Contradicciones y necesidades electorales limitan al Gobierno
Los gobiernos, como los seres humanos, a menudo entran en contradicciones. Las promesas de campaña y las decisiones irrenunciables se diluyen como consecuencia de las circunstancias, los cambios de entorno y los errores al punto de que, cuando se acerca la hora de votar, casi no existen. Las instancias preelectorales son especiales. Con el aporte de los especialistas en marketing político, la maleabilidad de los candidatos dispuestos a hacer (y parecer) lo que sea para ganar y las expectativas y esperanzas de mejora que el voto genera casi mágicamente suelen consagrarse propuestas utópicas, tan políticamente "correctas" como impracticables, demagógicas y caracterizadas por un idealismo cándido. La máxima de Perón "mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar" podría convertirse en "mucho más fácil que hacer es decir, mucho más cómodo que realizar es prometer".
A pesar de que esto ocurre en muchos países democráticos, en nuestro caso el resultado es peor que el promedio como consecuencia de la endémica fragilidad institucional que padecemos, que incluye un aparato estatal gigante, que al mismo tiempo que ahoga a la sociedad con una carga fiscal récord está condicionado por su ineficiencia y por altos umbrales de corrupción, lo que lo vuelve incapaz de brindar los bienes públicos esenciales. ¿Estamos transitando por el momento crítico del calendario electoral en el que puede estar gestándose la próxima desilusión? Mirando el recorrido de estos últimos 35 años, existe una alta probabilidad de que en la laptop o en la cabeza de algún publicista se estén plasmando las palabras claves, las imágenes y los colores que contribuirán al éxito del próximo primer mandatario. No se pongan impacientes por conocer ese contenido: en breve estará inundando las redes sociales.
A veces las contradicciones generan situaciones incómodas y aun contraproducentes. George Bush padre inmortalizó el "lean mis labios: no más impuestos" durante su campaña presidencial, para luego verse obligado a transitar el camino inverso. En un laberinto parecido parece extraviado Macri : le hicieron prometer "pobreza cero" y pedir que juzguen su gestión por la cantidad de ciudadanos que iban a dejar de ser pobres. Lo curioso es que los responsables de semejantes compromisos aún continúan en sus cargos.
"Más allá de nuestras diferencias... para avanzar, necesitamos construir consensos que trasciendan los gobiernos y lo vamos a hacer apelando a las herramientas del diálogo, la construcción de confianza y el derecho", dijo Macri en referencia al reclamo por la soberanía de las islas Malvinas. Pero su gobierno sigue empeñado en ignorar las distintas expresiones de la oposición para debatir asuntos fundamentales de la agenda, como los relacionados con la política económica. "Estoy convencido de que es el único camino", repite Macri, con más convicción con la que defendía el sepultado gradualismo.
Paradójicamente, el gobierno que detestaba la "vieja política" y rechazaba la cultura y los modos característicos del radicalismo se ve, dada su debilidad relativa, obligado a seducir con cargos y espacios de poder al socio electoral menos obediente. "Lilita siempre mantiene su autonomía y hay cuestiones en las que es intransigente, pero se alinea en los años electorales", remarcaba un operador oficialista. Con la UCR es diferente, pues se trata de un colectivo heterogéneo que nunca estuvo totalmente convencido de integrar una coalición con una figura de los valores y la procedencia de Macri. La irrupción de Lavagna configura una amenaza de un potencial abandono de Cambiemos .
Con más coincidencias programáticas y con el antecedente de 2007, cuando Lavagna fue candidato por un frente constituido en torno al radicalismo, la capacidad del centenario partido de hacer valer su menguado aparato es mayor. Por algo el presidente de la Convención, el cordobés Jorge Sappia, rechazó ofendido la posibilidad de considerar una candidatura vicepresidencial como contraprestación para que la UCR siga integrando el espacio oficialista. Y cerca de Martín Lousteau sugieren que su intención es participar en las PASO enfrentando a Macri en lugar de acompañándolo en una potencial fórmula. En las próximas semanas debería develarse esta incógnita, pero es probable que el Gobierno deba multiplicar las muestras de pragmatismo y resignación frente a los procedimientos tradicionales de la política vernácula, con el objetivo de sostener sus chances electorales: si termina de desmoronarse la polarización, la lucha por atrapar al votante medio (moderado, urbano, con sesgos estatistas, desencantado con la política y con un hondo malestar por la crisis económica) será encarnizada. El servicio que el radicalismo puede darle a Cambiemos puede resultar determinante.
Algunos observadores que siguen desde el exterior el derrotero nacional muestran preocupación. "¿Qué podemos esperar de una segunda administración Macri si en el Congreso no se modifica el balance de poder?", preguntó un ejecutivo de una empresa petrolera. Hay dos hipótesis. Una supone que el Presidente aprendió la lección y jugará fuerte en el primer tramo de su segundo mandato conformando una coalición amplia que viabilice la implementación de un ambicioso programa de reformas estructurales. Preocupado por su legado y consciente de los riesgos de postergar lo inevitable, tendrá la posibilidad de demostrar su eficacia y, como ocurrió en la ciudad de Buenos Aires, logrará por fin el reconocimiento y el respeto que le resultaron esquivos los primeros cuatros años. La segunda hipótesis: con el espaldarazo de una nueva victoria, Macri y su núcleo de colaboradores de confianza acentuarán los atributos expuestos en este primer mandato, incluyendo la renuencia a "compartir poder". Más: convertido en "pato rengo", no podrá evitar que la puja por la sucesión genere tensiones en Cambiemos (y hasta en Pro), entorpeciendo la gestión y con la amenaza de una ruptura que implique o alimente una crisis de gobernabilidad. ¿Cuál de los dos escenarios tiene mayor chance de concretarse? Se trata simplemente de un ejercicio analítico. Aunque una mirada desapasionada del desarrollo político argentino de las últimas décadas no deja demasiado espacio para el optimismo.
En esta coyuntura preelectoral, la agenda pública se atiborra de asuntos insignificantes, periféricos y/o que ratifican el patético nivel de debate que caracteriza desde hace demasiado tiempo a la política nacional. La expectativa está puesta en las elecciones presidenciales, suponiendo que podrían precipitar o permitir alguna modificación del actual estado de cosas. No estamos discutiendo cómo o por qué habría de modificarse la actual dinámica si en efecto no hay cambios de política o instrumentos complementarios que acompañen el programa de ajuste. En cualquier caso, esto supone esperar al menos otros ocho meses. Considerando la creciente competencia que enfrentamos en un mundo cada vez más complejo y desafiante y, sobre todo, las lamentables cifras de marginalidad y pobreza que conocimos la semana pasada... ¿puede darse la Argentina un lujo semejante?.