El sigiloso despliegue de la legión restauradora
A las dos de la tarde del 9 de enero, el sol pegaba con la fuerza de todos los veranos. A esa hora, por la puerta del edificio que concentra los ministerios económicos, salía Gerardo Ferreyra, el directivo de Electroingeniería que había sido excarcelado tres meses antes, tras pasar más de un año en prisión por la causa de los cuadernos de la corrupción. En ese expediente había admitido haber entregado dinero a funcionarios kirchneristas, aunque negó que fuera para ganar licitaciones; adujo que se trataba de un aporte para la campaña.
El empresario, procesado por asociación ilícita junto con Cristina Kirchner y Julio De Vido, venía del despacho del secretario de Energía, Sergio Lanziani. Pidió reunirse para tratar de reactivar su participación en la construcción de las represas Cóndor Cliff y La Barrancosa, en Santa Cruz, después de que los chinos de la firma Gezhouba redujeran su cuota en la UTE que comparten, insatisfechos por la falta de idoneidad de su socio argentino. El pasado golpea la puerta del Gobierno todo el tiempo.
Carlos Zannini tomó las riendas de la Procuración del Tesoro con la firmeza de los reivindicados. El amigo y excompañero de prisión de Ferreyra durante la dictadura también volvió a la cárcel en 2018, pero por tres meses y por el memorándum con Irán.
Hoy trabaja silenciosamente en la coordinación de un ejército de 6800 abogados del Estado con el objetivo de tomar el control del manejo jurídico de la gestión. Sus tentáculos se extienden a todas las dependencias oficiales y su radio de acción se ha venido ampliando. Participó de temas tan disímiles como la megaley de solidaridad de fin de año y del proyecto de la deuda que el Congreso tratará esta semana. "No se muestra, no tiene contacto con los técnicos, pero limpió la estructura directiva anterior y puso un equipo robusto con un objetivo político: consolidar una situación de poder", describe un conocedor de los movimientos de la Procuración.
En el principal juicio en que debe actuar, que es por la estatización de YPF, Zannini tiene dos problemas. Uno, de conflicto de intereses, porque trabajó hasta hace poco para el Banco de Santa Cruz de los Eskenazi, uno de los litigantes contra el Estado. Y otro político, porque como secretario legal y técnico fue el arquitecto jurídico de aquella operación de absorción de 2012 y eso no le genera un buen antecedente ante la jueza Loretta Preska. Quienes interactúan con la magistrada de Nueva York cuentan que está muy al tanto de lo que implicó el cambio de protagonistas en la Procuración y que la prueba de fuego comenzará el 7 de febrero, cuando venza la prórroga que pidió Zannini para responder a planteos del fondo Burford.
La audiencia para avanzar con el nombramiento de Carlos Cruz al frente de la Unidad de Información Financiera (UIF), un órgano de extrema sensibilidad que se dedica a investigar el lavado de dinero, se transformó el último miércoles en un bullicioso déjà vu. El funcionario que asumirá esta semana fue arropado por una legión de kirchneristas que lo acompañaron frente a las impugnaciones que se presentaron contra él por haber trabajado como abogado para Víctor Santa María, un dirigente sindical denunciado por la propia UIF durante el macrismo por lavado de dinero.
Sin embargo, el dato más significativo para los lectores finos de la escena fue la presencia en la audiencia de José Sbattella, el extitular del organismo. Sbattella no solo fue denunciado por el fiscal Gerardo Pollicita por cajonear informes sobre Lázaro Báez, sino que además está sospechado de haber envenenado la relación de cooperación e intercambio informativo con Estados Unidos por filtrar datos reservados que había recibido de una cuenta bancaria norteamericana de Alberto Nisman, cuando tras su muerte el kirchnerismo intentó desacreditar por distintas vías al fiscal.
Sbattella aparece en estas horas como el patrocinante de Cruz y quienes conocen la UIF se preparan para que varios exfuncionarios de su gestión regresen. De hecho lo acompañaron en la audiencia, donde el propio Sbattella hizo una defensa de su gestión y habló de lawfare.
