Despolitizar, el mandato peronista de Alberto Fernández
Cuánta politización -entendida como movilización masiva y participación directa- es conveniente para la estabilidad de la democracia y la prosperidad del capitalismo es un antiguo debate no resuelto. En un texto ya clásico, publicado a fines de la década del 60 del siglo pasado, el politólogo Samuel Huntington consideró que la politización representaba una amenaza para el orden democrático. Según su visión, una cosa es la modernidad de las instituciones y otra la modernización de las demandas populares, impulsada por la urbanización, la educación y el desarrollo de los medios de comunicación. Estos procesos generan, según Huntington, "elevadas aspiraciones y expectativas, que si no son satisfechas, galvanizan a individuos y grupos y los empujan a la acción política. Ante la falta de instituciones fuertes y adaptables -concluía-, tales aumentos en la participación traen aparejadas la inestabilidad y la violencia". Era la época de la protesta masiva de los estudiantes contra la guerra de Vietnam; por eso no debe sorprender la angustia paranoide del politólogo: "Los graduados universitarios preparan revoluciones, los egresados de escuelas secundarias o técnicas planean golpes; quienes recién abandonan las aulas de la escuela primaria se dedican a otras formas de desorden político".
Bajo formas menos académicas, la distinción entre democracia y participación popular atravesó al peronismo desde sus orígenes. Las grandes movilizaciones ante el balcón no deben confundir. Perón postulaba que al pueblo hay que administrarlo, nunca librarlo a la espontaneidad. Era un general, creía en la comunidad organizada, las jerarquías y el orden. Cuenta una anécdota, que le habría dicho a Eva: "No me pongas a la gente en la calle, que después no se va más". Las convocatorias a la Plaza, posteriores al 17 de octubre, eran actos cuidadosamente organizados, destinados a la consagración del líder, que les machacaba a sus seguidores una instrucción clave: "De casa al trabajo y del trabajo a casa". Silvia Sigal y Eliseo Verón, en su exégesis del discurso peronista, dedicaron páginas brillantes a describir la despolitización impulsada por Perón, cuya frase emblemática significaba, implícitamente: no ocupen el espacio público para protestar. Sigal y Verón sostienen que en realidad Perón indujo al pueblo a ser testigo mudo de sus realizaciones ("Mejor que decir es hacer..."); por eso enviarlo de casa al trabajo y del trabajo a casa es la consigna que concreta lo que denominaron "la pasividad del pueblo".
El mandato del líder se actualizó esta semana cuando Alberto Fernández instó a los movimientos sociales a abandonar la protesta callejera. Lo expresó con una frase ortodoxa, en nítida sintonía con Perón: "Evitemos estar en las calles y generar situaciones que pueden llamar a la confrontación y a la violencia". Y lo hizo mientras participaba en una actividad propia de la comunidad organizada: la escenificación de un acuerdo entre las organizaciones del trabajo y el capital. Acaso esa exhortación del que probablemente sea el próximo presidente, que fue rechazada por los organizadores de la ocupación de la 9 de Julio, anticipe un conflicto larvado que podría aflorar pronto: el que enfrente a los movimientos sociales, La Cámpora y la militancia kirchnerista, con el PJ, los grandes sindicatos y los gobernadores. Unos, inspirados en los ecos lejanos de Evita y los Montoneros y en la imaginaria epopeya de Cristina; los otros, apoyados en la tradición peronista, cuyo espectro incluye por ahora a un actor relevante: Hugo Moyano, que acordó abstenerse de la calle.
Esta probable colisión provoca un par de reflexiones. La primera es que aunque la descripción del conflicto sea correcta, los actores que participan configuran un cuadro sociológico muy complejo que excede al peronismo, aun en su diversidad. Los múltiples movimientos sociales, los distintos partidos de izquierda, los grupos estructurados en torno a las reivindicaciones de género, para mencionar a los más notorios, son difíciles de descifrar para el peronismo clásico y también para el kirchnerismo. Un sindicalista lúcido comentaba a propósito de este mosaico: "Hoy son más los que están fuera del sistema que los que están adentro". La cultura posmoderna desestructuró la comunidad organizada. Esta es una realidad que entendía Néstor -recordaba esta semana Rosendo Fraga sus dos preocupaciones: la calle y el dólar-, y a la que deberá dar respuesta Alberto si no quiere encabezar una administración que termine en un desastre.
La segunda reflexión es acerca de la incertidumbre que provoca el eterno retorno argentino. ¿Otra vez sopa? ¿Otra vez el peronismo de izquierda enfrentando con el ortodoxo? ¿Otra versión de la grieta? Esperemos que no. Que si el logro agónico de Macri es concluir una presidencia no peronista después de 90 años, el de Fernández sea sacar al país de la compulsión a repetir los mismos enfrentamientos insensatos. Las mismas equivocaciones históricas que nos condenan al atraso y a la vergüenza.