Dialogar para alejarnos del abismo
Ingresamos de lleno en 2019, un año que, en la Argentina, se inicia poblado de incertidumbre, preocupaciones y angustias, en un contexto global de alta complejidad.
Vivimos en un país signado por fuertes divisiones que, en los últimos años, hemos dado en llamar "grietas". La palabra suele usarse en singular, pero esa no es más que otra forma de intentar simplificar lo que es demasiado complejo, de ver "en blanco y negro" lo que tiene innumerables matices.
No afrontamos una grieta, sino que tenemos la -notable y desgraciada- habilidad de generar rápidamente muchas de ellas, en lo político, en lo social, incluso -como lo demostramos de un modo patético el año pasado- en lo deportivo.
La magnitud de los problemas que afrontamos es tal que las visiones simplistas no hacen más que agravarlos. Un dato concreto lo ilustra: el PBI del tercer trimestre de 2018 fue menor que el del mismo período de 2011; dicho en otras palabras, nuestro país viene sufriendo un serio deterioro en un muy largo lapso que incluye a gobiernos de signo opuesto.
Otra de las graves cuestiones que nos afectan como sociedad es el brutal fenómeno de la corrupción. Lo sufrimos desde hace décadas, pero se desarrolló y extendió como un verdadero sistema, tal como surge de las investigaciones que, al fin, parecen haberse comenzado a conducirse con algo de seriedad, aunque todavía sean muy insuficientes y no hayan avanzado en aspectos tan importantes como el recupero de miles de millones de dólares que nos fueron robados.
Un tercio de la población -y un porcentaje aún mayor de niños y jóvenes- vive bajo la línea de pobreza. Hay hambre en un país que es importante exportador de alimentos, pese a que, nuevamente, sin distinción de signos ideológicos, los gobiernos hayan dedicado buena parte del presupuesto a la asistencia social que atiende en parte la urgencia y consolida un esquema clientelar, sin ayudar a resolver el problema de fondo.
En el otro extremo, el segmento económicamente privilegiado guarda -aquí o en el exterior- cientos de miles de millones de dólares. Tampoco aquí cabe lo lineal; nada tiene de absurdo ahorrar en dólares e intentar resguardarlos de uno de los países del mundo con mayor inflación y con mayores cambios abruptos de sus reglas. Eso no justifica la escandalosa evasión fiscal -acentuada en determinados sectores de mayor poder económico-, pero, al analizar tales conductas, no puede dejarse de lado la alta presión impositiva que contrasta con la bajísima calidad de los servicios que el Estado presta.
La pregunta es obvia: ¿cómo lograr inversiones productivas externas cuando los argentinos temen -y mucho- hacerlas ellos mismos?
Comenzará pronto -o, en rigor, ha comenzado- la campaña electoral para las elecciones presidenciales de octubre , pero cualquier encuesta revelaría que es demasiado bajo el porcentaje de la población que espera del proceso electoral alguna solución para sus problemas. A lo sumo la gran mayoría asume que en algún punto deberá elegir votar "contra" lo que estime como un mal mayor o, si quisiéramos encontrar el "vaso medio lleno", a favor del mal menor.
En paralelo, el país cuenta con recursos, humanos y naturales, para encarar sus graves problemas, y también hay pruebas fehacientes de ello. La Argentina es motivo de estudio universal como un caso atípico de fracaso a pesar de tales condiciones favorables.
Un primer paso podría ser, aunque parezca demasiado ingenuo o elemental, sentarnos a conversar. A escucharnos. A buscar los mínimos consensos que nos den certezas básicas, que se conviertan en políticas de Estado estables.
Nada de esto es novedoso. Nuestras mentes más lúcidas e independientes lo vienen planteando desde distintos puntos de vista, más allá de sus ideologías y de sus diversas experiencias personales o profesionales.
La dirigencia -o buena parte de ella, al menos- parece seguir creyendo que la alternativa es encontrar un oponente lo suficientemente malo como para ganarle, sin comprender que nadie podrá revertir una situación de indudable gravedad salvo que la amplia mayoría logre consensuar y comprometerse a cumplir reglas de juego esenciales.
Por eso es la sociedad la que debe reclamar una Conversación (con mayúscula) que nos convoque a todos. La necesitamos ya, no hay tiempo que perder.
Oyhanarte es abogada y mediadora; Drucaroff es abogado, especialista en ética pública