Coronavirus en la Argentina: ¿Hospitales o cementerios para pymes?
Hay que construir una cultura de respeto por el sector productivo y exigir ese respeto desde el Estado, que debería estimular y no trabar la actividad privada
¿Nadie está pensando en construir hospitales para pymes? ¿Tampoco en comprar respiradores para el sector productivo? Quizá sean medidas que haya que tomar con urgencia, porque mandar a las empresas "al muere" puede potenciar, a largo plazo, otra catástrofe sanitaria. En medio de una emergencia sin precedente, los pequeños y medianos empresarios, los comerciantes, emprendedores y cuentapropistas parecen condenados a cierta soledad y desamparo. Basta hablar con varios de ellos para percibir una enorme carga de angustia e impotencia, nutrida de la más sombría incertidumbre. Se han quedado sin horizonte; ven amenazada su propia supervivencia.
Pero hay algo de fondo en la mirada sobre esta realidad. Los emprendedores no solo son víctimas de un colapso económico; son víctimas de la incomprensión y hasta de cierto desprecio que se ha enquistado en la Argentina por el espíritu empresario, por la iniciativa privada y por el que logra crecer a costa de su propio esfuerzo, su propio talento y su propio riesgo. Esa especie de ideología "antiempresaria" parece impregnar cierto clima de época y agrava, hasta tornarla dramática, la perspectiva del sector privado en medio de la pandemia. Hay un marcado prejuicio contra ese universo y hasta una mirada frívola: se lo asocia al "buen vivir" y a valores estigmatizados (como los de la meritocracia o el individualismo), sin reconocer en ellos la cultura del trabajo y el talento innovador. En la Argentina se ha convertido el éxito en algo sospechoso, en un pecado. Se ha alimentado, además, la idea perversa y patológica de que "la plata no se hace trabajando". Quizá esa sea la secuela más grave y más profunda de un populismo cultural.
¿Qué pasaría si dejara de latir el corazón productivo del país? ¿Cuánta miseria, cuánto dolor y cuánta enfermedad sobrevendrían? ¿Cuáles serían las consecuencias de una ruina colectiva? A esta altura, plantear un falso dilema entre economía y salud es de una escandalosa liviandad. ¿Hace falta aclarar que preocuparse por las pymes no implica desentenderse de la salud de nadie? ¿Hace falta aclarar que la salud también depende de la economía? El mundo no funciona con eslóganes, y ante una crisis tan profunda y desafiante como esta lo mejor sería archivarlos. En medio del naufragio, el músculo de la iniciativa privada será, en definitiva, el que nos salve. No es un músculo que se alimente con subsidios ni limosnas; es un músculo que debemos empezar por cuidar, valorar y respetar. Lo debemos hacer todos los actores de la sociedad civil y, por supuesto, los gobiernos, la política, la Justicia.
La cultura emprendedora fue la que levantó a la Argentina. Heredada de los inmigrantes españoles, italianos, ingleses, alemanes, la vocación por el trabajo duro fue, entre tantas otras cosas, la que nos cuidó la salud y nos salvó la vida. ¿Qué son los hospitales Español, Italiano o Británico que hay en las grandes ciudades sino el resultado del esfuerzo civil, del riesgo emprendedor y de la apuesta a la excelencia? Son la conjugación de la iniciativa privada con el sentido de comunidad. Son el símbolo de eso que deberíamos reivindicar y defender, y que sin embargo boicoteamos y hasta sometemos a algún desprecio.
¿Quién acompaña hoy el desvelo angustiado de los pequeños empresarios? ¿Quién los reivindica y los defiende de verdad? Más allá de anuncios improvisados y ayudas que quedan enredadas en la telaraña de la burocracia y la ineficacia estatal, ¿cuál es el mensaje, la contención, la empatía con ese engranaje vital de la economía nacional que ya venía muy debilitado y que ahora está directamente arrinconado, exhausto, al borde de la asfixia? Empieza a fluir –es cierto– alguna asistencia para el pago de salarios. Pero en los despachos oficiales hoy parecen tener más defensores los presos que las pymes.
Frente a la cuarentena se notó, desde el principio, una excesiva mirada de clase media urbana, como si el encierro fuera equivalente, para todos, a un "exilio confortable" en hogares acogedores y bien provistos. Frente a sus secuelas económicas parece haber una mirada demasiado influida por el estatismo, por el funcionariado y hasta por la comodidad de la relación de dependencia. Quizá haya, incluso, una perspectiva demasiado dominada por el trabajo intelectual (como el de los políticos y el nuestro, el de los periodistas) sin interpretar las necesidades y las angustias del "hacedor" de trabajos manuales, del que depende de su esfuerzo físico para ganarse la vida, del que le pone el cuerpo a su negocio, a su fábrica, a su taller. Quizá haga falta una mejor comprensión de una cultura en la que no existe el sueldo fijo a fin de mes, sino una imperiosa necesidad de que la rueda gire y la producción no se detenga. Está muy bien que el Gobierno reivindique a los científicos (el cerebro del país), pero sin ningunear ni despreciar a los empresarios (que son los que ponen manos a la obra).
En contra de otro de los prejuicios instalados, el sector productivo de la Argentina no es "llorón" ni le gusta pedir en las ventanillas oficiales. Hay de todo, como en la viña del Señor: empresarios abusadores, marginales, evasores y prebendarios. Pero no son esas desviaciones (que debería combatir un Estado eficaz y transparente) las que dominan el sano espíritu emprendedor. Lo definen, en cambio, su voluntad y fortaleza para crecer por mérito propio. Lo único que piden es que la AFIP no les ponga la soga al cuello, que se valore su esfuerzo y no se los trate de miserables, que la burocracia les facilite una, que los bancos no les pidan siempre un papelito más, que la Justicia laboral actúe con ecuanimidad, que no los coimeen ni los acosen con inspecciones. No piden un monumento al "emprendedor desconocido" (aunque no estaría mal hacerlo); solo piden que no les corten las alas ni los empujen mientras caminan por la cuerda floja.
Nadie sabe qué nos espera del otro lado de la pandemia, pero está claro que todo será muy difícil. Exigirá enorme fortaleza y mucha responsabilidad. Exigirá más sacrificio y solidaridad que nunca. Para levantarnos, será indispensable el espíritu emprendedor. No lo despreciemos; valorémoslo. Necesitamos a esos argentinos que han arriesgado, que han confiado, que han trabajado duro, que han innovado y roto moldes, que han honrado, en muchos casos, el esfuerzo y el sueño de sus padres o sus abuelos fundadores. Contra el viento y la marea de un país imprevisible, han podido sobreponerse una y otra vez, han sabido adaptarse a los cambios de la revolución tecnológica; han fracasado y han persistido. Pero las adversidades han sido muchas y han hecho, por supuesto, que el motor productivo de la Argentina pierda potencia en las últimas décadas. Si ese motor se apaga, será muy difícil que alguien tenga asegurado su sueldo a fin de mes. Será muy difícil, también, que los hospitales nos puedan curar, que nuestros hijos puedan encontrar un mejor futuro y que nuestros mayores puedan vivir con la tranquilidad y la protección que se merecen.
Tenemos que construir, entre todos, una cultura de respeto por el sector productivo. Y tenemos que exigir ese respeto desde el Estado, que debería estimular y no trabar la iniciativa privada. Sin el empuje, el dinamismo, el riesgo y las ideas de los emprendedores, será mucho más difícil reponernos de la pandemia. No hay ningún país que se levante sobre un cementerio de pymes.