Afianzarse en el camino de la república y el desarrollo
El difícil presente económico no debe llevar a subestimar la esencia antirrepublicana del populismo
La esencia del populismo es institucional. Su opuesto es la república, no el neoliberalismo. Hay neoliberales populistas y populismos socializantes. Ambos son antirrepublicanos. La institucionalidad populista implica una lógica de construcción del poder. En palabras de Laclau, el populismo es "un modo de construir lo político". La arquitectura racional es conocida. A partir de la sumatoria de demandas sociales insatisfechas, el populismo divide a la sociedad y convierte a la mayoría en un todo aglutinante que se apropia del concepto "pueblo". Apropiación indebida que, sin embargo, le permite una identificación sectaria con lo popular. El líder, que representa al pueblo, evita la intermediación propia de los mecanismos institucionales republicanos para articular su relación con el grupo, prometiendo soluciones inmediatas a problemas causados por un "enemigo" interno (el "antipueblo") que representa intereses de un "enemigo" externo (el neoliberalismo, la oligarquía, el marxismo, el FMI, los "zurdos", los "yanquis", los inmigrantes, o el que sirva a la ocasión).
El enemigo de turno también es la excusa para justificar errores, resultados adversos, postergaciones de planes y las promesas incumplidas. En las bases de este modo de construir lo político aparece la inconsistencia con los equilibrios y contrapesos de la división de poderes, la independencia de la Justicia, la libertad de expresión, la pluralidad de ideas, y la alternancia de distintas fuerzas políticas en el ejercicio del poder, todos cimientos de la república y del Estado de Derecho. La institucionalidad populista puede coexistir un tiempo con la democracia mientras impone y usufructúa la "regla de la mayoría". Pero, por su naturaleza, transforma la democracia en plebiscitaria y "delegativa", y, como sustituye la institucionalidad republicana, puede abandonarla con derivas autoritarias cuando las mayorías se disipan y se transforman en minorías que cooptan el Estado y buscan perpetuarse en el poder.
El renovado auge del populismo en el mundo (tanto en el desarrollado como en el emergente) es un fenómeno de época. Para analizarlo, más que bucear en la historia de sus raíces románticas y totalitarias, hay que comprender su empatía con la cultura de la "modernidad líquida". El populismo posmoderno ha exacerbado el culto al presente sin reparar en las consecuencias futuras, construye la realidad a partir del relato (la realidad no es más la única verdad) y ofrece un menú de tenedor libre a las ideologías de la "modernidad dura" (en el plato ideológico pueden mezclarse los brócolis con helado). De allí las coaliciones populistas de izquierda y derecha, difíciles de explicar con los cánones analíticos de los tiempos de los metarrelatos. Si subestimamos la esencia antirrepublicana del populismo, corremos el peligro de ceder a los cantos de sirena de relatos económicos coyunturales de muchos que no creen en la prioridad de la república.
Ya muchos han olvidado que Cambiemos fue votado en 2015 para poner freno al "vamos por todo" del kirchnerismo. Consigna que proponía terminar con la tensión entre la Constitución formal y la real, e imponer la vigencia definitiva de la institucionalidad populista. En las varias manifestaciones populares que precedieron la conformación del espacio Cambiemos, confluían miles de argentinos de todas las fuerzas partidarias (muchos de origen peronista) bajo consignas cívicas de "independencia de la Justicia y no a la reforma de la Constitución". Los radicales en Gualeguaychú aprobaron conformar un espacio con Pro y la Coalición Cívica, motivados por la preocupación fundamental por el destino de la república, que estaba en juego, en la democracia recuperada por Raúl Alfonsín. En la masa crítica que llevó a Cambiemos al poder en la segunda vuelta, había preocupaciones compartidas tanto por el futuro económico como por el futuro institucional del país.
Es cierto que el Gobierno puede haber cometido el error de disimular la herencia económica recibida. Es cierto que el diagnóstico del paciente que dejó el populismo K era de enfermedad terminal y no de úlcera, como creyó buena parte de la sociedad, incluidos los votantes del cambio. Pero también es cierto que el mandato liminar de Cambiemos de "dar vuelta la página del populismo" tenía un componente básico de restablecimiento de la institucionalidad republicana.
El problema de muchos críticos hoy decepcionados con la gestión de Cambiemos es que asocian el populismo solo con sus pinceladas económicas, subestimando su centralidad institucional. La persistente inflación con recesión derivada de la megadevaluación del año pasado trastorna el humor social y alimenta la especulación política en un año electoral, pero en tiempos de opciones no pueden ignorarse los avances sustantivos de la gestión de Cambiemos en "republicanizar la democracia". A su vez, todos estos avances institucionales auguran, de persistir en el tiempo, los frutos económicos de los que nos ha privado la institucionalidad populista.
Es cierto, el país necesita reformas estructurales de fondo para desarrollarse y erradicar la pobreza. No puede seguir viviendo por encima de sus posibilidades, distribuyendo riqueza que no genera, y no puede seguir financiando fiestas periódicas de consumo desigual con una estructura productiva orientada al mercado doméstico que exporta saldos y que explota cuando le faltan dólares. No puede seguir violando contratos con los prestamistas que especulan porque nuestros desequilibrios crónicos nos hacen dependientes de ellos, y menos con aquellos que invierten en capital fijo y hunden inversión en nuestra geografía.
Es cierto que no hay seguridad jurídica en un país donde no hay previsibilidad normativa y donde la Justicia en un mismo caso puede fallar A y no A. Claro que el desarrollo inclusivo es un capítulo pendiente y que su agenda debiera ser parte de los programas y debates de campaña. Pero a no equivocarnos, aquí no estamos discutiendo Keynes o Friedman: aquí estamos decidiendo el camino de los consensos básicos como vía para hacer las transformaciones estructurales que el país necesita en la alternativa republicana del poder, o el camino de la institucionalidad populista, donde las políticas de Estado pasan a ser las políticas de un gobierno que controla el poder y que no cree en la alternancia.
Ni los críticos más acérrimos especulan con la posibilidad de que el Presidente, de ser reelegido, puede forzar un nuevo mandato reformando la Constitución Nacional. Ha gobernado con una Corte no adicta y ha respetado las sentencias desfavorables. A partir de allí toda presunción de interferencia debe ser probada pese al aluvión de fake news. Nunca el Gobierno tuvo mayoría en ambas cámaras legislativas y leyes claves fueron negociadas por consenso. Hay libertad de expresión y los medios críticos dicen lo que quieren, sin presiones ni intimidación. Funcionan los órganos de control y se han reinstitucionalizado organismos reguladores intervenidos. Ha cedido la corrupción estructural y se ha ganado en transparencia. La institucionalidad republicana es el camino al desarrollo. Muchos votantes fastidiados con el presente económico siguen teniendo en claro que el cambio es la república y el desarrollo.
Doctor en Economía y en Derecho