La grieta no es un invento
En algunos ámbitos se repite como si fuese verdad que la polarización del electorado argentino y, especialmente, de la convivencia, a la que Jorge Lanata bautizó como "la grieta", es una división artificial agitada por el oficialismo con el objetivo de favorecer sus chances para la reelección presidencial. Desde ese punto de vista, la población sería víctima de una manipulación y el encono que se aprecia en muchos niveles de la sociedad no sería la expresión de emociones auténticas sino una construcción premeditada que habría logrado la política electoral. Los que sostienen esas ideas no documentadas creen que esas y otras acciones similares habrían arrastrado progresivamente a la población hacia la intransigencia, la hostilidad y la desautorización mutua. En las interpretaciones más recientes sobre la grieta se sumó otra motivación: el objetivo encubierto que tendría el gobierno de reducir las posibilidades de que surjan otras alternativas políticas. En síntesis, la llamada grieta sería un invento generado por un sofisticado artilugio comunicacional que habría terminado enajenando a la sociedad en dos polos enfrentados, obturando el surgimiento de una tercera fuerza ¿Será así?
Quiero compartir acá otras ideas provenientes de distintos estudios sobre la llamada polarización afectiva que pueden ayudar a ver el fenómeno de una manera distinta.
La polarización afectiva es un concepto específico que describe el proceso de crecimiento constante del disgusto mutuo entre los republicanos y los demócratas desde la década de 60
hasta la actualidad, y que va más allá de la contienda electoral. A lo largo del tiempo esa tensión se midió con encuestas que estudiaron, entre otras cuestiones, la predisposición a casarse con parejas del partido opuesto o el grado de infelicidad que produciría que los hijos lo hicieran. Por ejemplo, en 1960 menos del 5% de los entrevistados contestó que sería infeliz si sus hijos se casaran con alguien del partido opuesto. Hoy en EE.UU. esa cifra supera el 30%. Un estudio titulado "Origen y consecuencias de la polarización afectiva en los Estados Unidos" sostiene que la polarización afectiva es la condición por la cual se construye una identidad social a partir de la aversión que se siente por el partido opuesto. Es decir, las personas empiezan a querer ser -y terminan siendo- lo opuesto a los valores e ideas de un partido o de un líder a los cuales rechazan emocionalmente. En otras palabras, las ideas del otro partido, lo que dicen, lo que hacen y la forma en que actúan sus líderes les produce tanta hostilidad que buscan diferenciarse de ellos al extremo. Se trata de una construcción de identidad similar a la que hacen algunos adolescentes cuando todo su comportamiento está determinado por el deseo de ser lo opuesto a su padres.
Para desarrollar una verdadera identidad social no alcanza con compartir con el resto el rechazo y hasta el repudio por las ideas contrarias. Para formar parte del grupo partidario, con el tiempo las personas deben adoptar también otras ideas que van más allá de las que motivaron las emociones que dieron origen a su posición, sumar actitudes, gestos, preferencias y hasta aspectos del lenguaje del propio grupo. Al progresar, estar de uno u otro lado de la polarización afectiva deja de ser solo una posición electoral que se define por el voto a un partido político para ser una forma completa de ver la vida modelada por la directa oposición a otra: se ES lo contrario. En otro contexto, la mutua construcción de identidades a partir de las discrepancias fue descripta así en 1922 por Walter Lippmann: "Si nosotros insistimos en nuestros planos y esta persona insiste en rechazarlos, tenderemos rápidamente a considerarlo un necio peligroso, y él, a considerarnos mentirosos e hipócritas. De esta manera pintamos poco a poco nuestros retratos recíprocos".
Los medios fanáticos
En EE.UU los medios de comunicación partidistas, aquellos que abiertamente se sitúan de un lado u otro de la grieta, tienen un relativo impacto en la polarización. Muchas veces estos medios y sus columnistas presentan versiones noticiosas moldeadas para crear emociones negativas sobre sus adversarios. Es común (también lo vimos en la Argentina) que los medios partidistas usen en sus historias y columnas de opinión argumentos y adjetivos extremos, incluso inapropiadas comparaciones con el nazismo o el fascismo. La propagación de estos estereotipos es muy peligrosa porque puede incrementar la hostilidad ya existente, aunque no está claro, según las investigaciones, que logre aumentar la polarización afectiva. Parece ser que estas modalidades periodísticas fanáticas pueden lograr que las personas que ya tienen pensamientos muy polarizados se vuelvan más extremas pero no alcanzarían para persuadir a otros públicos que mitigan la propaganda con información neutral, que suele ser más abundante. En otras palabras, los medios partidistas no pueden hacer que la grieta sea más ancha, pero sí que sea cada vez más profunda. Otra investigación llevada a cabo en 10 países, dedicada a analizar la relación entre la audiencia y los medios en Internet, sostiene que "el consumo de noticias en línea se relaciona sistemáticamente con la polarización percibida, pero no con la polarización real de los individuos". Dicho de otra manera, la noticias en línea no lograrían que las personas se vuelvan más polarizadas pero sus efectos sí podrían hacerles sentir que todos los demás lo han hecho. Por otro lado, para Yphtach Lelkes, profesor de la Escuela de Comunicación Annenberg, una de las razones del incremento de la polarización afectiva debe buscarse en el entorno tóxico de información que surge del lenguaje de algunos políticos y sus seguidores en las vísperas de elecciones muy cerradas (cuando la diferencia entre competidores es de 1% o 2%).
