Coronavirus: una oportunidad para no perder
En 1956, a los 8 años, tuve la experiencia de vivir la epidemia de la polio. Tengo el recuerdo de las preocupaciones y de las estrategias preventivas de la época: hervir el agua, pintar los arboles con cal blanca o limpiar especialmente las calles. En aquel momento, los niños éramos las víctimas más frecuentes y por lo tanto los sujetos del cuidado familiar. Tengo un recuerdo muy vívido de los chicos de mi pueblo que la contrajeron y el impacto que esto causó en nosotros.
En estos días de pandemia hago un esfuerzo para tratar de reconstruir aquel momento, recordar los miedos infantiles, el control que los adultos hacían sobre nuestra higiene personal y la vigilancia sobre nuestros posibles síntomas. Escuchábamos las noticias por la radio y en la conversación de vecinos nos informábamos de los contagiados del pueblo. Estoy llena de preguntas sobre aquella época y no tengo ninguna documentación personal que me permita recuperar lo que viví. Puedo reconstruir datos por medio de Google e intercambiar recuerdos con mis hermanos, pero mi historia se diluye con la debilidad de mi memoria.
Por razones profesionales, dada la situación actual de pandemia, estoy haciendo un seguimiento de las actividades que las escuelas envían a los hogares para hacer presentes a los niños y jóvenes que a partir de marzo son alumnos. Entonces, evoco mi tiempo de la polio y me pregunto: ¿por qué las escuelas no arman un programa para que esta generación haga un registro de su experiencia de la pandemia? Los niños y los jóvenes que hoy están en edad escolar, en cualquiera de sus niveles, están atravesando una situación inédita, que seguramente no volverán a vivir.
Para todos la vida cotidiana está interrupta, nuestros vínculos afectivos están interdictos y buscan caminos alternativos para expresarse, trabajamos desde casa o no trabajamos, las parejas inventan otra vida en común, las familias se recomponen desde otras rutinas de convivencia, usamos la tecnología de manera diferente, los acontecimientos de países cercanos y lejanos forman parte de nuestra realidad de todos los días. No veo a mis amigos de Buenos Aires, pero la TV me muestra las caras y las palabras de muchos argentinos dispersos por el mundo. Hay gestos de solidaridad y también de discriminación. Se han instituido nuevos héroes y todo el tiempo se crean villanos. Sería interminable señalar cuántas cosas están pasando que antes no pasaban o no las registrábamos.
Muchos de los intelectuales del país y del mundo han intentado acercarnos una lectura de lo que estamos atravesando, muchos de ellos dicen que nada será igual después de la pandemia. Historiadores, epidemiólogos, sociólogos, antropólogos, psicólogos y demás reconstruirán este momento y nos contarán qué pasó y también por qué el futuro es como será. Mientras esto sucede las escuelas siguen enviando a sus alumnos una serie de actividades atadas a la secuencia del currículum (esto, en el mejor de los casos) sin que tengan ninguna articulación con el momento histórico que les toca vivir. Me refiero a la pandemia porque en muchas ocasiones tampoco tienen que ver con el mundo que vivimos y la cultura que configura la vida de los chicos.
Qué bueno sería que esta generación tuviera un documento propio de su experiencia de la pandemia, sea cual fuere la edad que ahora tengan niños y jóvenes. Por ejemplo, para Pedro, que tiene 6 años y está aprendiendo a leer con su mamá, porque con lo que le mandan de la escuela no le alcanza, ¿no sería buenísimo tener un registro oral y en video de lo que le está pasando en este momento, y poder compartirlo con sus compañeros cuando vuelva a la escuela? ¿Y qué está construyendo Juana, de 8 años, en su cabeza, respecto de esta situación? Porque sus docentes no le arman una guía de trabajo para que haga un texto sobre su experiencia de la pandemia. Y Nacho, que ya está en cuarto año y puede registrar muchas más dimensiones de la realidad de la pandemia: la sanitaria, la social, la económica y por sobre todo el impacto que a los 16 años tiene la interrupción del diálogo inter-sexual. ¿No podrá Nacho hacer un registro con toda la pasión de esa edad, de las injusticias y los amores en la época de la pandemia?
En la Argentina hay más de 12 millones de chicos en condición de escolaridad que podrían estar escribiendo una historia que solo ellos pueden contar. Sin embargo, no será así, porque están ocupados en realizar tareas dispersas que no los ayudan a interpretar su presente ni a construir su futuro. La escuela no pierde oportunidad de demostrar su divorcio con los tiempos que le toca transitar.