El oxímoron del tiempo argentino
Dos percepciones contradictorias agobian a muchos argentinos. Por un lado, la fluidez de la política, convertida en un líquido escurridizo que se transforma sin cesar, circulando por canales caprichosos e impensados; por el otro, un trasfondo estático, de problemas irresueltos que permanecen iguales a sí mismos, desafiando el transcurso del tiempo. Así, la extrema volatilidad de la competencia electoral, con cambios bruscos, novedades impactantes, golpes tácticos, rumores de desplazamientos, modificación permanente de escenarios, contrasta con la pobreza estructural, el enésimo ajuste económico, el aumento de los precios y el dólar, la expectativa de recuperación, experiencias y sentimientos atravesados por tantas generaciones, que mejoraron o empeoraron su existencia al ritmo enloquecedor de los ciclos de la política y la economía.
Cambios en el corto plazo, permanencia en la larga duración. Tal vez por eso, ante las desconcertantes sorpresas de la coyuntura, entre las que resalta la autoubicación de Cristina en la candidatura vicepresidencial, varios analistas recordaron la célebre frase de la novela El Gatopardo, de Giuseppe Di Lampedusa: "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie". El párrafo evoca un célebre truco del conservadurismo que encierra un oxímoron, cuya formulación podría ser, orillando la figura poética: "el cambio inmutable". Lo que cambia para no cambiar: una suerte de veleidad histérica, que amaga pero no consuma. La consecuencia queda magistralmente sintetizada en un texto que circula estos días: "La Argentina es un país que, si te vas de viaje 20 días, al regresar cambió todo; y que si te vas de viaje 20 años, al regresar no cambió nada".
Quizás esté en juego, detrás de esta paradoja, el modo en que los argentinos, y en particular las elites, conciben el transcurso del tiempo. Hablamos de relatos, no de facciones. Frente al paro general, el Gobierno exhortó a no repetir el pasado, mientras los sindicalistas le recordaron el deterioro del presente, rechazando la política económica y sosteniendo que en el pasado las condiciones sociales fueron mejores. Dos dictámenes sobre el ayer y el mañana que habilitan a pensar que la grieta expresa también visiones distintas del transcurrir temporal. El oficialismo condena lo que considera hábitos viejos y dañinos, como hacer una huelga general; los sindicatos replican que es la manera de visibilizar la injusticia social. Podría decirse que el Gobierno desea instituir conductas modernas -productividad, eficacia, racionalidad económica-, mientras que los sindicatos quieren restituir el reparto equitativo. Instituir versus restituir: dos maneras de concebir el progreso que parecen obturarse mutuamente, produciendo la sensación de que en el fondo nada cambia.
¿Se puede salir de esta trampa? Cabe un rodeo para ensayar la respuesta. En páginas luminosas, Mircea Eliade mostró las tensiones entre la concepción cíclica del devenir y la visión histórica. Una proclama la repetición de los acontecimientos, la otra el avance lineal. Una asimila el tiempo humano al tiempo natural, la otra lo autonomiza confiando en el progreso. En la concepción cíclica, propia de las sociedades tradicionales, "se soporta la historia", mientras que en la concepción moderna se la hace. Sin embargo, nos dirá el filósofo, los que defienden el progreso no logran aquietar el "terror a la historia" que provocan el extremismo, la alienación, el poder abusador, la injusticia social. Aquí encontramos el límite de Cambiemos, que proclamando la superioridad del progreso no puede erradicar la angustia del retorno a la pobreza, al estancamiento, a la incertidumbre material. Y en este punto se cifra también el temor ante el eventual regreso de Cristina, si consistiera en restituir la justicia distributiva sacrificando la racionalidad económica.
Al final del ensayo "El tiempo circular", contenido en Historia de la eternidad, Borges apuesta al presente, apoyándose en un párrafo de Marco Aurelio: "Quien ha mirado lo presente ha mirado todas las cosas: las que ocurrieron en el insondable pasado, las que ocurrirán en el porvenir". Para Borges, esa es la forma menos pavorosa de interpretar las eternas repeticiones del acontecer. El tiempo circular de la política argentina (la ironía es de Claudio Jacquelin) consiste en que un partido haga un cambio de 180 grados y el que le sigue complete otro de la misma magnitud, hasta regresar al punto de partida. Una forma improductiva del corsi e ricorsi de la historia, que si no evoluciona seguirá manteniéndonos en la desesperante inmovilidad.
Para escapar de esta cristalización, acaso deba encontrarse una síntesis entre el progreso sin justicia y el eterno retorno sin racionalidad. Algo así como un pacto imaginario entre Macri y Cristina. Ese acuerdo tal vez acalle a los partidarios del pasado y del futuro, que asfixian e idiotizan al presente condenándolo a ser una incesante y banal novedad.