El valor de la palabra
En su libro Las horas más oscuras, Anthony McCarten narra la llegada de Winston Churchill al poder, durante la Segunda Guerra Mundial. El autor destaca la habilidad discursiva del primer ministro inglés para hacer frente al poderío nazi, ante la chance de que Gran Bretaña quedara en el puño de Hitler. "Las palabras fueron realmente todo lo que tuvo en aquellos largos días", sostiene el novelista. En 1940 hubo tres momentos en los que Churchill hizo de la carencia una virtud. El 13 de mayo, días después de ocupar la residencia de Downing Street, el ex primer lord del Almirantazgo se dirigió al Parlamento. Ante conservadores y laboristas, el sucesor de Neville Chamberlain buscó organizar la resistencia ofreciendo "sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor".
El 4 de junio, en paralelo con la evacuación de Dunkerque, Churchill volvió la Cámara de los Comunes. Tras describir el desastre militar de la nación y advertir una posible invasión alemana, dijo: "Lucharemos en las playas" y "nunca nos rendiremos". La serie culminó el 18 de junio. Ante los legisladores, convocó a los ingleses para enfrentar al Führer y liberar Europa. Su arenga fue épica: "Aprendemos a cumplir con nuestros deberes, y así soportarnos, que si el Imperio Británico y su Mancomunidad duran mil años, los hombres todavía dirán: esta fue su hora más gloriosa". En ocasiones, ciertos líderes se asemejan. Así como Churchill usó las palabras para convencer a una sociedad de luchar contra el nazismo, Raúl Alfonsín apeló a la oratoria y persuadió a la ciudadanía de sepultar la dictadura y vivir en la legalidad republicana. Para eso también habló tres veces.
El 27 de octubre de 1983, ante el millar de personas en el Obelisco, hizo un llamado a la unidad nacional. Quería construir una democracia con poder. Entonces dijo: "Para preservar a la sociedad argentina de cualquier loca aventura golpista no habrá radicales, ni antirradicales, ni peronistas ni antiperonistas, estaremos todos luchando por el futuro argentino". El "rezo laico" del Preámbulo constitucional coronó ese anhelo.
El 1º de diciembre de 1985, ya presidente, Alfonsín leyó el "Discurso de Parque Norte". En la Convención Nacional del radicalismo, presentó la "Convocatoria para una convergencia democrática". El documento sintetizó el ideario alfonsinista: impulsar la democracia participativa; modernizar el esquema institucional, económico y social del país; promover la "ética de la solidaridad" para lograr la igualdad de oportunidades. La trilogía se completó el 19 de abril de 1987, durante la asonada militar comandada por Aldo Rico. Ese día habló dos veces a la multitud en Plaza de Mayo. La primera, avisó que iría "personalmente a Campo de Mayo a intimar la rendición de los sediciosos". En la segunda, su mensaje ganó la posteridad: "Para evitar derramamientos de sangre di instrucciones a los mandos del Ejército para que no se procediera a la represión. Y hoy podemos dar todos gracias a Dios. La casa está en orden y no hay sangre en la Argentina".
Los dos tuvieron palabras claras en tiempos difíciles. Ambos evitaron las posturas irreductibles. Según McCarten, tras la muerte de Churchill se dijo que él "supo movilizar la lengua inglesa y mandarla al campo de batalla". Así derrotó a Hitler en 1945. Alfonsín hizo lo suyo: en 1983, apartó a la sociedad argentina del sendero autoritario y la violencia. Por eso, desde antes de su fallecimiento, el 31 de marzo de 2009, hasta hoy su nombre es sinónimo de democracia y derechos humanos .
Licenciado en Comunicación Social (UNLP); miembro del Club Político Argentino