La conjura de los necios
La sociedad argentina involuciona en lo económico y lo social desde hace décadas, pese a contar con recursos materiales y culturales favorables. Las interpretaciones dadas por argentinos son variadas, pero ninguno se siente responsable. La preferida apunta a que los males vienen de afuera, pese a que nuestros mejores momentos económicos se relacionan con hechos externos: intercambios agropecuarios con Inglaterra que en los inicios del siglo XX nos ubicaron entre las primeras potencias económicas mundiales, y la Segunda Guerra Mundial, que nos obligó a la sustitución de importaciones.
Una interpretación diferente coincide con la respuesta que dio Fernando Henrique Cardoso a la pregunta "¿a qué debemos temer en la Argentina?", cuando afirmó: "A ustedes mismos". Y para iniciar esa interpretación diferente se necesita una idea aproximada sobre la "sociedad". Son muchos los conceptos elaborados para hablar de ella, pero para este análisis bastan las nociones de Adorno, quien destaca que si bien la base de toda sociedad es la existencia de un conglomerado humano, para que ella exista realmente es imprescindible que haya interacción entre esas personas, interacción que puede darse con una visión de intereses antagónicos (sálvese quien pueda) o asociando el destino de cada uno al de los demás (lo que la sociología llamó "cohesión social").
La falta de esa cohesión lleva a diferentes formas de fracaso como sociedad: ya sea una anomia generalizada, ya la incapacidad de generar el proceso productivo necesario para atender el bienestar general. Incapacidad que se ve favorecida cuando a las conductas individuales se suma la acción de grupos que, ya sea por privilegiar sus intereses sectoriales o por anteponer sus postulados ideológicos, se oponen a cursos de acción que buscan crear las condiciones para producir la riqueza que atenderá las demandas de todos los ciudadanos. Acciones que, por intereses o ideales contrapuestos, se convierten en lo que el joven John Kennedy Toole definió como "la conjura de los necios", al dar ese título a su única novela, merecedora del Premio Pulitzer. (De las varias acepciones de "necio", aquí se utiliza "terco y porfiado en lo que hace o dice").
Conjura que se alimenta de la falta de un verdadero desarrollo económico, a la vez que influye en que ese desarrollo siga sin alcanzarse. Una dialéctica que hace tiempo terminó con la cohesión social de nuestra sociedad.
En cuanto a lo primero, es así desde que el crecimiento económico de principios del siglo XX no se convirtió en desarrollo, ya que los éxitos en la actividad primaria, aun cuando repercutieran en el comercio y los servicios, no fueron acompañados de una consolidación de la incipiente industria de la época. Por su parte, la sustitución de importaciones se organizó sobre la base de un acuerdo de actores económicos que, bajo la tutela del Estado, da lugar a una articulación entre corporaciones sindicales y empresarias que debilitó una competitividad necesaria para que nuestro desarrollo económico se consagrara. En la década del 50, Perón comienza a introducir cambios a esa política sustitutiva en busca del desarrollo, pero los militares interrumpen ese proceso. Años después, Onganía sella, con su pacto sindical-militar, la consolidación del populismo económico que nos aleja aún más del desarrollo (con un crecimiento de nuestro PBI menor que el de Bolivia, Chile y Perú, entre otros, y una pobreza que ya supera el 35%).
En cuanto a su influencia sobre el estancamiento, al papel de los militares en esta "conjura de los necios" deben agregarse: los anquilosados dirigentes sindicales que privilegian el incremento de sus fortunas personales, como surge de las malversaciones en las más variadas organizaciones sindicales registradas por el periodismo; empresarios actores en un capitalismo de amigos que les permite enriquecerse por medio de negociados con el Estado, tal como surge de lo registrado en sus cuadernos por Centeno; la clase política, que es la condición necesaria para todas esas aberraciones, y una intelectualidad "progresista" que, en su "enfermedad infantil", sigue poniendo el carro delante de los caballos y reclama la igualdad en la distribución de una riqueza que no saben cómo se produce. Una "igualdad económica" que al no especificarse puede asimilarse al tipo 5 de Sartori, que la identifica con la "propiedad estatal de toda la riqueza", tal como ocurre en las dictaduras estalinistas.
Miembro del Club Político Argentino