La inquietante revolución de la manipulación genética
En un futuro cercano, serán posibles disrupciones biotecnológicas de amplitud colosal
PARÍS.- El anhelo supremo del hombre desde los orígenes de la historia fue rivalizar con Dios. Ahora, dotados de poderes casi divinos -gracias a las nanotecnologías y la biotecnología, la informática y las ciencias cognitivas (NBIC)-, los científicos invadieron la esfera demiúrgica de la creación: gracias a la manipulación genética y a la biología, pueden dar la vida, modificar el genoma y, dentro de poco, con el auxilio de nanocomponentes electrónicos, serán capaces de reprogramar e hibridar el cerebro. El futuro de la humanidad será fascinante, pero también extremadamente inquietante porque, dentro de las marmitas de cada aprendiz de brujo, borbotea el riesgo de ver surgir un Golem incontrolable. El bioquímico chino He Jiankui demostró en enero que, obnubilados por la perspectiva de celebridad y fortuna, algunos científicos están resueltos a atravesar con sus experiencias las fronteras de la legalidad, la ética y la decencia. Con el pretexto de acordarles la "habilidad natural" de resistir a una hipotética infección del VIH, las manipulaciones que realizó en el secreto de su laboratorio permitieron dar a luz dos gemelas, Lulú y Naná, editadas genéticamente.
He no se detuvo en ese punto de la transgresión. Un artículo de la MIT Technology Review acaba de revelar que el cerebro de las gemelas resultó "accidentalmente aumentado" porque la modificación que las protegerá del sida tiene consecuencias directas sobre el funcionamiento del cerebro. Las ratas sometidas a ese tipo de manipulaciones en pruebas de laboratorio registran un "notable incremento" de sus capacidades cognitivas (memoria e inteligencia), lo que significa en otras palabras que aumentan su cociente intelectual (QI). En vista de esos resultados, ahora se sabe que He mintió. Su verdadero objetivo era realizar el primer aumento genético del cerebro. Por cultura y acaso por adoctrinamiento político, ignoraba o no le importó violar la advertencia del Eclesiastés: "Considera la obra de Dios. ¿Quién puede enderezar lo que Él ha torcido?". He prefirió seguir la incitación del psiquiatra norteamericano Willard Gaylin (94 años): "No solo creo que vamos a manipular a la Madre Naturaleza, sino que estoy seguro de que es lo que ella quiere", predica el cofundador del instituto independiente de bioética Hastings Center.
Esa tentación domina los trabajos de los llamados transhumanistas. Esa corriente radical -fuertemente implantada en ambas orillas del Pacífico, de Silicon Valley a China y Corea del Sur- predica el recurso a todas las posibilidades de transformación que ofrecen la tecnología y la ciencia para optimizar las capacidades físicas y mentales de los seres humanos. Para ese movimiento, que opera como un lobby y que algunos califican de secta, las promesas de convergencia que ofrecen las NBIC llegaron a los laboratorios como una bendición porque la sinergia de recursos potencia la investigación y permite espectaculares progresos.
He Jiankui no hizo más que aplicar a escala humana los trabajos que realiza el prodigio chino Zhao Bowen (27 años) en su laboratorio de genómica cognitiva de Pekín (BGI), considerado el mayor centro de secuenciación de ADN del mundo. Zhao Bowen y su equipo recogieron material genético procedente de unos 2000 cracks universales, dotados de un QI excepcional (más de 145), analizaron sus patrimonios genéticos y los compararon con los de personas de inteligencia media (QI en torno de 100). De esa forma, esperan identificar las variantes genéticas que aparecen asociadas a las capacidades superiores a la norma.
El camino abierto por He Jiankui no contribuirá a refrenar la impaciencia de los investigadores seducidos por las tecnologías NBIC. En un horizonte máximo de 20 años, el mundo conocerá disrupciones biotecnológicas de amplitud colosal, como la utilización de células madre para regenerar órganos, las terapias génicas, los implantes cerebrales, la generalización de las técnicas antienvejecimiento, el diseño genético de bebés y la fabricación de óvulos a partir de células de la piel. Ese escenario abre más de un interrogante. Es evidente que el hombre moderno -obsesionado por la belleza, la juventud eterna y la prolongación de la vida- está dispuesto a aceptar todas las transgresiones que postula la ciencia. Sin ser conscientes de los cambios que protagonizó en los últimos años, a partir del siglo XX el ser humano comenzó a evolucionar progresivamente hacia el transhumanismo, una condición que -por añadidura- acentuó sus fantasmas naturales de omnipotencia.
Desde que aceptó mejorar su visión con las gafas inventadas en 1312 por el monje franciscano Alessandro della Spina, el hombre consintió en convertirse progresivamente en cíborg. Los estimuladores cardíacos, las caderas artificiales o los pacemakers cerebrales corresponden exactamente a la definición de cíborg: una fusión de elementos orgánicos y dispositivos cibernéticos que mejoran la capacidad del organismo mediante el uso de tecnología. Ahora que el siglo XXI le ofrece la oportunidad faustiana de mejorar y prolongar su existencia, será difícil que acepte bajar del vertiginoso tobogán transgresivo. La mayoría de la gente -los occidentales, en todo caso- mira con entusiasmo esta biorrevolución con la esperanza de envejecer más lentamente, sufrir menos e incluso morir menos, si cabe la boutade.
Las manipulaciones genéticas nunca son inofensivas. Actuar sobre la doble hélice del ADN modifica inexorablemente la estructura cognitiva y las capacidades intelectuales del ser humano. He abrió una caja de pandora de imprevisibles consecuencias porque, si Lulú y Naná obtienen un aumento sensible de sus QI, crearán la tentación de encargar hijos superdotados, que de paso sean altos, rubios y de ojos verdes. Aunque aún no se sabe cuál es la influencia exacta que tiene el componente genético en el QI -entre 20% y 80%, según las diferentes opiniones-, no existe duda de que la ciencia podrá, a término, aumentar las capacidades cognitivas de los bebés.
Por el costo que tendrá ese tipo de manipulaciones, concebir un bebé a la carta puede convertirse en un privilegio reservado a las élites. En segundo lugar, abre interrogantes que desbordan el marco estrictamente científico porque constituyen una ruptura de los principios deontológicos, políticos y morales que estructuran a nuestras sociedades en este momento de la historia. Pero nadie es capaz de imaginar cómo evolucionarán esos preceptos éticos cuando el mundo deba confrontarse -a mediados de este siglo- a un arsenal infinito de posibilidades y amenazas científicas. Muchas de esas oportunidades cuentan con el estímulo de laboratorios obnubilados por la religión del profit y por regímenes que creen haber encontrado las piezas para armar como un lego el anhelado "hombre nuevo". El tercer riesgo es de naturaleza geopolítica.
Los países lanzados a la carrera por la supremacía mundial podrían sentirse tentados a recurrir a las manipulaciones genéticas para crear una élite de científicos excepcionales, un ejército de combatientes indómitos, técnicos y obreros superespecializados, todos dóciles al poder y a la doctrina del partido. China no es la única sociedad que acepta o tolera las biotecnologías: solo 21% de los países prohíbe en forma explícita ese tipo de manipulaciones. La única respuesta cierta a esos interrogantes es que la revolución de las ciencias NBIC no será un camino tapizado de pétalos de rosa.
Especialista en inteligencia económica y periodistica