La paradoja de los subsidios
El problema de los subsidios y los controles de precios es que distorsionan la realidad económica produciendo efectos distintos a los deseados, e incluso contrarios, como cuando el atraso forzado de las tarifas eléctricas fue dejando al país sin la necesaria inversión en energía, volviéndolo dependiente de una importación que destruyó la balanza de pagos y forzó unos subsidios tan gigantescos que quebraron las arcas del Estado. Sin dinero suficiente, no pudieron sostenerse jubilaciones dignas o servicios esenciales.
Una de las paradojas del populismo tal como lo conocimos es que no ha conseguido beneficiar a los más necesitados en una proporción mayor que a los menos necesitados. Los subsidios a la energía domiciliaria, del modo en que se aplicaron en la Argentina, beneficiaron más a los ricos que a la clase media, y más a la clase media que a los pobres. Basta computar que el 70% de los pudientes es mayor que el 30% de los pobres. Pero si además tomamos en cuenta que los pobres consumen poca energía, es fácil entender que quienes poseen más aparatos eléctricos, piscinas, instalaciones deportivas, casas de fin de semana y casas de veraneo tienen un consumo mucho mayor de energía per cápita. En una cuenta aproximada pero segura, podemos concluir que ese 70% más acomodado de la población consumió más del 90% de unos subsidios que, en la práctica, aunque beneficiaron también a los pobres, constituyeron una distribución regresiva del ingreso. Lo mismo puede decirse del indirecto subsidio a la carne, materializado en la limitación a su exportación, que benefició más a quienes por su poder adquisitivo comen 200 kilos de carne por año que a quienes comen 20.
Las consecuencias negativas sobre la inversión se vieron en la pérdida de mercados de exportación para la carne argentina y en la falta de exploración de nuevos recursos petroleros. Pero hay otra consecuencia negativa. El precio de un producto es el principal factor que racionaliza su consumo. Así, el subsidio se convierte en un estímulo al consumo de energía, contra la tendencia mundial a disminuir su consumo para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Lo que constituye una segunda paradoja: los subsidios al consumo van contra la sustentabilidad de nuestras decisiones, condenando a las generaciones más jóvenes a un futuro catastrófico, sobre todo para las poblaciones pobres y más vulnerables, ya que alentamos emisiones de CO2 que contribuyen a acelerar el cambio climático.
Estas paradojas pueden ser salvadas, como demostró Mujica en el Uruguay manteniendo los mercados de exportación para la carne y dando, al mismo tiempo, subsidios al consumo interno limitados a determinados cortes populares. En la medida en que el estado de emergencia de la Argentina no permita sincerar las tarifas eléctricas, sería necesario encontrar escalas suficientemente progresivas en los subsidios, para que no resulten nuevamente en un beneficio para los más ricos y un estímulo a la emisión de gases de efecto invernadero. Encontrando la ecuación para que un mayor consumo signifique un costo suficientemente gravoso para los consumidores, en especial para los ricos, que los obligue a racionalizar el consumo.
Un país que subsidia la energía fósil como hace la Argentina, ininterrumpidamente desde hace por lo menos cinco administraciones, no podrá encontrar razones económicas para cambiar hacia energías renovables ni conseguirá beneficiar a los pobres más que a los ricos.
Profesor en la Universidad de Palermo; miembro de la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente