Hacia un patrimonio sustentable
Las polémicas sobre el destino de nuestro patrimonio son cada vez más frecuentes: cierra una librería histórica, un magnífico teatro se queda sin público o una fábrica emblemática ya no es rentable. ¿Qué se hace con esos bienes? Ante el patrimonio amenazado, el público se indigna, la prensa refleja la controversia y un funcionario propone un apresurado salvataje; eso raras veces trae soluciones duraderas porque, en definitiva, hay mucho más patrimonio necesitado que recursos disponibles para mantenerlo.
La sustentabilidad del patrimonio merece una reflexión más profunda. En nuestro país, un caso testigo de revitalización de un patrimonio valioso, que dio resultados elocuentes, es el de Villa Ocampo. Abandonada, saqueada y envuelta en conflictos, el proyecto que la Unesco estableció allí en 2003 logró restaurar el sitio y crear un programa adecuado y financieramente sustentable.
¿Qué enseñanzas nos dejó esa experiencia? La primera es que la gestión de los monumentos debe ser más participativa y territorial. "Sin la comprensión y el apoyo del público y de las comunidades locales, que son los verdaderos custodios del patrimonio, ninguna cantidad de dinero ni ejército de especialistas serán suficientes para proteger los sitios", había dicho el director general de la Unesco. El organismo internacional delegó entonces parte de la gestión, invitando a diversos actores: el Estado, la Municipalidad de San Isidro, varias ONG comprometidas con la memoria de Victoria Ocampo, la embajada de Francia, la Universidad de San Andrés, vecinos, amigos y familiares de la dueña de casa.
A nivel nacional se podría imitar esta práctica, promoviendo la creación de redes y la identificación de partes interesadas. Por ejemplo, el patrimonio inmueble de la Argentina fue generado en algunos casos por la obra sistemática del Estado (escuelas, hospitales y obras de infraestructura) y en otros por participaciones del exterior (ferrocarriles, puertos, saneamiento). Pueden establecerse así conexiones que potencien el número de interesados en participar en la revalorización, protección y revivificación del bien. También se debe avanzar en la reglamentación; los monumentos deben "ganarse la vida", realizando actividades. Para eso hay que confeccionar y consensuar los llamados grados de protección patrimonial de un edificio, que determinan las intervenciones y los usos admitidos en cada sector de un bien histórico. Esta es una herramienta eficaz, que fue aplicada por primera vez en Villa Ocampo, donde permitió la realización de muchas actividades rentables sin concesiones al cuidado del patrimonio ni al mal gusto.
El patrimonio argentino es de una enorme riqueza y variedad; abarca desde los primeros testimonios de los habitantes originarios hasta construcciones de la segunda mitad del siglo XX: casas y corrales, capillas y fuertes, puertos y ferrocarriles, avenidas y parques, mercados y fábricas, diseminadas por todas las regiones del país y representantes de los estilos más diversos, del colonial al posmoderno. Muchos de esos sitios necesitan un nuevo destino. El caso de Villa Ocampo demostró que la investigación, la elaboración de un plan de conservación y el respeto de normas que reglamenten el mantenimiento, las intervenciones y los usos admitidos del edificio son herramientas eficaces, que permitieron transformar un lugar congelado en el tiempo en un sitio lleno de actividades donde el pasado interpela al presente y le permite mantenerse vivo.
Autores de Patrimonio en el siglo XXI. El caso Villa Ocampo.
Fabio Grementieri y Nicolás Helft