Jardines para salvar al mundo
Un hombre que cultiva su jardín como quería Voltaire, tal como nos lo recuerda Borges en su poema "Los justos". Esos justos anónimos que, nos dice, están salvando al mundo.
Pero ya no es suficiente. Hoy es también un hombre o una mujer que recorre un bosque y planta un árbol. Que mira a su entorno con desconcierto, porque no comprende lo que hemos hecho del paraíso que nos fue legado. Que tiende la mano al otro, sea humano o no humano.
Un hombre o una mujer que cultiva su jardín y produce sus alimentos para sí y para su familia. Y para otros. Para las aves, las mariposas y las abejas, para los gusanos y los escarabajos, para los hongos y todas las malezas. Para el mundo microscópico que nos sostiene y para el universo prodigioso que nos alberga.
Un hombre o una mujer que cultiva su jardín y lo hace en silencio porque no necesita pregonarlo y sabe que son sus acciones las que valen y las que transforman. No busca reconocimiento ni más recompensa que contemplar la belleza y multiplicarla con sus manos en diversas formas de vida.
Un hombre o una mujer que escucha la música de la naturaleza, que entiende su perfección y se siente parte de ella. Que cree con Whitman que una hoja de hierba no es inferior a la jornada de los astros y que una hormiga no es menos perfecta ni lo es un grano de arena. Que el escuerzo es una obra de arte digna de los gustos más exigentes y que la articulación más pequeña de sus manos representa un escarnio para todas las máquinas.
Un hombre o una mujer que se resiste a la extinción. Que no comprende la inacción humana ante el exterminio inminente de un millón de especies de animales, plantas e insectos, ante la advertencia científica declamada y desoída y ante la verdad irrefutable de un ambiente global en llamas.
Un hombre o una mujer que no desecha nada ni a nadie, porque sabe que no hay parte que no esté conectada con el todo y que desechar cualquiera sería desecharse a sí mismo. Un hombre o una mujer que no quiere poseer sino lo que pueda compartir, y que reniega de un sistema que reduce nuestra compleja esencia a simples principios mecánicos, a egoístas leyes del mercado y al puro utilitarismo de los poderes económico-políticos que se rinden a dogmas desconectados de la realidad física y biológica, indiferentes a sus límites infranqueables.
Un hombre o una mujer. Treinta y seis hombres y mujeres. Un millar de millares de hombres y mujeres justos que cultivan sus jardines. Muchos de ellos son niños, niñas, adolescentes, jóvenes. Algunos están dispersos aún. Pero se van uniendo. Se están comunicando. Van tejiendo una red invisible y consistente. Indestructible. Ya dialogan, ya se conocen, ya saben que, secretamente, están salvando al mundo.
Politólogo, Director ejecutivo del Club de Roma, Argentina y fundador del Movimiento Agua y Juventud