La “desaparición pública” de Daniel Ortega
Mientras la mayoría de los países de nuestra región están alertas y preocupados respecto de la peligrosa pandemia del coronavirus que hoy azota al mundo, Nicaragua parece no estarlo.
Sus autoridades, en cambio, han estado estimulando a sus ciudadanos para que gocen a pleno de sus fabulosas playas y aprovechen todo lo posible los feriados de Semana Santa. No han cerrado sus fronteras ni dispuesto medidas sanitarias preventivas de ningún tipo. Los campeonatos de fútbol profesional continúan como si nada pasara, con los estadios abiertos al público y los juveniles conciertos de rock al aire libre siguen, despreocupadamente, teniendo lugar.
Daniel Ortega, que en 1979 encabezó la revolución sandinista por la que en ese entonces asumió el poder destronando a la familia Somoza, tiene hoy 74 años y es -una vez más- presidente del país.
Pero inquieta sobremanera el hecho de que no ha aparecido en los medios desde hace ya casi un mes. Muchos creen que este mandatario -quien alguna vez fue un líder guerrillero marxista- está seriamente enfermo o hasta incapacitado. Otros, más pesimistas, especulan con que hasta podría estar muerto. Pero, entre el gran público, nadie tiene certeza sobre la verdadera situación de Daniel Ortega. En torno al tema, el gobierno se mantiene en un desconcertante silencio.
Mientras tanto, la ambiciosa y autoritaria esposa de Ortega, Rosario Murillo, maneja todos los hilos políticos y económicos del país, como -de hecho- viene ocurriendo desde hace rato ya. Su familia, asociados y amigos son los "dueños" de la Nicaragua actual.
Con el socialismo, Nicaragua es hoy el segundo país de nuestra región en materia de pobreza extendida, superado -en términos de número de personas que están sumergidas en ese mal- tan sólo por el inocultable desastre de Cuba.
Ante lo que sucede, la propia Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha solicitado expresamente a las autoridades de Nicaragua que reconozcan la gravedad de la pandemia y adopten las medidas elementales de distanciamiento social que son necesarias para tratar de contenerla. Como corresponde, naturalmente.
Nicaragua -que tiene unos seis millones de habitantes y una relativamente baja densidad poblacional- dice tener tan solo nueve casos de coronavirus y apenas una muerte que ha sido atribuida a esa infección que, como bien sabemos, puede ser letal.
No obstante, los flujos del turismo que visita a Nicaragua han disminuido muy notoriamente. Los ciento sesenta mil turistas que cada año normalmente visitan este país han prácticamente desaparecido. Las fronteras están abiertas, pero pocos ahora las cruzan.
Los países vecinos ya no ocultan su preocupación por la situación prevaleciente en Nicaragua y sus posibles efectos a través de las fronteras. Costa Rica, concretamente, que es muy transparente en esta materia, ha señalado que tiene ya unos quinientos casos de coronavirus. Y el gobierno cubano ha sostenido que tres de sus ciudadanos que acaban precisamente de regresar de Nicaragua, han adquirido el virus.
La Iglesia Católica de Nicaragua, muy prudente pese a todo, canceló las tradicionales celebraciones de Semana Santa en las que normalmente participan numerosos fieles. Lo que es toda una señal de buen juicio.
Los regímenes autoritarios no son transparentes, ni siquiera en materia de salud pública. Ello, por cierto, pone en serio peligro a todos los demás, imposibilitados de saber a ciencia cierta, lo que efectivamente sucede en materia sanitaria más allá de sus límites jurisdiccionales inmediatos.
Exembajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas