Coronavirus: la humanidad se ha tornado una comunidad de destino global
Como el cambio climático, la epidemia de coronavirus vuelve a mostrarnos las consecuencias de la enorme contradicción en que habitamos siete mil millones de seres humanos: un mundo globalizado por la ciencia y la tecnología, pero políticamente dividido en casi doscientos Estados nacionales que toman medidas separada y descoordinadamente. Indiferentes a las crecientes señales de alarma, los seres humanos seguimos manteniendo nuestros sistemas de regulación y control atados al modelo nacional/internacional mientras construimos una sociedad global. Un solo planeta, cada día más pequeño y en el que los procesos globales circulan cada vez con mayor velocidad, y casi doscientos gobiernos que se reclaman soberanos. ¿Alguien cree todavía que esto puede funcionar?
Basados en el paradigma de las soberanías nacionales absolutas, ayer eficaz, cada país es dueño hoy de hacer lo que le parezca mejor a su gobierno o lo que convenga a su interés nacional. Soberanismo lo llaman. Las consecuencias las pagamos todos. ¿Ha habido negligencia china en el tratamiento inicial de la epidemia? ¿Hubo un nuevo Chernobyl totalitario? ¿O acaso los responsables fueron los Estados Unidos, Rusia o una secta terrorista tratando de crear caos global? ¿Reaccionaron con eficacia los países afectados? ¿Lo están haciendo ahora? No lo sabemos, pero nos va la vida en saberlo. Y no lo sabemos porque no hay mecanismos globales transparentes de control y detección temprana ni protocolos obligatorios que deban respetarse en defensa de un bien común planetario: la supervivencia de la humanidad.
Existen la ONU y la Organización Mundial de la Salud, ciertamente. A pesar de los sabotajes de los nacionalistas populistas, allí están; menos mal. Pero también es cierto que esta pandemia ha dejado definitivamente en claro que las estructuras y capacidades de las organizaciones internacionales están muy por debajo de las necesidades de una sociedad global, que requiere urgentemente regulaciones básicas y estándares mínimos obligatorios para preservar bienes públicos mundiales como la salud humana, el ecosistema, la estabilidad financiera y la paz. No bastan ya las organizaciones internacionales, cuyos miembros, las naciones, están obligados a priorizar los intereses nacionales sobre lo que debería estar primero: el bienestar y la supervivencia humanos. No basta un sistema en el que la ONU y la OMS estén sujetas a intereses nacionales y cualquier Estado sea libre de negarse a tomar medidas contra el coronavirus, con consecuencias desastrosas para todos. Pero es exactamente lo que sucede hoy con el coronavirus y, desde hace décadas, con el calentamiento global.
De la pandemia del Covid-19 surgirá un mundo diferente. Todos lo sabemos. Queda por verse si será un mundo mejor o peor. Si, como a inicios del siglo XX, cada país decide despreocuparse del destino del mundo y jugar sus propias cartas, las consecuencias serán las de entonces: aislamiento, auge del nacionalismo, imposibilidad de enfrentar los desafíos comunes, conflictos crecientes, autoritarismo y crisis internacionales, y tragedias masivas, caos, muerte y desesperación. Es una posibilidad, y no un destino. Desde la creación de los Estados Unidos y la Unión Europea, los seres humanos hemos desarrollado dos paradigmas, el federalismo y la democracia, que han sido extraordinariamente exitosos en la escala nacional y continental.
Pero los seres humanos somos genios innovadores en tecnología, astutos pragmáticos en economía y tontos conservadores en política. Aplicar el federalismo y la democracia al campo global nos suena a herejía. Pensar un federalismo mundial que preserve las soberanías nacionales para las decisiones de alcance nacional pero delegue aquellas en las cuales se juegan el bienestar y el futuro de la humanidad nos parece utópico. Imaginar una democracia global en la que un Parlamento mundial cree un sistema sanitario global transparente e interconectado y establezca estándares de alerta temprana y protocolos obligatorios para el caso de potenciales pandemias, además de adoptar medidas globales para superar la crisis económica global resultante, se nos antoja un asunto de ciencia ficción. Pero una red basada en impulsos eléctricos codificados por unos y ceros que abarca todo el mundo y se ha vuelto el elemento decisivo en la economía, la cultura y las relaciones sociales nos parece de lo más natural. El resultado final es este sistema tecnoeconómico global del siglo XXI regulado por las instituciones nacionales creadas en el siglo XIX. Y la pandemia global.
Las democracias nacionales no sobrevivirán al caos global. Frente a la amenaza de la anarquía, la gente elegirá la tiranía. Una estructura federal-democrática nacional-regional-global o una nueva pesadilla nacionalista como las que ya conmovieron al mundo, esa es la cuestión. No estoy hablando, claro, de un Estado ni un gobierno mundiales, necesariamente basados en un Ejecutivo unificado, sino de reforzar las capacidades de los poderes judiciales y parlamentarios globales que existen de manera embrionaria: una Corte Penal Internacional para sancionar genocidios y crímenes de guerra, pero también a quienes no cumplan con las regulaciones globales de control del coronavirus; una Asamblea Parlamentaria de la ONU con poderes limitados a temas globales puntuales y decisivos, como las pandemias, el cambio climático, la estabilidad financiera y el desarme nuclear. ¿Totalitarismo mundial? Difícilmente. Los totalitarismos siempre se han basado en el poder de los ejecutivos y en la guerra contra un enemigo externo que a nivel global no existe, a menos que se trate de una invasión marciana. Y el avance de los ejecutivos sobre las libertades ya está ocurriendo hoy. Por el contrario, la idea del federalismo mundial no implica concentrar nada, sino más bien desconcentrar los poderes globales y locales de los que se ha apropiado, por siglos, el Estado nacional.
No bastan los discursos bienintencionados sobre la necesidad de una "cooperación global". No está sucediendo ni sucederá. Se trata de distribuir el poder en una red descentralizada de toma de decisiones locales, provinciales, regionales y globales en la que cada nivel sea capaz de limitar y controlar el poder de los demás. Una network, dirían los millennials, tan horizontal y descentralizada como el mundo digital, y si fuera posible, tan interactiva, participativa y veloz como el mundo digital. En cuanto a sus costos, cualquier forma de gobernabilidad mundial tendría costos infinitamente inferiores a los causados por la ineficiencia nacional/internacional en estos tiempos de pandemia e hiperrecesión.
Tal vez el coronavirus nos haya hecho entender finalmente lo pequeña que es la Tierra y lo cerca que estamos el uno del otro, y que la humanidad se ha tornado una comunidad de destino global. Ojalá. La ONU y la Unión Europea fueron la respuesta que los seres humanos creamos para intentar superar los desastres originados en la miopía nacionalista. Pero la ONU y la Unión Europea, exitosas en evitar una tercera guerra mundial, están siendo superadas por los acontecimientos, como han sido superados por los acontecimientos todos los gobiernos nacionales del mundo, incluso los soberanistas. No necesitamos abolir la ONU, la Unión Europea ni la OMS, sino reforzarlas y mejorarlas aplicándoles crecientes dosis de federalismo mundial y democracia global para complementar a los Estados nacionales en un mundo global. De lo contrario, de las crisis generadas por las insuficientes respuestas nacionales/internacionales a las crisis globales seguirán creciendo el descontento y la rabia. Y con ellos, el nacionalismo y el populismo, con su amenaza a la democracia y sus respuestas soberanamente simples a cuestiones complejas y globales.
¿Ciencia ficción? De ciencia ficción estará hecho el mundo que viene. Queda por verse si será el de Star Trek o el de Star Wars.