¿Ahorrar en pesos?, un mal chiste argentino
"Hay que terminar con esa práctica de ahorrar en dólares", interpeló reiteradamente el presidente Alberto Fernández, como si los políticos fueran ajenos a los motivos que lo causan. Tal vez piense que su palabra y el poder de su poderosa pluma puedan contra el instinto de supervivencia económica de todos. Es que los presidentes a veces no comprenden de la cobardía del bolsillo hasta que la sufren con sus reiterados fracasos económicos. Así fue como Perón trató de ningunear el valor de una moneda sana cuando, recién asumido dijo su famoso "¿Alguno de ustedes vio alguna vez un dólar?"
¿Pero es una afición emocional al billete verde o hay otra motivación?
Si tomamos como fecha de comparación precisamente junio de 1946, época en la que Perón ya se empezaba a preocupar por la moneda estadounidense, y alguno de los lectores hubiese tenido la friolera de 2445 billones de dólares y no los hubiese tocado, además de tener la fortuna más grande del mundo y no necesitar leer esta columna, hoy tendría los mismos 2445 billones de dólares. Pero si en cambio ese día hubiese apostado a la palabra de Perón y lo hubiese cambiado a la moneda local, hoy tendría UN PESO. Sí, ¡leyó bien!
Ahora, si en 1965 hubiese tenido 46 mil millones de dólares y los hubiese guardado sin ponerlos a trabajar, además de figurar en el ranking de Forbes, seguiría teniendo esa misma fortuna. Si en cambio los hubiese cambiado a pesos y hubiese comprado el sándwich de media mañana que quien escribe compraba en el recreo de primero superior, podría haber comprado 4.600 millones de emparedados de mortadela y hoy tendría una importante cantidad de tone-ladas de compost y residuo orgánico que valdrían unos cuantos miles de dólares. Si por el contrario, lo hubiese dejado en pesos moneda nacional, hoy tendría UN PESO que vale menos incluso que esos viejos sandwichs podridos.
Pero si la duda que el lector es que a nadie se le ocurriría dejar esos pesos sin trabajar, podríamos llegar a otra conclusión más triste aún. Si en enero de 1976, después del famoso Rodrigazo -que no fue otra cosa que el brusco sinceramiento de la nefasta economía de José Ber Gelbard-, y hubiese puesto 19.600 pesos Ley, equivalente a cien dólares, en un plazo fijo renovable a la tasa promedio de mercado, hoy no llegaría a tener UN PESO. Menos de un centavo de dólar. ¡Ah! Y sin aplicar en el cálculo el impuesto a la renta financiera que impuso el gobierno anterior por ingeniosa ocurrencia del actual titular de la Cámara de Diputados, gran inspirador de impuestos inconsistentes.
Es cierto que estos supuestos no contemplan la injerencia de semejante riqueza en la economía del país. Tal vez la hubiese potenciado para su crecimiento o quizás hubiese inspirado más al gran despilfarro nacional, pero este análisis es contrafáctico, aunque estos ejemplos muestran la magnitud con la que hemos destruido a nuestra economía y a nuestra moneda
Porque es fácil de entender la conclusión. Si acudimos a cualquier manual de economía veremos que una moneda debe cumplir tres condiciones: servir como unidad de referencia y medida; como instrumento de pago; y como reserva de valor o ahorro. Ergo, el peso no es una moneda por más que las leyes lo afirmen. Es fácil advertir que no se puede ahorrar en pesos, ni que nadie vendería su propiedad o un acopio a granel en pesos, ni tampoco un auto de alta gama u otro objeto costoso. Quién podría tasar una propiedad en pesos y comparar su valor con otra con la dispersión que provoca la inflación... Por definición y efecto, el peso no es otra cosa que una cuasi moneda o bono de circulación obligatoria. En tanto no haya moneda consolidada y que recupere la confianza del ciudadano –o mercado, que es lo mismo- el dólar seguirá siendo la verdadera moneda argentina. Podrán tildar esta columna con opiniones di-versas y hasta cueles, y es bueno que así sea, pero es lo que pasa naturalmente en todo el mundo. Y acá la experiencia lo confirma. En la URSS de Leonid Brézhnev, en la Cuba de Castro y ni hablar de la Venezuela chavista. Ni la opresión evita el sinceramiento de la economía.
Pero nada es gratuito. Argentina hace un siglo tuvo uno de los PBI más altos del mundo. Hoy el PBI argentino es menor que el consumo norteamericano para las fiestas de fin de año, entre viajes, cenas, festejos, ornamentación y regalos (468 mil millones de dólares). Hace un siglo participábamos por encima del tres por ciento del comercio mundial. Hoy apenas llega al tres por mil.
Hasta aquí, datos duros. Ahora la opinión de quien escribe. Muchas cosas pasaron. Una de ellas, está en que los argentinos empezamos a confundir trabajar con producir. Y producir con consumir. Consumir es el acto económico que permite el reparto de las riquezas que se generan. Y la Argentina se está que-dando sin riquezas. Seguimos magnificando la estructura burocrática estatal -y hasta relegamos los servicios que debería dar el Estado a un segundo plano- en detrimento del aparato productivo que es el que "se banca" todo. 75 años continuos de Keynes puro.
Así, ¿cómo se puede salir adelante?