primero de toda una serie de desafíos que deberá superar para intentar que la economía vuelva a crecer. La otra alternativa, más que optar por ella, será el resultado del rechazo de los bonistas a la propuesta argentina. Con el país otra vez en default el Estado no tendrá acceso al crédito internacional y les será muy difícil a los empresarios obtener financiamiento relevante. Se cerrará la economía a las inversiones y ni una ley especial para Vaca Muerta podrá eludir los efectos negativos del default. Tendremos que vivir solo con los dólares de nuestro alicaído comercio internacional.
Es cierto que las reservas se incrementarán con lo que se ahorra en pagar la deuda y seguirá el supercepo -que trata de poner coto a la inveterada pasión de los pudientes argentinos por los dólares y por los viajes al exterior-. Pero esa situación no se podrá sostener por mucho tiempo. Nuestra economía debe expandir sus ingresos por exportaciones para poder responder a la demanda de importaciones que se da cuando se impulsa el consumo. Y esto necesita de inversiones: más cuando se habla de desarrollos petroleros o mineros, que insumen mucho capital. Asimismo, se vivirá en un contexto de inestabilidad pernicioso, para la economía, para la sociedad y para el Gobierno.
Por eso, es sorprendente que uno escuche (más en privado que en público) a miembros importantes de la coalición oficialista minimizando y hasta coqueteando con la idea de caer en default. En general, estos funcionarios y políticos pertenecen al ala "cristinista" del Gobierno y ahí se mezclan cuestiones ideológicas y razones políticas. Por un lado, no honrar la deuda brinda una sensación de falsa soberanía: pero un país es más soberano cuando más cosas puede hacer, no cuando queda aislado y sin recursos. Por el otro lado, muchos cristinistas duros parecen recelar de cualquier éxito de Alberto Fernández que opaque la figura de la vicepresidenta/expresidenta.
La estrategia de negociación de la deuda que despliega el Presidente exhibe esos límites, que son trazados desde el interior de su coalición, antes que desde afuera. Tuvo que conformarse con un gabinete económico sin mayor experiencia pública y privada, y que tampoco ostenta grandes pergaminos académicos. La danza de nombres de peso quedó en la nada y se dice que fue por el veto proveniente del Instituto Patria.
En la renegociación de la deuda intervienen muchísimos interesados que es necesario coordinar, a lo que se le suma la variedad exuberante de bonos, cada uno con sus características. El modo tradicional de encarar este proceso ha sido reducir su complejidad, negociando con los actores claves, que tienen la capacidad de coordinar al resto de los involucrados. Y esto se ha conseguido típicamente teniendo conversaciones con Washington antes que con Wall Street; golpeando la puerta de instituciones que se encuentran a una corta walking distance: la Casa Blanca, el Departamento del Tesoro, el Departamento de Estado y el FMI. Obviamente, se debe conversar con los grandes bancos intermediarios, pero tarde o temprano ellos pedirán el sello del FMI como garantía.
Imposibilitado de recurrir directamente a Washington, por el posicionamiento ideológico de la vicepresidenta Cristina Fernández y sus seguidores, Alberto Fernández se ha visto obligado a recorrer también con la deuda un camino zigzagueante, de señales contradictorias y de conversaciones múltiples que aumentan la incertidumbre del proceso. En el medio de la negociación, el Gobierno juega sus cartas, y no sabemos qué movida es estrategia y cuál es pura temeridad. Pero es muy importante que la Casa Rosada no se entusiasme con el apoyo retórico de personalidades políticas internacionales importantes pero secundarias a la hora de las decisiones que se tomarán en Washington y en Nueva York.
Stalin alguna vez preguntó socarronamente "cuántas divisiones acorazadas tiene el Vaticano". Lo mismo puede ahora preguntar Wall Street. Después de todo lo que le ha pasado a la Argentina, sería ya muy ingenuo repetir eso de que "les hablamos con el corazón y nos contestaron con el bolsillo".