Hablar y escuchar sin prejuicios
Amedida que en el mundo y en nuestro país las divisiones y las tensiones se agudizan, parecen más urgentes la presencia valiente y la palabra clara de quienes de diferentes maneras representan institucionalmente a quienes apoyan sus vidas en convicciones religiosas. En las más diversas iglesias o comunidades se puede escuchar esa demanda de mayor compromiso con la sociedad desde una actitud de apertura, cercanía, capacidad de escucha y respeto de las diferencias.
La religiosidad de las personas ya no se expresa únicamente a través de las instituciones religiosas. Fuera de ellas pueden encontrarse grandes testimonios de espiritualidad y compromiso con el bien común. Pero eso no disminuye la importancia social de quienes tienen responsabilidades de conducción en ese tipo de instituciones.
El secularismo de hoy ya no es aquel secularismo prepotente y agresivo que consideraba a las religiones refugios para ignorantes y a las instituciones religiosas manipuladoras de esa ignorancia o desconocedoras del avance científico y los derechos individuales. Se trata ahora de un secularismo que sabe que la ciencia no tiene todas las respuestas y reconoce que el poder que no es acompañado y acotado por valores trascendentes resulta peligroso.
Las instituciones religiosas ya no pueden representar aquel papel que las sociedades les atribuyeron, o que ellas mismas se adjudicaron, de ser las conciencias de los pueblos o supuestas "reservas morales". Nadie puede ni debe pretender ocupar ese lugar, pero eso no implica que las instituciones religiosas carezcan de un papel por desempeñar.
Ahora se necesita que ofrezcan en un plano de igualdad democrática las riquezas de sus tradiciones en los debates de la sociedad secular de la que forman parte. No bastan genéricas declaraciones a favor de la vida o en defensa de los pobres, proclamadas desde lo alto de creencias incuestionables.
Y mucho menos necesaria es la presencia de esas instituciones en un terreno de competencia por el poder o de influencia en la sociedad. Los ciudadanos se enriquecerían si se las viera formando parte de los debates cotidianos y aportando sus riquezas espirituales acumuladas a lo largo de los siglos, sin pretensiones de infalibilidad ni hablando desde lugares de privilegio social, intelectual o de cualquier otro tipo.
El Papa y muchos líderes religiosos del mundo promueven y reclaman diálogos como único camino para superar divisiones que se agudizan. Para que esos llamados no sean solo expresión de buenas intenciones, urgen la presencia y la palabra de esas instituciones en los debates democráticos, ejercidos en pie de igualdad, con respeto por las demás voces y con capacidad de escuchar, de conversar.
Los prejuicios de quienes se han quedado en el pasado y solo son capaces de ver en las instituciones religiosas "instancias de poder" y los complejos de muchos religiosos que no se atreven a pronunciar una palabra por temor a ser discutidos o malinterpretados privan a la sociedad de riquezas muy necesarias para estos tiempos de graves y peligrosos desencuentros.
A esta altura, quienes tienen honestidad intelectual entre los creyentes ya saben que las convicciones religiosas no pueden imponerse, y quienes tienen la misma honestidad entre los no creyentes ya saben que en las tradiciones religiosas se encuentran demasiados aportes que no habría que menospreciar. Ya es hora de atreverse a hablar y a escuchar sin prejuicios.