Claves para entender la obra de Chema Madoz
Objetos de uso cotidiano protagonizan la muestra en FoLa del artista madrileño, ganador del Premio Nacional de Fotografía de España
Clasificar el trabajo del artista español Chema Madoz es relativamente fácil. Se puede decir que es un fotógrafo de objetos, nada más. Pero esta primera impresión se volverá incompleta, irrespetuosa, superficial. Lo que vemos en sus fotografías en blanco y negro son objetos de uso cotidiano; no inventa cosas, sino que las recontextualiza. Sobran los ejemplos en la muestra Ocurrencias y regalos (para la vista), inaugurada esta semana en la Fototeca Latinoamericana (FoLa).
Metáforas visuales
Madoz nació en Madrid en 1958. El primer contacto con lo que sería su obra madura -el mágico mundo de los objetos- se dio temprano en su infancia: "Cuando tenía cuatro años, mi madre me llevó a aprender los rudimentos de la escritura con una señora que daba clases en la cocina de su casa. Había una mesa donde estaban ya ocupados todos los sitios. Como no había lugar para mí, me puso una banqueta frente al horno de la cocina y abrió la tapa del horno, que mágicamente se convirtió en escritorio. Ahí tomé conciencia de las posibilidades que ofrecían los objetos".
Se formó en historia del arte y en fotografía. Su primera muestra en la Real Sociedad Fotográfica de Madrid, en 1983, fue el paso necesario para que se decidiera a abandonar su trabajo en un banco y se dedicara de lleno a la fotografía. La movida madrileña de esos años transcurría en las calles, y la actividad de los artistas era frenética. Madoz estaba en los márgenes; hurgaba en mercados de pulgas, recolectaba cosas que habían perdido el valor de su función original. Ya sabía, en esos tiempos, que los objetos son una fuente inacabable de metáforas visuales.
Máximo galardón
Esta búsqueda instintiva tuvo una reafirmación epifánica cuando visitó la muestra del catalán Joan Brossa en el Museo Reina Sofía, en 1993. Brossa, un artista inclasificable, venía trabajando desde los años 60 con objetos y sus infinitas posibilidades poéticas. Se hicieron amigos y hasta realizaron proyectos en común.
En el año 2000, Madoz ganó el Premio Nacional de Fografía de España, máximo galardón para un fotógrafo. Desde entonces, además de realizar muestras en distintos países, editó libros y se expandió al mundo de la moda y las artes performáticas.
Ser o no ser
Madoz se considera un "escultor objetual" que trabaja desde el punto de vista de un fotógrafo. La fotografía es para él poco más que un registro de memoria, que le permite fijar la idea que ha construido.
Siempre usa una cámara de película de formato medio, un objetivo de una distancia focal normal ("porque me deja ver como ve el ojo"), un trípode y la luz disponible. Considera que la fotografía con película en blanco y negro aumenta la plasticidad y el misterio en la imagen de una manera en que la tecnología digital no podría hacerlo.
"Me presento como fotógrafo porque es una manera sencilla de definirme ante los demás. Si me pongo a explicar mi trabajo, puede llegar a ser complicado. Lo lindo de esto es la absoluta inutilidad de lo que hago."
Las personas y las cosas
Su marca indiscutible son los objetos de uso cotidiano, su fuente de inspiración. En sus primeros trabajos aparecían personas, casi siempre fragmentadas o con los ojos cerrados. No eran retratos; eran objetos en función de otros objetos. Así que un día decidió no fotografiar más personas y concentrarse en las cosas.
En sus obras profesa una vocación documental innegable. Los objetos están ahí para ser fotografiados. Esas construcciones son obra de sus manos, pero nunca las ha expuesto al público: lo único que podemos ver de ellas son las fotografías. En ellas encontramos tres aproximaciones que se complementan: el objeto encontrado sin alterar, el objeto manipulado y el objeto inventado, construido en su estudio.
Humor de niño
Las semejanzas entre los objetos y el resultado poético de estas interrelaciones están en la raíz del proceso creativo de Madoz. Este proceso, a su vez, está influenciado por un sutil sentido del humor, un optimismo natural como el de un niño. Esta excéntrica cualidad hace que sus relaciones visuales sean comprensibles para la gran mayoría del público, pero sin resultar obvias.
"Chema es un hombre que se permite seguir jugando como un niño; algo que todos estamos perdiendo con la madurez. Nos podemos identificar con ese juego infantil y se lo agradecemos", señala el curador español Alejandro Castellote.
La potencia de un haiku
Su poesía se acerca más a la potencia silenciosa y breve de un haiku que a cualquier otra manifestación literaria. Sus fotografías (que nunca llevan título) están allí para ser vistas y completadas por el espectador. Son los objetos que encontramos en los rincones de nuestras propias casas, pero redimensionados (en algunos casos, juega con la escala de una manera magistral), transformados sutilmente y retratados de la misma manera, pero siempre con resultados diferentes.
Su obra está instalada en nuestro imaginario visual, pero no lo sabemos. Como dice Fernando Castro Flórez en su excelente texto curatorial: "Es como si esas rarezas estuvieran ya ahí ante nuestros ojos y Chema Madoz tan sólo hubiera sido el maestro silencioso que, con extrema elegancia, nos las muestra".