El pacto, a la vista de todos
Cada mañana me despierto olvidado del mundo que dejé la noche anterior. De a poco, a medida que la conciencia regresa del sueño, una indefinible sensación de extrañeza me devuelve al virus. Y me acuerdo de aquel cuento del mexicano Augusto Monterroso, considerado el más corto del idioma español: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí".
A la pandemia no la vemos, pero está en todos lados. La sentimos. Al despertar, cuando una parte de mí espera hacer pie en el viejo mundo de siempre, la realidad desplazada en la que estamos viviendo se impone desde el silencio que sube a mi ventana. Es un silencio atemporal, ajeno, inapelable. Hasta hace poco, solo era interrumpido por el canto de los pájaros o el viento entre los árboles. Pero algo ha cambiado. Hoy, en las madrugadas, lo que llega desde la calle suburbana es el ronroneo de motores que se acercan, pasan y se alejan. Sin querer, amanezco midiendo, a través de este recurso casero, el grado de acatamiento a la cuarentena. Lejos de devolverme a la tranquilidad de lo conocido, el ruido creciente de autos y motos suma a mis despertares otra nota de inquietud. Esas señales no me engañan: sé que el dinosaurio todavía está allí.
¿Queremos vivir la "nueva normalidad" antes de tiempo? La flexibilización del aislamiento aflojó las prevenciones de la gente, acechada por el hartazgo y la necesidad de volver al trabajo. La ecuación que resuelve las tensiones entre salud y economía es una quimera. No es sencillo interpretar los números. ¿Cómo determinar en qué medida el sensible aumento de casos en Buenos Aires se debe a mayores contagios o a un mayor número de testeos? Los expertos detectan un incremento en el "número de reproducción". No hay de qué asombrarse. La flexibilización se está dando con el pico de la pandemia adelante. Lo malo es que las últimas medidas, cuyas consecuencias se verán la semana próxima, sugieren a su pesar que lo peor quedó atrás. La cuarentena, que ralentizó la propagación del virus, hoy paga el precio de su éxito.
Para complicar más las cosas, tenemos un gobierno dividido que a su vez alberga un presidente dividido. No es un juego de palabras. En primer lugar, hay un gobierno bicéfalo, como describió Juan Llach esta semana. Una de esas cabezas trabaja solo para sí misma. Y a lo mismo se dedica la mitad de la administración nacional que responde a ella. Es decir, medio Gobierno trabaja solo con el objetivo de consagrar la impunidad de la vicepresidenta y conquistar de forma absoluta el poder para ella y su príncipe. Un grado de ceguera y obediencia pocas veces visto lleva a los funcionarios que le responden directamente a ver en la pandemia no un mal que se cierne sobre la sociedad, sino una oportunidad que se debe aprovechar para bien de la causa.
Esta semana volvió a verificarse lo obvio: tras la cortina del coronavirus, que tiene al país en jaque, Cristina Kirchner y sus soldados mueven piezas para aliviar los apuros judiciales de la señora. La Oficina Anticorrupción, a cargo de Félix Crous, abandonó su condición de querellante en las causas Hotesur y Los Sauces, donde se acusa a la vicepresidenta de delitos contra la administración pública y lavado de dinero. Esos expedientes, que involucran a sus hijos, describen una operatoria tan burda que se diría que la abogada exitosa y su marido, Néstor Kirchner, siempre confiaron en tener una Justicia propia. Por el modo en que se aplazan las audiencias y se demoran los juicios que se le siguen, parece que la vicepresidenta no se equivocaba.
Tampoco esto debería sorprender a nadie. Es la consecuencia lógica del modo en que la sociedad votó en las últimas elecciones. Es la ejecución del pacto que sellaron el Presidente y la vice para simular un matrimonio que salvara a Cristina Kirchner de la Justicia y le diera al kirchnerismo la posibilidad de terminar una faena que había dejado inconclusa: colonizar las instituciones del país para instalar una hegemonía que les garantice la eternidad. La desmesura no se conforma con menos.
La oposición, que denunció "un plan sistemático para garantizar impunidad", debe recuperar su espacio. Las sesiones virtuales en ambas cámaras del Congreso son funcionales a la escasa vocación democrática del Gobierno. Cristina preside un Senado en el que no cree. Su afán de ser la única presencia en el recinto la retrata de cuerpo entero. Como Charly García, no necesita –ni quiere– a nadie alrededor.
En suma, enfrentamos el desafío de la pandemia con medio Gobierno. Peor: la mitad del Gobierno que responde a la vicepresidenta complica a la mitad que está con la papa caliente en la mano. A su vez, como en un juego de cajas chinas, el Presidente, que es parte del problema, está dividido. Una mitad del Gobierno responde a él, sí, pero una parte suya responde a su vice. La ecuación es tan delicada y engañosa como la que plantea el virus.