La polarización ocupa todo
La polarización afectiva modifica profundamente las relaciones humanas cotidianas, incluso las más íntimas. En realidad, es ahí donde se manifiesta. Igual que en la Argentina, el estudio prueba que la polarización en Estados Unidos hizo que las personas se replieguen en parejas, amistades y colegas de su mismo signo y que reduzcan o directamente eviten las relaciones con personas del partido opuesto. El estudio sobre el origen de la polarización afectiva del que hablamos antes comprobó que más del 80% de las parejas comparten la misma identidad política. En otro artículo publicado por Scientific American se confirma que "los liberales y los conservadores de los EE.UU. no solo están en desacuerdo en cuestiones políticas, también están cada vez menos dispuestos a vivir cerca, ser amigos o casarse con miembros del otro grupo".
La cautela y la búsqueda de conformidad
La polarización afectiva no es gratuita y lleva a muchas personas a ocultar sus opiniones al enfrentar un clima discordante o potencialmente discordante. En un medio ambiente polarizado se da una amplia zona de incertidumbre en la que no es conveniente revelar a qué grupo se pertenece sin tomar recaudos, por lo cual algunas personas eluden de todas las maneras posibles definirse políticamente o sobre temas polémicos frente a desconocidos o tratan de situarse falsamente en una posición difusa. El silencio (en una escena, escuchar y observar sin opinar) suele ser una actitud defensiva para establecer cuál es la opinión dominante en un ámbito y actuar en consecuencia. Como describió la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann en 1977, el miedo intenso a quedar socialmente aisladas lleva a las personas a intentar percibir cuál es el clima de opinión antes de hablar, de manera de poder administrar cuáles opiniones se pueden decir sin sufrir consecuencias y cuáles no, y a partir de esa evaluación decidir también si es conveniente hablar, callar, disimular e incluso mentir con tal de adaptarse a la opinión mayoritaria, como lo demostró el famoso experimento de conformidad de Solomon Asch (vale la pena ver el video)
La polarización incrementa el silencio en las redes
Contrariamente a lo que se suele pensar, ante temas que dividen a la opinión pública la gente es aún más cauta en las redes sociales que en sus relaciones cara a cara. Un estudio de 2014 realizado por el centro de investigación Pew Research Center decía que "algunos creadores y simpatizantes de las redes sociales han esperado que las plataformas de las redes sociales como Facebook y Twitter produzcan espacios de discusión lo suficientemente diferentes como para que las personas con opiniones minoritarias puedan sentirse más libres para expresarse, ampliando así el discurso público y agregando nuevas perspectivas a la discusión cotidiana de los problemas políticos". El estudio se propuso investigar si esto es así mediante una encuesta de la cual participaron 1.801 adultos. En concreto la investigación buscó medir la predisposición a hacer públicas las opiniones sobre el caso Snowden-NSA (un tema extremadamente polémico en el momento del estudio). Una de las conclusiones fue que el 86% de los entrevistados estaba dispuesto a tener una conversación en persona sobre el tema, pero apenas el 40% publicaría esas mismas opiniones en Facebook, Twitter u otras redes.
Igual que acá
En definitiva, la polarización afectiva que describen distintos estudios sobre la población norteamericana, la tensión entre demócratas y republicanos que no deja intersticios para otras opciones, parece calcada de la que pueden experimentar los argentinos sobre el tenso clima de opinión actual. Es igual que acá. Por eso podemos estar seguros de que la polarización que vemos en la Argentina no es un invento creado por asesores ni una manipulación electoral, tampoco es una situación que se reducirá con diagnósticos, buenos deseos o avalando alternativas. La polarización afectiva es -como dice el profesor Yphtach Lelkes- una identidad real, que puede llegar a ser tan profunda como la raza o la religión; una identidad surgida y sostenida por la aversión al otro. Por eso debemos sospechar que la llamada Corea del centro -ese territorio imaginario de posiciones alternativas que existiría más allá de la polarización- tal vez no existe. O si existe, quizás sea apenas más ancho que un cabello.