Coronavirus, un efecto no deseado de la globalización llega al país
Para evitarlo, las indicaciones de la OMS y de las autoridades sanitarias locales deben ser rigurosamente aplicadas
Finalmente llegó a la Argentina el virus SARS-CoV-2 acompañado con la enfermedad respiratoria que produce, denominada COVID-19. Esta llegada no sorprende, pues el virus se dispersaba por el mundo con la ayuda inestimable de la globalización, ese flujo de tecnología, economía, conocimiento, valores e ideas a través de las fronteras, que incluye al mejor y más rápido agente de dispersión del SARS-CoV-2, el ser humano. Los epidemiólogos, los virólogos y los infectólogos lideran el combate contra la probable pandemia de COVID-19. La biología evolutiva, con sus hipótesis sobre el origen del virus, puede ser una de las herramientas para reducir el riesgo de la repetición de este fenómeno y al mismo tiempo ofrecer al ciudadano una explicación biológica de la aparición de esta amenaza. En tiempos de movimientos anticiencia, como el terraplanismo, los antivacunas y la negación del cambio climático, se hace necesaria una ciudadanía informada o mejor dicho alfabetizada científicamente en temas de vital importancia como la posibilidad de una pandemia.
No es la primera vez en este siglo que un Coronavirus parásito de animales se transmite a humanos e inicia una epidemia de carácter transcontinental: el SARS emerge en Asia en el año 2003 (murciélagos y civetas), el MERS emerge en el año 2012 en Medio Oriente (dromedarios) y recientemente el SARS-CoV-2 en China (murciélagos). ¿Cómo se explican estos fenómenos? Muy simple, los virus evolucionan como lo hacen los organismos formados por células (bacterias, animales, plantas y hongos). La evolución también explica la razón por la que cada año aparecen nuevas estirpes (cepas) del virus de la gripe o la aparición de resistencia a los antivirales por parte de estirpes del virus HIV que causa el SIDA. La evolución consiste en el cambio de las características hereditarias de grupos de organismos en el curso de varias generaciones o, en otras palabras, descendencia con modificación a partir de un ancestro común. La evolución produce una genealogía de la vida que incluye a los virus, considerados por algunos bioquímicos como el límite entre lo vivo y no vivo, ya que no están formados por células y sólo se pueden multiplicar dentro de las células de otros organismos. Esa genealogía es el producto de procesos que permiten la adaptación de los organismos a desafíos y cambios ambientales.
Los estudios genealógicos muestran que el virus SARS-CoV-2, posee en sus genes un 80 % de similitud (parentesco) con el virus del SARS y 97 % con un Coronavirus de murciélago y más lejanamente con el MERS. De allí se puede deducir que el virus SARS-CoV-2 se originó en cambios en un Coronavirus muy similar al SARS alojado en un murciélago y que (probablemente, a través de un animal intermediario todavía no identificado) infectó a uno o más seres humanos.
Principalmente (no únicamente), tres procesos causaron esa genealogía: la mutación, la recombinación genética y la selección natural. La mutación y la recombinación genética producen variación y la selección natural opera sobre esa variación. La mutación es un cambio heredable en el material genético ya sea Ácido Desoxirribonucleico (ADN) o Ácido Ribonucleico (ARN). Las mutaciones se producen aleatoriamente, no son una respuesta específica a la necesidad de una adaptación. Las mutaciones se agregan a la variación heredable de la estirpe del virus (conjunto de individuos cercanamente emparentados) que las contiene. La recombinación genética es intercambio de material genético entre dos estirpes lo que genera nueva combinación de genes, no nuevos genes. Toda variación heredable queda sometida a la selección natural, que es un fenómeno poblacional y no individual, ya que es una respuesta de la población (estirpe en nuestro caso) a los desafíos que le plantea su ambiente. Existe un diferente éxito reproductivo (capacidad de dejar descendientes en la próxima generación) entre individuos que tienen diferentes variantes de una característica, dependiendo del ambiente en el que viven. En un ambiente determinado, una de las variantes aumenta la supervivencia y reproducción de los individuos que la portan. La población, a través del tiempo, tendrá una mayor proporción de individuos con esa variante y pobreza o incluso extinción de individuos con otras variantes menos adaptadas a ese ambiente.
En nuestro caso, podemos suponer que al comienzo, las estirpes en el murciélago carecían de la capacidad de infectar humanos. Con el tiempo pueden aparecer virus que, por cambios en sus genes (mutaciones), adquieren esa capacidad y que encuentran la oportunidad (probablemente a través de otro animal) de infectar a uno más seres humanos. En ese ambiente (el cuerpo humano) la selección natural beneficiará a estos virus mejor adaptados a infectar y persistir en las personas y, por lo tanto, serán capaces de dejar descendencia en la próxima generación, a diferencia de aquellos que sólo son capaces de infectar al murciélago. Por otra parte, los adaptados adquieren (probablemente por otra mutación) la capacidad de transmitirse entre personas. Es posible que la recombinación genética haya también jugado un papel en la evolución del virus, pero probablemente la selección natural siguió beneficiando a aquellas estirpes portadoras de las mutaciones que permiten infectar humanos.
Las mutaciones, la oportunidad de infectar al ser humano y la capacidad de contagio entre seres humanos, son eventos aleatorios que podrían llevarnos a pensar en una muy baja probabilidad de que los tres eventos sucedan casi simultáneamente. Sin embargo, dos hechos aumentan esa probabilidad: (l) un virus produce una gran cantidad de generaciones (con potenciales cambios azarosos en los genes) en tiempos relativamente muy cortos. Por otro lado, los virus formados por ARN (que es el caso de los Coronavirus) tienen una tasa de mutaciones mayor que los formados por ADN y (2) el factor humano generado por: condiciones sanitarias inadecuadas, consumo y manejo de alimentos potencialmente peligrosos (por ejemplo animales enfermos), facilidad de acceso de las personas a alimentos contaminados, alta densidad demográfica en el sitio del inicio de la epidemia e insuficientes conocimientos científicos en las etapas tempranas de la infección.
El Premio Nobel Jacques Monod (1910-1976) definió a la evolución con una frase atribuida al filósofo griego Demócrito (V-IV a. C.): "Todo lo que existe en el universo es fruto del azar y de la necesidad". La selección natural opera sobre los productos del azar, pero en esa operación no interviene el azar sino rigurosos y complejos factores biológicos, a los que se agrega en el caso del Coronavirus, el único factor corregible, el factor humano.
La necesidad de corregir el factor humano en el origen del virus, se aplica también a la necesidad de contener un posible brote de COVID-19 en la Argentina. Para evitarlo, las claras indicaciones dadas por la Organización Mundial de la Salud y por las autoridades sanitarias de nuestro país, deben ser de rigurosa aplicación. En última instancia todo se resume a evitar ser: (1) la víctima del COVID-19 y (2) el agente de dispersión del SARS-CoV-2.