La nueva República de las Letras
Los tuiteros indignados con Twitter son ya una subespecie sociológica y, si Balzac viviera, formarían parte de ese tour de force novelístico que es La comedia humana. Algunos cierran sus cuentas silbando bajito y otros, menos recatados, se despiden públicamente vociferando imprecaciones como si fueran los últimos cruzados. Sin embargo, hablar pestes de Twitter -básicamente, una plataforma de mensajería- es como querer incendiar el correo por estar disconforme con las cartas que uno recibe. Aclaro que esto no tiene nada que ver con la ubicua expresión "matar al mensajero", porque Twitter no emplea carteros. Los tuits son necesariamente lo que son -o deciden hacernos creer que son- las personas que los escriben.
Mi experiencia está en las antípodas de la de aquellos que vaticinan que la red del pajarito es el preámbulo del apocalipsis. (Hay otros mundos, pero están en Twitter, podría concluirse parafraseando a Paul Éluard.) Y quiero creer que la razón no tiene que ver con que mi cuenta sea relativamente nueva, sino con que la abrí para formar parte de una lectura colectiva, algo así como una tertulia, salón literario, club de lectura o, mejor, un locus amoenus virtual, una utopía, la refundación de una posible República de las Letras.
Participo de #Homero2019 desde principio de año, pero sé que hay gente que sigue muchas otras lecturas, o hasta tiene el coraje de involucrarse en varias a la vez: #Shakespeare2019, #Tolstoi2019, #Joyce2019, #Mann2019, #Arlt2019, por citar algunas. Imagino que el éxito de la lectura en la que estoy embarcada tiene bastante que ver con su ideólogo, el profesor Pablo Maurette, que ya contaba con la experiencia de haber conducido #Dante2017; pero el núcleo duro del grupo -suerte de coro griego, variado en edades, profesiones, nacionalidades e intereses- no es un detalle menor. Si la lectura es de por sí un acto democrático, Twitter sirve para democratizarla aún más, ya que los intercambios entre personas cuyos saberes son inevitablemente asimétricos fluyen en esta red con saludable horizontalidad.
Escuchar hablar de lectura colectiva puede resultarle un despropósito a más de uno. Pero la realidad es que no se trata de leer en voz alta y al mismo tiempo. Cada uno lee a solas y recién después comparte algo con los demás. Ese algo en Twitter es absolutamente proteico: una cita, un pensamiento, una duda, un dibujo, una payada, una disquisición etimológica, la pintada de una pared, las diferencias entre dos o más traducciones, una canción, una obra de teatro de marionetas y hasta videos de patinaje artístico o los de un mago del stand-up. Todo esto desde ya, y aunque parezca una quimera, con rigurosa pertinencia.
Lejos de los insultos, las burlas y humillaciones que se esgrimen en otras arenas de Twitter, en las lecturas colectivas, por el contrario, los tuits poseen una cuota de paciencia infrecuente para aclarar puntos que a primera vista resultan oscuros, para prolongar una conversación, para bromear sin caer en lo burdo, para acompañarse. La experiencia, salvando las distancias, se asemeja a las charlas que, allá lejos y hace tiempo, transcurrían en los bares a la salida de un cine, una rutina caída en desuso, probablemente por la pobreza creciente de los estrenos del circuito comercial y el confortable auge de Netflix, cuyas perlas son tan raras como escasas.
No creo, sin embargo, que la lectura en Twitter sea apta para cualquier libro. Hay ciertos libros que un egoísmo endémico no nos permitiría compartir. Libros secretos que por alguna razón sentimos que nos susurraban solo a nosotros. Libros alrededor de los que nos enroscamos como una serpiente para que nazcan las flores que llevamos sobre la cabeza, como les sucede a los hiperquinéticos y disparatados personajes de Dr. Seuss. Solo que en nuestro caso nadie puede verlas, y conforman en silencio nuestro jardín de papel, nuestra biblioteca personal.
Pero los clásicos, esos libros de los que ninguno podría apropiarse, esos que les hablaron a generaciones enteras, esos que, como decía Ítalo Calvino, "nunca terminan de decir lo que tienen que decir", esos libros sí son ideales para leer juntos en Twitter. ¿Cómo hacerlo? Bueno, claramente no podemos resucitar a Roland Barthes, que tan bien discurrió acerca de cómo vivir juntos para que ahora nos explique cómo leer juntos. Así que lo mejor, creo, es empezar por registrarse en Twitter. ¿Con o sin alias? Esa ya es otra cuestión.