Duelo de vicepresidentes en las elecciones de octubre
El primer vicepresidente de Estados Unidos, John Adams, describía su cargo como el "más insignificante que jamás haya inventado el hombre o la imaginación". Su creación fue producto de una de las grandes invenciones de la Convención de Filadelfia, en 1787: la del presidente destinado a cumplir la función del Poder Ejecutivo para la naciente república. En ese contexto, la figura del vicepresidente se estableció un poco a las apuradas los últimos días de la Convención, antes de sancionar la Constitución. En el centro del debate sobre el cargo estaba el problema de la sucesión, ante la posibilidad de vacancia de la presidencia. Las monarquías habían resuelto los peligrosos interregnos que implicaba la muerte física de un rey con la instauración del principio hereditario de sucesión dinástica. ¿Pero cómo sortear este problema en la nueva ingeniería política fundada en la soberanía popular de carácter electivo?
Los congresales norteamericanos barajaron distintas alternativas para la suplencia, como la de un consejo colegiado o la del presidente del Senado. Esta última opción fue descartada porque venía a desequilibrar el novedoso sistema federal al sustraerle, en tal caso, un representante a uno de los Estados. Finalmente prosperó la propuesta de crear un cargo único que no era ni ejecutivo ni legislativo, pero que combinaba algo de los dos. Una combinación que, desde América del Sur, Simón Bolívar procuró mantener, aunque en una matriz diferente de la de Estados Unidos. En el proyecto de Constitución que escribió para Bolivia en 1826, sostenía: "El vicepresidente es el magistrado más encadenado que ha servido el mando: obedece juntamente al Legislativo y al Ejecutivo de un gobierno republicano. Del primero recibe las leyes; del segundo, las órdenes, y entre estas dos barreras ha de maniobrar por un camino angustiado y flanqueado de precipicios".
En cualquier hipótesis, la figura de un cargo "insignificante" o "encadenado" puede ser un problema en este duelo de candidatos a vicepresidente al que asistimos en los últimos días en la Argentina. Si nos remitimos a las dos fórmulas con mayores chances electorales, resulta evidente que las personalidades y estilos de liderazgo de los candidatos están lejos de una expectativa de obediencia pasiva.
En el caso de Cristina Fernández de Kirchner, es oportuno dudar de la comodidad que pueda exhibir ante una "vicepresidencia bolivariana". Más allá de las simpatías que supo expresar hacia el Libertador, durante sus dos gestiones a cargo del Poder Ejecutivo se la veía más en sintonía con el papel que Bolívar le asignaba al presidente: un "Sol que, firme en su centro, da vida al Universo". Cristina jugó un rol central y hegemónico dentro del sistema político, en el que el vicepresidente debía limitarse a obedecer. Cuando Julio Cobos no lo hizo, dejó inmediatamente de formar parte, en la práctica, de la órbita del Poder Ejecutivo, y la unción de Amado Boudou para completar la fórmula de 2011 fue un premio a la lealtad incondicional que mostraba hacia la presidenta. La pregunta, entonces, es si en el caso de ganar las elecciones la fórmula Fernández-Fernández la futura presidenta del Senado va a aceptar las cadenas o la insignificancia de su cargo, o si, por el contrario, va a modificar el lugar que tradicionalmente se le tiene asignado.
Lo mismo podemos preguntarnos en el caso de Miguel Pichetto. El vínculo de Gabriela Michetti con Mauricio Macri está fundado en la confianza, la lealtad y la identificación partidaria que los une. Ninguna de estas tres variables parece estar presente, por el momento, en el flamante binomio de Juntos por el Cambio. Por otro lado, al igual que en el caso de Cristina Fernández de Kirchner, es difícil creer que Pichetto acepte pasivamente la figura de un vicepresidente encadenado. Sin ir más lejos, en la serie de tuits que anuncian su candidatura, Pichetto expresa que busca desempeñar el cargo bajo la guía de diversos vicepresidentes de la historia argentina. En esa lista, el primero que menciona es Carlos Pellegrini, vice de Miguel Juárez Celman entre 1886 y 1890. Lo que no menciona es que sucedió a este en la presidencia en el contexto de la crisis desatada en 1890, en la que se conjugó una crisis económica con una crisis política que se expresó en la Revolución del Parque. Si bien la insurrección había sido derrotada, Juárez Celman tuvo que renunciar, mientras Pellegrini y Julio A. Roca cumplieron un rol clave operando para que esa renuncia tuviera lugar.
Más allá de las especulaciones que puedan trazarse, lo que resulta más probable es que, en la siguiente gestión, el lugar del vicepresidente puede verse reconfigurado. Mario Serrafero, un politólogo argentino que se especializó en el estudio de las relaciones entre presidentes y vicepresidentes, sostuvo que para entender esta dinámica es preciso distinguir tres contextos: el electoral, el de gobierno y el de sucesión.
En el contexto electoral, la selección de un candidato a vicepresidente suele responder a los votos que puede aportar a la fórmula. En el caso del Frente de Todos, la presencia de Alberto Fernández aspiraba a moderar la imagen de Cristina Fernández de Kirchner y así levantar el techo electoral del espacio kirchnerista. En el otro caso, la selección de Miguel Pichetto como vice responde más a lograr una futura gobernabilidad que al apoyo electoral que pueda sumar.
Es en el segundo contexto, el de gobierno, donde se podrían registrar las mayores novedades respecto de la potencial reconfiguración del lugar de la vicepresidencia. En el caso norteamericano, la figura del vicepresidente logró crecer y consolidarse a lo largo del siglo XX, especialmente a partir de Walter Mondale, vicepresidente de Jimmy Carter. El creciente aumento de los poderes "paraconstitucionales" del vicepresidente fue modificando su perfil al comenzar a participar, en la práctica, de las reuniones de gabinete, a representar al presidente en el exterior, a servir como consejero del presidente y a desarrollar tareas de relevancia dentro del Ejecutivo. Según Serrafero, este tipo de relación aún no se habría dado en el caso argentino. ¿Podrán los resultados de las próximas elecciones ir en ese sentido? ¿Estarían dispuestos Alberto Fernández o Mauricio Macri a darles a sus vicepresidentes un lugar relevante en la toma de decisiones?
El último contexto es, por cierto, el que despierta mayor inquietud en un país como el nuestro, con un pasado reciente y no tan reciente marcado por vacancias diversas. Natalio Botana ha subrayado los dilemas del problema de la sucesión política desde los orígenes del sistema político argentino en el siglo XIX; dilemas que se fueron moldeando en diferentes formatos y que revelan la importancia de la figura del natural sucesor a la presidencia. Una importancia que destacó John Adams hace más de dos siglos al afirmar que el poder del vicepresidente es un poder en potencia: "Ahora no soy nada, pero puedo significarlo todo".
Historiadora y docente UTDT
Camila Perochena