Armonizar demos y kratos
El funcionamiento de la democracia despierta preocupación y rechazo en analistas y en simples ciudadanos. Mientras estos lo expresan en encuestas, los primeros llegan a afirmar que "los procesos políticos (...) se han vuelto visceralmente tribales, y los votantes, impulsivamente destructivos" (Max Fischer, The New York Times). Y como una mala lectura lleva a respuestas erróneas, conviene indagar más para equivocarse menos.
En la antigua Grecia, el tamaño de la polis permitía que los propios ciudadanos ejercieran el poder. Pero con el crecimiento de las sociedades aparece un demos diferente, más numeroso, pero sobre todo más complejo, con intereses dispares y hasta contrapuestos.
Esto lleva a Sartori a preguntarse: "¿cuál es el significado de demos?". Y su respuesta hace un largo recorrido, que va desde las diferencias que hace Aristóteles entre demos buenos (politeía) y demos malos (democracia), para pasar luego del vocablo griego al latino populus, y de ahí a las lenguas modernas donde en alemán es sustituido por Volk, que remite a un todo orgánico "que puede expresarse por una voluntad general indivisible"; mientras que en inglés people remite a una "multiplicidad divisible". Diferencia esta última que da pie a la conocida oposición entre democracias republicanas y democracias delegativas (o populistas), pese a que también en las primeras hay "delegación", dada la complejidad de una tarea que no está al alcance de este demos. La diferencia debe ubicarse en la forma de ejercer el poder y no en la representación.
A la complejidad en cuanto al significado del demos se agrega la apropiación de su capacidad de legitimar, lo que hacen fracciones de la nobleza que lo utilizaron como ficción para oponerla a la que usaban las monarquías cuando declaraban gobernar en nombre de Dios. El primer uso del "pueblo" como ficción estuvo a cargo de Marsilio de Padua a comienzos del siglo XIV, mientras que Edmund Morgan, en su libro La invención del pueblo, cuenta cómo a fines del siglo XVII "de manera cautelosa y casuística, los ingleses restablecieron la soberanía popular como la ficción de gobierno imperante...". Para Morgan, "todo gobierno necesita hacer creer en algo. Hacer creer que el rey es divino (... ) Hacer creer que el pueblo tiene una voz o hacer creer que los representantes del pueblo son el pueblo...".
A partir del voto universal puesto en práctica durante el siglo pasado (con Nueva Zelanda adelantándose en 1893), un nuevo actor se ocupa de encauzar las decisiones del demos en cuanto a la delegación de su kratos, pero su influencia ha sido puesta en entredicho debilitando su función reguladora. Como sostiene Steven Levitsky, politólogo de la Universidad de Harvard: "Los controles informales impuestos por el monopolio de los establishments sobre el acceso a los cargos electivos están desapareciendo". Y esa pérdida de influencia ha dado lugar, por un lado, a la aparición de candidatos a gobernar que no son garantía de eficiencia ni de valores republicanos, y por otro, a que las mayorías ciudadanas se comuniquen con esos candidatos en un lenguaje predominantemente emotivo, centrando sus discursos en banderas que prometen luchar, sin reparar en los medios, contra todo lo que pondría en peligro su bienestar material.
Estas consecuencias despiertan objeciones atendibles; pero la respuesta debe ir más allá de una descalificación despectiva de los votantes. Sin duda hay un problema a resolver; pero la solución debe respetar tanto los poderes inalienables del demos como la necesidad de la sociedad de contar con un kratos que se ejerza de manera eficiente y con moderación republicana. Si falta lo primero no hay democracia; y si falta lo segundo los derechos y garantías individuales no estarán resguardados.
Encontrar la solución a este desafío no será sencillo. Pero cualquiera sea la nueva ficción o el mecanismo legítimo (aceptado por la voluntad popular) que se alcance para desalentar candidatos mesiánicos, hay una condición necesaria que no podrá eludirse: la elevación cultural y material de la vida que sobrellevan las mayorías populares. El fortalecimiento de una cultura cívica que enfatice la importancia de los derechos y garantías ciudadanos ayudará a alcanzar una buena democracia. Pero para que las mayorías populares estén abiertas a escuchar e internalizar ese tipo de mensajes, se hace necesario que la satisfacción de sus necesidades materiales, así como sus expectativas de ascenso social, estén garantizadas.
Sociólogo