La maniobra de Cristina debilita el sistema institucional
Su estrategia reduce la figura del presidente a la de títere y hace del vicepresidente un instrumento para medrar
Hace unas tres semanas escribí a dos senadores argentinos, solicitándoles una entrevista acerca de la vicepresidencia, en el marco de una investigación académica sobre esta institución que llevo desarrollando desde hace diez años en las universidades de Salamanca, Gerona y Estocolmo. Pocos días después, el equipo de prensa de uno de ellos respondió muy amablemente, confirmando la disponibilidad del senador para realizar la entrevista. Del otro miembro del Senado no tuve respuesta. El primero se llama Julio Cobos. La segunda, Cristina Fernández .
Fuera del círculo más íntimo de Fernández, nadie podía imaginar hace tres semanas que la senadora anunciaría su candidatura a vicepresidenta. No sorprende, por lo tanto, que rechazara cualquier invitación a manifestarse sobre un cargo que le trajo algunos de sus mayores quebraderos de cabeza durante sus ocho años como presidenta.
Una de las preguntas que pretendía hacerle era cómo, tras todo lo ocurrido con sus vices, no había impulsado una reforma constitucional para eliminar esa figura o al menos modificar algunos de sus rasgos más problemáticos, como la incapacidad del presidente para deshacerse de un vice que hace oposición al Ejecutivo desde adentro. La respuesta se presenta ahora diáfana. Pero hay en ella mucho más que el simple cálculo político: hay algunas claves sobre la vicepresidencia en general y sobre la cultura política argentina. Veamos.
En primer lugar, el mecanismo no es nuevo. En casi todos los artículos escritos desde que Fernández hizo su anuncio se menciona la estrategia "Cámpora al gobierno, Perón al poder". Pero hay aquí algo diferente, que permite afirmar que Cristina juega con fuego: implica una institución, la vicepresidencia, que en el pasado reciente ha demostrado repetidamente ser conflictiva. El primer peligro del diseño propuesto por Cristina consiste en alimentar una idea muy arraigada en la política argentina: que quienes ocupan las instituciones pueden hacer con ellas y desde ellas lo que quieren. O, dicho de otra manera, que no existe la lealtad institucional. Solo así se explica que Cobos se aferrara a la vicepresidencia siendo a todas luces opositor al gobierno. Pero no fue una excepción personal de Cobos; muy por el contrario, es algo que ocurre con gran frecuencia porque es parte de la cultura política argentina. Al perpetuarse el mensaje de que la institución está al servicio de la persona, y no al revés, se normaliza este mecanismo. Lo que en otros países sería motivo de escándalo, en la Argentina ha dejado de serlo. Si Cristina pone abiertamente de manifiesto que la vicepresidencia -y la propia presidencia- está a su servicio personal, no cabrán sorpresas cuando en el futuro los vices sean desleales a su propio gobierno, cuando acaben haciendo oposición desde el mismo Ejecutivo, cuando pongan el cargo al servicio de sus intereses personales.
Esto, que en un aspirante novato a la presidencia podría concebirse como muestra de candidez, resulta sorprendente considerando la historia de la propia Cristina con sus vices, que naturalmente ella conoce mejor que nadie; y asumiendo que indudablemente aspira a regresar a la presidencia, es decir, a volver en un futuro no muy lejano a tener un vicepresidente, de quien habría de esperar lealtad. Con esta operación, Cristina desprestigia la presidencia y la vicepresidencia: la primera, porque queda reducida a mero títere de la segunda; la vicepresidencia, porque se ve prostituida, deviene instrumento de esa artimaña y pierde su valor original, ya bastante degradado por algunos vicepresidentes anteriores, pero aún recuperable.
En Estados Unidos, cuyo modelo de vicepresidencia fue copiado literalmente por la Argentina, una vez que el presidente asigna determinado espacio al vice, tal anexión queda firmemente arraigada; no se concibe que los presidentes venideros la alteren. Así lo explica Jody Baumgartner en The Vice Presidency Reconsidered: si un presidente cambiara el patrón de asignación o acceso a los recursos, pondría en riesgo a la vicepresidencia y, por extensión, a la administración, perdiendo prestigio y, por lo tanto, credibilidad. No parece que a Cristina Fernández le preocupen en demasía el prestigio y la credibilidad de las instituciones de su país.
¿Qué ocurriría si, una vez en sus respectivos cargos, los Fernández comenzaran a chocar? Probablemente se haría patente que la vice tiene más poder que el presidente, lo cual refleja una grave anomalía. Primero, porque dejaría al desnudo que el poder de uno y otro no es institucional, sino personal. Es decir, Cristina no tendría más poder que Alberto Fernández debido a sus respectivas condiciones de vice y de presidente, sino pese a ellas. Ella ostentaría un poder que rebasa ampliamente el natural de su cargo, y la presidencia vería artificialmente mermado su poder. En segundo lugar, porque ante una colisión entre ambos, el presidente debería mantener la primacía, como ocurrió entre Cristina y Cobos. Sin embargo, en la dupla Fernández-Fernández seguramente se daría lo contrario. Si en 2008 Cobos hubiera tenido más poder que la presidenta, en vez de quedarse en su cargo haciendo -como hizo- oposición desde dentro del Ejecutivo, seguramente habría podido forzar la renuncia de Cristina y ascender a la presidencia; y la posibilidad de un presidente forzado a renunciar por su vice es una patente anomalía, que genera dos de las amenazas más serias para un sistema político: en potencia, inseguridad política; en acto, inestabilidad.
Diversos estudios académicos han abordado una característica especialmente conflictiva de la vicepresidencia al estilo estadounidense: la incapacidad del presidente de remover a su vice. Los sistemas parlamentarios, en cambio, asumen que el jefe del gobierno debe tener un gabinete de su confianza, y por ello debe poder apartar a cualquier miembro, vicepresidente incluido, si tal confianza se rompe. Cristina, en efecto, no podría desarrollar su estrategia a través de la Jefatura de Gabinete o ministerio alguno, dado que el presidente tiene disponibilidad sobre esos cargos. Solo la vicepresidencia le garantiza que, si las buenas relaciones se ven perturbadas, el presidente no tendrá capacidad legal de separarla del Ejecutivo.
La vicepresidencia, como demostró Cobos, es órgano medular del cuerpo Ejecutivo. El símil anatómico permite ir aún más allá: en el ser humano, si los órganos fundamentales son separados del cuerpo, la muerte de este está asegurada. En cambio, la vicepresidencia tiene una potencia vital extraordinaria: si el órgano presidencial es arrancado del cuerpo Ejecutivo, no solo no muere el conjunto -y la vicepresidencia como parte de él-, sino que, muy por el contrario, el órgano vicepresidencial llega al apogeo de su fuerza: alcanza la presidencia.
Tras ocho años al frente del Ejecutivo argentino, Cristina sabe esto perfectamente. Pero en política, que dista mucho de ser una ciencia exacta, saber no equivale a calcular bien. El tiempo dirá si la vicepresidencia se convierte nuevamente, tras subvertir el espíritu del cargo, en su talón de Aquiles. No hace falta tiempo, en cambio, para comprobar que la senadora es el talón de Aquiles de la fortaleza institucional argentina.
Profesor e investigador en la Universidad de Gerona, España