Es necesaria una identidad como país
Cíclicos enfrentamientos y crisis reiteradas nos han dejado cada vez más débiles y con un nivel de pobreza que lastima. Es hora de que políticos, académicos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, dirigentes y ciudadanos de a pie nos definamos como país.
Se imponen el diálogo, la escucha y el respeto para comprender hacia dónde queremos ir, en qué sociedad queremos vivir, qué estamos dispuestos a ceder. Las elecciones nos mostraron como un pueblo dividido y enfrentado. Pero la única división que nos separa es el odio y el resentimiento que algunos pocos fueron sembrando en nuestros corazones a través de la historia. Por eso, con el límite innegociable de la honestidad, aprendamos a tener un rumbo que se ejecute con políticas de Estado perdurables. No podemos ni debemos ser EE.UU. o Venezuela, España o Nicaragua, Australia o Cuba. Definirnos es aún más importante que lograr la unanimidad de acuerdos. No se trata de pactos, se trata de marcar un camino a seguir. Establecer las prioridades y cómo lograrlas.
Tenemos una mitad del país que quiere orden, seguridad, república y democracia. Que no acepta corrupción pública ni tolera negociados, sindicatos mafiosos, intendentes eternos ni una Justicia politizada. Esta parte de los argentinos no queremos que nos devore el narcotráfico ni nos debilite el terrorismo, no tolera más seguir haciendo "esfuerzos" que la clase política nos pide para solventar la ineficacia o corrupción. La otra mitad no registra el daño social de la corrupción de Estado, pero sí exige subsidios cada vez mayores. Es innegable y sano que existan diferencias, pero no hay un solo argentino que quiera la pobreza, el hambre y la desnutrición de nuestros hermanos. Todos queremos tener el mismo derecho a educarnos, las mismas posibilidades de trabajar dignamente. Todos necesitamos de una Justicia rápida, eficiente y sobre todo confiable. Todos queremos que con el pago de nuestros impuestos se construyan más y mejores escuelas públicas y contar con una educación de excelencia e igualitaria, salud pública digna, más transportes, tecnología, infraestructura y energía suficiente para nuestras necesidades. Esta es la única realidad sobre la cual debemos trabajar sin importar el cargo, el momento político o la tenencia del poder público. El dirigente que no comprenda este camino estará condenado al fracaso una vez más y con él lo estaremos todos.
Nuestra identidad es ser un país de progreso y desarrollo con una Justicia más equitativa y verdaderamente distributiva. Educación pública y gratuita, con pedagogías orientadas por proyectos con alto nivel de tecnología. Esto requiere un importante grado de exigencia de formación docente con actividades de desarrollo profesional y una remuneración acorde con su enorme responsabilidad. Asimismo, es necesario dar seguridad jurídica y económica a quienes pueden y quieren invertir para poder generar puestos de trabajo.
Nuestra Justicia debe ser confiable, debe estar desprovista de políticas partidarias. Es indispensable terminar con los mecanismos de selección de magistrados, modificando la ley del Consejo de la Magistratura. A quienes tienen la responsabilidad de administrar fondos públicos se les debe exigir extrema idoneidad y decencia, y en casos de corrupción deben quedar afuera de cargos públicos en el futuro. Es indispensable dejar que una Justicia independiente determine si hay o no delito, y terminar con las interpretaciones políticas. Desterremos la duda sobre la honestidad de quienes elegimos como representantes. Resulta inaceptable que pidamos antecedentes para contratar a un empleado, pero permitamos que se postulen a cargos públicos a quienes cuentan con causas penales pendientes con condenas aun en ambas instancias. Si queremos crecer, debemos sentar estas bases como sociedad y mantenerlas en el tiempo.
Exsecretaria de Estado del Ministerio de Seguridad de la Nación