Exoplanetas de Dios
El Premio Nobel de Física 2019 fue otorgado a James Peebles por sus aportes teóricos en cosmología, y a Michel Mayor y Didier Queloz, por la detección del primer exoplaneta, es decir, de un planeta que orbita alrededor de otra estrella de tipo solar. Ambos descubrimientos nos hablan de un universo sin centro y donde podrían existir millones de millones de otras Tierras.
Como director del Observatorio Vaticano, en 2007 tuve la oportunidad de organizar una escuela de posgrado sobre exoplanetas en la que Didier Queloz fue profesor invitado. El programa académico fue organizado por mi amigo y colega Dante Minniti, experto buscador de exoplanetas. En efecto, la Unión Internacional de Astronomía propuso una votación en la Argentina para "bautizar" con un nombre argento al planeta extrasolar HD 48265 b, descubierto por Minniti.
Según Sara Seager, experta mundial en exoplanetas, cuando descubramos que otras Tierras son comunes y veamos que algunas de ellas tienen signos de vida, por fin completaremos la revolución copernicana, un movimiento conceptual final de la Tierra y la humanidad, lejos del centro del universo.
Con respecto a la existencia de vida en el universo, podemos decir que hay dos posiciones extremas. Por un lado, la minoría de la comunidad científica sostiene que la vida en la Tierra sería un caso rarísimo en el universo. Por otro, la visión optimista afirma que la vida es un imperativo cósmico, es decir, la vida se ha originado y ha evolucionado en todos los rincones del universo. Prefiero pensar que probablemente la verdad se encuentre entre estas dos posiciones.
¿Y Dios? ¿Dónde está? ¿Está en el centro -que no existe- de un universo en expansión? ¿Habita en un exoplaneta con el Principito de Saint-Exupéry? Michel Mayor afirma, sin mucha creatividad ni originalidad, que no hay sitio para Dios en el universo. Mayor se suma a una larga lista de grandes científicos que encabezan Pierre-Simon Laplace (1749-1827), astrónomo francés, autor de la primera teoría de formación del sistema solar, y el famoso Stephen Hawking.
Descalzándonos de las sandalias de la ciencia, que no puede dar una explicación exhaustiva de la realidad, para entrar en el espacio sagrado de la fe, podemos decir que esa vida -aun inteligente que puede existir en los rincones más recónditos del universo- tiene su fuente última en Dios, dador de toda vida. Creo que una experiencia profundamente humana es reconocer que la vida nos es regalada hasta que expiramos. Sabemos que solo podemos cuidarla. Usando la imagen bíblica del Génesis, Dios sopla su aliento en todas las narices cósmicas, aun las extraterrestres. Dios habita en el corazón de cada uno de sus hijos humanos y extraterrestres (¡si es que tienen alguna especie de corazón!). Creo que Dios debe de estar orgulloso y feliz de saber que algunos de sus hijos son tan inteligentes como para llegar al punto de comprender los secretos más íntimos de este universo que creó.
Jesuita, doctor en Astronomía, investigador de Conicet-Universidad Católica de Córdoba, exdirector del Observatorio Vaticano