Cristina, otra vez con piel de cordero
N éstor Kirchner era demasiado consecuente con sus prejuicios más tontos. Por eso no quiso concurrir, en 2006, al Colón, y hasta dejó plantada a la entonces reina de Holanda, con tal de no pisar el "teatro de la oligarquía argentina". Pensamiento muy retrógrado que no se constata en la muy heterogénea composición social del público de nuestro primer coliseo, de bien ganado renombre planetario. Así lo reveló su viuda en Sinceramente , el sincericidio exitoso en forma de libro que bate récords desde que salió a la venta.
Pero Cristina Kirchner es mucho más laxa en sus convicciones y por eso no tuvo inconvenientes en presentarse dentro de un doble envoltorio "enemigo": el predio de la Sociedad Rural de Palermo (que representa a los mayores generadores de divisas de la República Argentina, demonizados históricamente por el imaginario peronista). Y dentro de ese espacio, hoy ocupado por la Feria del Libro, recuperó el habla pública -recordar que venía guardando silencio, a excepción de sus incursiones en el Senado- en la Sala Jorge Luis Borges, nombre de una de las máximas plumas de la literatura universal que en 1946, el primer gobierno de Juan Domingo Perón removió de su cargo en una biblioteca pública para humillarlo como "inspector de aves, conejos y huevos", un castigo arbitrario, con evidente carga de feroz ironía, que define muy bien ciertas oscuridades profundas del justicialismo. Cristina, con orgullo, recordó la apesadumbrada cita borgiana ("Los peronistas son incorregibles"). Y todos rieron.
Mientras la actual senadora exhibía al mismo tiempo tres rasgos no muy habituales en ella: 1) puntualidad (el acto comenzó exactamente a la hora prevista); 2) aparente moderación en sus tonos y palabras, en comparación con la mayoría de sus discursos belicosos por cadena nacional, y 3) relativa brevedad (su alocución duró "apenas" media hora, la mitad de sus piezas presidenciales más habituales y la sexta parte -o más- de lo que duraban sus kilométricas piezas en el Congreso), afuera de la sala Maru Duffard, de Telenoche, era hostigada reiteradamente por cánticos y aproximaciones inquietantes entre saltos y gesticulaciones que se tornaban amenazantes y obstaculizaban el normal desarrollo de su trabajo. Lo que no se vio por TV es que también la escupieron, le tiraron del pelo, la insultaron a dos centímetros de su cara y le recriminaron que trabajara en el Grupo Clarín. No basta con que después Alberto Fernández y Hernán Reibel, del estrecho círculo íntimo cristinista, se hayan comunicado con la cronista. Así como Cristina Fernández con un leve movimiento de su mano logró apaciguar en el salón silbidos y cánticos agresivos, faltó que ella pusiera un tuit condenando directamente el oprobio vivido por Duffard.
No lo hizo porque al cristikirchnerismo le encanta esa perversa dualidad de pregonar "el amor vence al odio" al mismo tiempo que fogonea con su prédica a sus huestes en la calle para que escrachen así o peor a los que no piensan como ellos. Eso, con todo, no fue lo más grave, sino las justificaciones más absurdas que se pudieron leer a continuación en las redes sociales. Sorprende cómo gente íntegra y cuerda empieza a comprar como algo natural argumentaciones tan arbitrarias que ni siquiera saben distinguir a un empleado de la empresa en la que trabaja. Sin duda, el clima de época está empezando a cambiar de vuelta y para peor. Por suerte, primó un poco de cordura en otros que sí salieron a condenar ese bestial acto patoteril.
El grave escrache al trabajo de Duffard plantea un gran interrogante de cara a la campaña electoral: si por acción u omisión ese inconcebible bullying a la vista de todos fue consentido por la dirigencia de Unidad Ciudadana y de su jefa máxima, ¿con qué garantías podrá cubrir la prensa más crítica hacia el kirchnerismo sus actos sin ser víctima de constantes humillaciones, como las que sufrió la cronista de Telenoche? Otra pregunta que quedó flotando: ¿de verdad cree el kirchnerismo y sus fans en la calle que de estas malas maneras podrán conquistar muchos indecisos a la hora de votar?
La Feria del Libro, por su parte, no solo perdió ecuanimidad en la organización de los distintos actos -el secretario de Cultura, Pablo Avelluto, no pudo hablar por segundo año consecutivo, en tanto que se extremaron los cuidados para la presentación del libro de la viuda de Kirchner-, sino que en su cuenta oficial de Twitter blanqueó su postura con brutal franqueza: "CFK presentó Sinceramente en una Feria del Libro colmada y unida en un grito: 'Cristina presidenta'". Increíble.
La "moderación" de Cristina tuvo sus excepciones. Si en las semanas previas a su presentación, algunos tuvieron la peregrina osadía de comparar su libro dictado nada menos que con el Facundo, la obra cumbre de Domingo Faustino Sarmiento, la viuda de Kirchner aclaró en la Feria del Libro, por si alguien tenía alguna duda, que Sinceramente "no es el Talmud, la Biblia ni el Corán". En una sola frase, por contraste, se comparó con los textos milenarios y adorados por las religiones más importantes de la humanidad. No fue un inconcebible blooper: la senadora con once procesamientos y cinco prisiones en suspenso dejó flotando en el aire la idea de que ella misma encarna una religión. A juzgar por algunas caras aleladas, dentro y fuera de la sala, se confirma que retiene una feligresía extremadamente fiel y en gran parte, fanatizada, por ende, peligrosa.
Recuperó el tono más sosegado que exhibió durante la campaña electoral de 2017, pero hasta ahí. "Para neutrales, están los suizos; los argentinos no somos neutrales", pareció apurar a algunos representantes periodísticos de Corea del Centro. No definió si va a ser candidata, pero parece algo casi inevitable y también dejó en la nebulosa a qué se refiere cuando habla de un "nuevo contrato social". Viniendo del nunca desmentido clamor de Mempo Giardinelli por una nueva Constitución nacional, retomado a la salida del acto por el exmiembro de la Corte Eugenio Zaffaroni, ante el móvil de Terapia de noticias, queda mucho más claro hacia dónde apunta el kirchnerismo si las urnas lo devuelven al poder.
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