Cogobernar para todos
La victoria de Donald Trump generó un cúmulo de interpretaciones, en el que se arremolinaban la sorpresa y la desazón de muchos analistas. Pasado el estupor, las explicaciones se orientan a descubrir en un "voto antisistema" o "antiestablishment" la clave de un resultado que no entraba en sus cálculos. Podríamos decir que la mayoría silenciosa estadounidense expresó su disconformidad con los políticos tradicionales y con las elites de su país, que despertaron de un "sueño americano" que sólo las alcanzaba a ellas. La votación reveló que la América del Norte profunda vive otra realidad, lejana a las veleidades de una sociedad rica, cosmopolita y con altos niveles de consumo, y mucho más cercana a los fantasmas que recorren otras latitudes del planeta: la injusticia distributiva, la exclusión, la falta de oportunidades y de horizontes.
El triunfo de Trump no resulta un fenómeno sin antecedentes. En 2001, los argentinos vivimos el año más terrible de nuestra historia desde la recuperación de la democracia. El país se incendiaba en su crisis más profunda y muchos compatriotas manifestaron su rabia al grito de "que se vayan todos".
Este año hemos visto, en otros países, cómo ese grito se trasladó a las urnas: en junio, en Gran Bretaña, con el Brexit; en octubre, en las elecciones municipales de Brasil. En este caso, el Partido de los Trabajadores perdió en el 60 por ciento de las prefeituras que gobernaba. En muchos distritos triunfaron candidatos considerados "fuera de la política": un periodista será el nuevo alcalde de São Paulo; un pastor evangélico gobernará Río de Janeiro. ¡Que se vayan todos!
Ahora le ha tocado el turno a la primera potencia del planeta, donde las elecciones consagraron a un empresario que se diferenció del sistema tradicional con actitudes "políticamente incorrectas". Sus gestos grandilocuentes resaltaban su distanciamiento de ese establishment repudiado por gran parte de la población. ¡Que se vayan todos!
En estas experiencias, resulta claro el descontento popular con quienes han venido gobernando. Pero hay otra lectura que me interesa destacar. Si las analizamos en profundidad, vemos que ponen de manifiesto el agotamiento de un sistema de gobierno. La crisis de representación es mucho más que el desgaste de un establishment político profesionalizado, que se turna en el poder y cuyas acciones de gobierno agravan las situaciones de injusticia, pobreza, exclusión y desamparo que padecen los sectores populares. Lo que está agotado es el propio modo de gobernar, ya se trate de un sistema presidencialista o de tipo parlamentario.
Es la propia representación democrática la que está puesta en duda. Un dato preocupante, según surge de una muestra de Latinobarómetro, es que la mitad de la población de nuestra región prefiere un gobierno que solucione problemas, aunque no sea democrático.
Donald Trump gobernará un país con la mitad de la población en contra. Difícilmente pueda hacer lo que le venga en gana, en una nación cuyo Congreso tiene un poder mucho mayor del que estamos acostumbrados en otras latitudes. ¿Chocará Trump contra el establishment político y económico, de su país y de gran parte del mundo o dará la espalda a quienes lo ungieron presidente? Es prematuro opinar al respecto. Lo que sí está claro, y no sólo en Estados Unidos, es que el sistema de gobierno es inconducente tal como está. Lo observamos también en nuestra región. Gobiernos en minoría deben "cambiar figuritas" y regatear, como si fuesen mercancías, leyes e iniciativas con las distintas vertientes de la oposición. Iniciativas que, por lo general, responden a urgencias y necesidades coyunturales, no a un proyecto ni a un programa de mediano y largo plazo.
La salida de ese laberinto es encaminarnos hacia el cogobierno, que puede resumirse en la expresión: el que gana gobierna y el que pierde también gobierna. Así, un programa de gobierno consensuado entre las expresiones políticas de una nación será aplicado por quien haya ganado la elección, acompañado por quienes la hayan perdido. De este modo, el programa será el que haya votado el pueblo. No tendremos más promesas de campaña que raras veces se cumplen, con las consecuencias que esto trae en detrimento de la representación democrática.
Si el primer presidente republicano de Estados Unidos, Abraham Lincoln, se refería a esa representación como "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo"; para que no perezca en un gran "que se vayan todos", es hora de empezar a cogobernar para todos.
Ex presidente de la Nación