Cruz (un hombre muy valorado por Alberto Fernández y otros actores políticos) ya dio algunas señales de lo que será su gestión. Se refirió mucho a las firmas offshore y dejó en claro que su foco será la evasión y no la corrupción. Lo había dicho apenas fue nombrado: "Se instala la corrupción para evitar discutir la evasión tributaria por parte de grandes empresas, la transferencia de capitales al exterior, el control debido de la fuga de capitales hacia paraísos fiscales". Incluso criticó a la GAFI, el organismo internacional que monitorea el lavado de dinero, que en 2021 volverá a evaluar a la Argentina.
En esa audiencia por Cruz también estuvo Ricardo Nissen, quien solo un día antes había sido propuesto como titular de la Inspección General de Justicia (IGJ), una dependencia clave porque lleva el control legal de empresas y asociaciones civiles. Nissen viene de actuar como apoderado de Máximo y Florencia Kirchner en Hotesur. En sintonía con Sbattella y Cruz, habló de que el verdadero delito son las offshore y de que hay que poner el foco en las personas jurídicas, y no, como hasta ahora, en las personas físicas. Una notable sintonía conceptual.
Mientras tanto, en la Oficina Anticorrupción (OA), su flamante titular, Félix Crous, tomó una decisión clave: desarmó el equipo especial que había creado su antecesora, Laura Alonso, para seguir la causa de los cuadernos, con el argumento de que el director había renunciado, de que los abogados eran externos y de que, como le dijo a LA NACION hace una semana, "no tienen un conocimiento suficiente del caso". Desde Estados Unidos hicieron llegar el mensaje de que la agenda de cooperación en materia de transparencia queda por ahora en suspenso a la espera de señales más nítidas.
La Procuración, la UIF, la IGJ y la OA son terminales coordinadas del silencioso despliegue de Cristina Kirchner, quien está cada vez más cómoda en el rol de "influencer" sigilosa de la gestión. En la primera ola había ocupado las áreas de manejo económico, como la Anses, la AFIP, el PAMI y Aerolíneas Argentinas, además de segundas líneas ministeriales. En esta etapa está terminando de reconfigurar el entramado judicial, el área más sensible para ella.
Cristina fue prudente en ausencia del jefe del Estado. No fue a la Casa Rosada y no firmó ningún decreto; solo se hizo una foto sonriente en el Instituto Patria, su búnker preferido. No quería que se interpretara que estaba ansiosa por otear el sillón presidencial. No le hace falta.
Ella fue realmente la que frenó la movida de Gustavo Beliz para nombrar a Luis Bellando en la embajada en el Vaticano, un auténtico papelón diplomático que ocurrió horas después de que se formalizara su postulación ante la Nunciatura. La vicepresidenta había acordado con Alberto Fernández que esa representación, así como las de China y Rusia, las resolvería ella. Ahora irán María del Carmen Squeff a Roma, Luis Kreckler (secundado por Sabino Vaca Narvaja) a Pekín y Alicia Castro a Moscú. El trato se terminó cumpliendo.
En todos los niveles de gobierno se percibe una tensión entre dos concepciones. Una "restauradora", que añora la época fértil del kirchnerismo y aparece contenida y agazapada a la espera de poder superar la crisis económica para "volver" realmente. Y otra "superadora", que propone avanzar hacia otro estadio que supere la grieta y que se caracteriza por una mayor moderación.
Así, mientras la titular de la Radio y Televisión Argentina (RTA), Rosario Lufrano, habló esta semana de "resistencia" en los medios públicos, el secretario del área, Francisco Meritello, garantizó una "pluralidad absoluta". "Esto expresa la heterogénea conformación de este gobierno", se resignaba un hombre que conoce de cerca a Alberto Fernández, convencido de que si bien por un lado las voces más radicalizadas complican al Presidente, por otro lado lo benefician porque lo muestran como el único garante de la unidad y de la racionalidad. En el mejor de los casos, las diferencias hablan de la búsqueda de una identidad; en el peor, del preámbulo de una guerra.
Mientras la crisis económica siga latiendo como una amenaza, la tensión entre esas dos concepciones permanecerá en latencia, irresuelta, con los "restauradores" ampliando su influencia discretamente y con los "superadores" encargándose de la ardua gestión diaria. Por ahora el Gobierno funciona así. El mañana es siempre una bruma impredecible para la Argentina.