El derrumbe de las certezas alimenta la fobia al futuro
La ansiedad causada por los cambios en la esfera del trabajo se combate con conocimiento
PARÍS.- La psicología es una de las pocas profesiones que escaparán a la despiadada competencia laboral que conocerá el mundo en los próximos años a medida que los robots reemplacen al hombre. Los profesionales que ejercen en la actualidad incluso no serán suficientes para responder a la angustiosa demanda de las víctimas de ese fenómeno de sustitución que cuestionará uno de los mitos fundadores de la civilización: el trabajo.
Es la parte visible de un iceberg más complejo: el hombre no está psicológica ni culturalmente preparado para enfrentar el enorme desafío que representa la "tech-aceleración", es decir, la vertiginosa incorporación de las tecnologías disruptivas que van a transformar la economía mundial entre ahora y 2030. El impacto colosal que provocará la irrupción de esos fenómenos "desconocidos" afectará la mitad del PIB mundial -según un estudio del McKinsey Global Institute- y precipitará una serie de efectos colaterales.
En un contexto de alto desempleo, el problema no reside solo en crear nuevos puestos de trabajo. Eso ya se logra ahora con relativo éxito. Los especialistas calculan que el desarrollo de las tecnologías asociadas a la llegada de internet es responsable de 25% de los empleos generados en los últimos 30 años. Pero esos nuevos puestos de trabajo favorecieron en forma primordial a las generaciones que, expresado en forma exagerada, nacieron con una computadora bajo el brazo. El drama consiste en la emergencia de una categoría de mano de obra "inútil", individuos que no solo están desempleados, sino que -sin una formación previa- son "inempleables".
Además del diván, la solución ideal consistiría en enviar nuevamente a la escuela a un porcentaje importante de adultos para iniciarlos en las nuevas tecnologías e inculcarles las claves para entender una civilización que funciona mucho más rápido que este mundo del siglo XXI, poblado por hombres educados en el siglo XX con criterios del siglo XIX. "Rápidamente vamos a comprobar los límites de la inteligencia humana", había pronosticado el investigador francés Yann Le Cun, jefe de inteligencia artificial y robótica en Facebook, considerado uno de los inventores del deep learning (aprendizaje profundo). La prueba aparece todos los días y en términos más crueles de lo que se esperaba.
El déficit de formación adecuada ejerce un dramático efecto paralizador sobre la economía mundial. En el mundo actual existen millones de empleos vacantes debido a la falta de diplomados de nivel terciario con las competencias necesarias o que son incapaces de adaptarse en forma inmediata a las nuevas tecnologías de uso industrial. Solo Europa presentaba en 2016 un déficit de 70 millones de técnicos, debido a la brecha de formación, según un informe de la Comisión Europa.
Nadie parece haberse detenido demasiado tiempo a pensar en los impactos que tendrán en un futuro inmediato esos cambios de paradigma. La robotización de la industria y de numerosos servicios, por ejemplo, constituirá -entre otros efectos- un golpe difícil de soportar para las prácticas clientelistas de los sindicatos. El empresario japonés de origen coreano Masayoshi Son explica, sin pelos en la lengua, que la ventaja del robot reside en que "trabaja 24 horas por día, incluyendo sábados y domingos, no toma vacaciones, no cobra salario ni aguinaldo y no está afiliado a ningún sindicato".
La competencia con los robots no es el único reto que debe enfrentar el hombre. La vida cotidiana puede convertirse en un infierno sin un mínimo de capacitación en tecnologías cada vez más dependiente de algoritmos, transmisiones sofisticadas por internet y un tsunami de datos que los especialistas empiezan a denominar "datanami". Manejar un equipo de sonido, un televisor, encender un horno, conducir un automóvil en medio de vehículos autónomos o utilizar todos los recursos que ofrece un teléfono inteligente son ejercicios que pueden convertirse en un rompecabezas. Ni hablar entonces del sacrificio que significa manejar una máquina robotizada o realizar una consulta médica por videoconferencia con un "doctor robot" que le pedirá situarse frente a la cámara de la pantalla o del teléfono para tomar una radiografía, o colocarse sensores en el pecho, los brazos y las piernas para realizar un electrocardiograma a distancia.
Los niños y los adolescentes que nacieron en la era de la informática, las ciencias cognitivas y la comunicación son capaces de someterse a esos ejercicios con los ojos cerrados. Pero el 85% de los adultos se paralizan de terror: se trata del miedo a la tecnología, reacción lógica provocada por el temor a lo desconocido y a lo incognoscible. El único medio eficaz para combatir ese reflejo de defensa, tan viejo como el ser humano, consiste en comprenderlo. Y la única manera de comprender el mundo que nos rodea es el conocimiento, en otras palabras, la escuela y, en el ámbito técnico-profesional, la formación permanente. En un escenario lógico, el hombre del futuro no debería abandonar nunca los estudios si no quiere quedar rezagado en la sociedad. La exigencia aumentará en forma cada vez más rápida en los próximos años.
Un trabajo realizado por el equipo de analistas del Bank of America Merrill Lynch, que dirige Haim Israel, prevé que "el impacto de los cambios tecnológicos transformadores se acelerará en los próximos cinco años en razón del crecimiento exponencial de los datos (que duplican su volumen cada dos o tres años), la baja de precio de los servidores y de un mundo cada vez más conectado". Ese escenario diseña un mundo rico en oportunidades para las empresas, pero que puede encerrar enormes riesgos para una parte importante de la sociedad.
Analizado desde una perspectiva más amplia, la angustia que inspira la tecnología es el síntoma visible de un fenómeno más complejo: el miedo al futuro, que, por lo general, va asociado con el temor al fracaso. Las manifestaciones de ese síndrome son similares al pánico anticipatorio que padecen las personas fóbicas.
Hasta el final de la Guerra Fría, en los años 1990, la mayoría del planeta tenía la certeza de que el futuro sería mejor y que sus hijos conocerían una vida mejor que la que ellos habían experimentado. Pero ese optimismo se diluyó en forma progresiva con los inimaginables ataques del 11 de septiembre de 2001, las guerras, el crack financiero de 2008, el terrorismo, la modificación de los equilibrios geopolíticos y -sobre todo- la irrupción de tecnologías "misteriosas" y de nuevos comportamientos sociales que transformaron los paradigmas de la civilización y marcaron el derrumbe de las últimas certezas.
Los científicos estudian el temor al futuro como una patología e hicieron numerosos experimentos neurológicos para saber cómo el cerebro interpreta los estímulos externos y cómo los animales desarrollan respuestas al miedo. Cuando se siente amenazado, el lagarto cornudo del desierto de México expulsa por los ojos una sangre tóxica que ahuyenta a los agresores. El hombre piensa. Desde que pueblan la Tierra, desde hace unos seis millones de años, la mejor arma de los homínidos es el cerebro.
Comprender cómo se desarrolla el miedo permitirá a los psicólogos, al menos en teoría, ayudar a manejar disturbios mentales como la ansiedad, la angustia, la fobia y el trastorno de estrés postraumático. En ese contexto, los psicólogos son quienes pueden esperar el futuro con mayor serenidad.
Especialista en inteligencia económica y periodista