La escuela pública, extraviada en su laberinto
Creatividad asfixiada, burocracia y falta de autonomía son algunos de los tantos males que arrastra un modelo educativo que atrasa y hace abandono de los alumnos
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Extraviada en el laberinto de los conflictos sindicales , incapaz de garantizar lo elemental -el dictado continuo de clases- y reacia a ser evaluada, la escuela pública parece cada vez más alejada del impulso creativo, de la innovación y de la capacidad de generar curiosidad y motivación entre los jóvenes. Es una escuela traumatizada, que ha perdido vitalidad y que no sorprende ni seduce a una generación que -en el mejor de los casos- va al colegio con más resignación que entusiasmo.
¿Cuáles son las ideas que germinan en la escuela? ¿Dónde está la creatividad? ¿Con qué sorprende a los alumnos y a los padres? Hay buenos ejemplos y experiencias alentadoras. Lo son las olimpiadas matemáticas (que proponen una fórmula estimulante y original); también los simulacros de debates (que invitan a los alumnos a asumir y defender posiciones contrapuestas sobre temas de interés). Hay programas novedosos e interesantes, como el que incorpora el bachillerato en robótica y la Tecnicatura en Ciencia de Datos e Inteligencia Artificial. Y está el ejemplo de Martín Salvetti, el profesor de una escuela técnica de Temperley que llegó a estar postulado al "Nobel de educación" por el éxito de su radio escolar para combatir la deserción. Pero ¿hablamos de una educación creativa e innovadora o de intenciones y experiencias aisladas que no definen al conjunto del sistema?
En las últimas décadas, la escuela ha confundido vanguardia pedagógica con confusas reformas programáticas y con la imposición de neologismos y maquillajes que han dado muy malos resultados. Las pruebas Aprender son una demostración categórica: los chicos tienen severas dificultades para comprender textos y resolver cálculos elementales. Ni hablar de la capacidad para exponer ideas, oralmente o por escrito, con claridad y coherencia. El retroceso en la calidad educativa es un dato que solo puede negarse desde algún ideologismo que, por lo general, encubre la defensa de un privilegio.
Mientras el mundo evoluciona y se transforma a mil kilómetros por hora, la escuela se desplaza como un cangrejo: lentamente y hacia atrás.
La creatividad está asfixiada por una patología que ha dañado a las escuelas: la burocracia y la falta de autonomía. ¿No habría que incorporar clases o talleres para educar a los chicos en la ética digital y en los códigos de conducta para manejarse en las redes sociales sin herir ni lastimarse? Una directora contesta: "Lo que pasa es que para eso dependemos de una autorización de la inspectora, que a su vez necesita que el ministerio habilite una reforma programática para introducir nuevos contenidos". ¿Y la posibilidad de convocar a padres para que cuenten sus experiencias laborales en talleres de orientación vocacional? "La participación de los padres en las aulas está regulada por los acuerdos de convivencia y no contempla su intervención en actividades curriculares o extracurriculares". No son exageraciones.
Un curso cualquiera, en una secundaria pública, no tiene menos de tres o cuatro "horas libres" semanales por ausencia de un profesor. El adjetivo llama a confusión: se las debería llamar "horas muertas". Pero, en cualquier caso, ¿no han evaluado la posibilidad de que los chicos, en esas horas perdidas, escuchen y vean charlas TED sobre distintos temas, guiados por el preceptor? ¿O que busquen en YouTube entrevistas con escritores, músicos, líderes globales, como Bill Gates, o documentales atractivos sobre personajes históricos? "No se puede porque el preceptor es auxiliar docente y no está habilitado para cumplir tareas de enseñanza". ¿No podría haber docentes "comodines" que cubrieran las horas libres? "No está contemplada esa figura en el Estatuto".
La escuela se ha convertido en una institución impotente, donde el desaliento aplasta cualquier idea, por más sencilla que sea. La desmotivación, combinada con burocracia y reglamentarismo, la ha encerrado en una espiral de inercia y conformismo reñida con el desafío de educar.
Los colegios también se han replegado y encerrado en sí mismos. Las visitas escolares a fábricas, museos, granjas, instituciones públicas y lugares históricos se han restringido mucho por factores diversos (desde los costos hasta las cuestiones de seguridad y responsabilidad de las que la escuela "no puede hacerse cargo", como de tantas otras cosas). Aun en ciudades capitales donde los tienen a un paso, la mayoría de los alumnos termina el secundario sin haber ido nunca a un recinto legislativo, a una destilería o a un museo de arte. Un ejemplo al azar: a pocos metros de la única obra que diseñó Le Corbusier en América Latina (la casa Curutchet de La Plata) funcionan dos de los colegios secundarios más importantes de la capital bonaerense. La obra es un monumento artístico, urbanístico, histórico y cultural reconocido internacionalmente. "Los chicos (de los colegios ubicados a cuatro cuadras) no la conocen. Pueden pasar durante años por la puerta sin saber qué es ni qué significa. Y por supuesto sin conocer a Le Corbusier. Si un profesor propone llevarlos, encontrará tantos obstáculos que terminará desistiendo". Lo explica un exdirectivo. ¿Y no pueden llevarlos en una hora libre? "No pueden salir sin autorización de los padres". ¿Y los padres autorizan que pierdan horas de clases sin hacer nada? Para eso no se les pide autorización. Si no hubiera muerto en 1924, Kafka podría haber encontrado inspiración en el sistema educativo de la Argentina.
Pueden parecer pequeñas cosas, pero educar -al fin y al cabo- es una sucesión de pequeñas cosas, hilvanadas con una mezcla de compromiso, entusiasmo, imaginación y sensatez. Enseñarles a los chicos aquello que los rodea; inculcarles la curiosidad y la valoración de su propio entorno; apoyarse en las potencialidades y fortalezas de su comunidad son cosas elementales que la escuela no puede desaprovechar. Para esto, es crucial incentivar las ganas de los docentes, sin anestesiarlas con temores y burocracia.
Hace décadas que la educación está atrapada en el debate de los sueldos y los paros. Los chicos ya no pierden días, sino años de clases. Decir que la escuela hace "abandono de alumnos" sería llamar a las cosas por su nombre. Hace falta un "sindicato de padres" que represente el interés de los chicos. Y que reclame, por ejemplo, una carrera docente basada en el mérito y no en la antigüedad; una formación de excelencia para maestros y profesores y un boletín en el que no solo consten las ausencias del alumno, sino también las de sus docentes. Mientras tanto, se acentúa el éxodo hacia colegios privados. La "defensa de la escuela pública" ha provocado, en verdad, su degradación. Seguimos fabricando excusas y coartadas para una escuela que no enseña, no motiva, no estimula la curiosidad y el entusiasmo. Es una escuela que se encierra en su "mundito" de ficciones e impotencias y que cada vez responde menos al exigente e imperioso desafío de formar a la generación del futuro.
Nunca es fácil revertir una cultura de decadencia. Pero empezar por darles más autonomía y liberar de ataduras burocráticas a maestros, profesores y directores; confiar más en ellos y en su propia creatividad; estimular y premiar las ideas originales, por menos ambiciosas que parezcan, puede ser, al fin y al cabo, un buen punto de partida.
Periodista y abogado