Claves para entender la obra de Charly Nijensohn
El artista, que en sus obras retrata a seres humanos enfrentados a la adversidad en distintos paisajes, presenta El ciclo de la intensidad en el CCK, una videoinstalación inmersiva realizada en el Salar de Uyuni, en Bolivia
El cielo límpido revela un paisaje de estrellas fulgurantes, un desierto iluminado por el arte y la alquimia. Es El ciclo de la intensidad, una videoinstalación inmersiva con cinco grandes pantallas que Charly Nijensohn acaba de presentar en el CCK, realizada especialmente para Bienalsur en el Salar de Uyuni, en Bolivia. El reconocido artista argentino residente en Berlín conversó con LA NACION sobre las claves de sus obras.
Desierto de hielo
"Busco experiencias intensas que marquen mi vida. El viaje es el punto inicial, abre la puerta a lo desconocido e inesperado, a lo que está fuera de control", dice Nijensohn, que se propuso capturar la imagen de un grupo de personas sobre témpanos que flotan a la deriva (Después del final, 2006).
Tras un tiempo en la Antártida, decidió que no quería trabajar con militares: empezó a planificar su viaje al Polo Norte para interactuar con comunidades autóctonas.
Después de investigar tres años, logró contactarse con Bo Albrechtsen, un danés con vínculos estrechos con las comunidades inuits (nombre con el que se autodenominan los esquimales de Groenlandia). Con el dinero aportado al proyecto por algunos coleccionistas y una cámara de video prestada, Nijensohn partió hacia el desierto de hielo.
El hombre, protagonista
"El centro de mis obras es el ser humano: busco limpiar todo lo accesorio", dice Nijensohn. En sus fotografías y filmaciones, el hombre se enfrenta a la adversidad en sitios remotos e inhóspitos, que revelan la magnificencia de la naturaleza.
Allí se percibe una profunda soledad. A pesar de presentarse en grupos, las figuras están desvinculadas, aisladas. Con trajes similares, ocultan el cuerpo y el rostro: no es posible determinar sexo ni edad. Jamás el espectador les verá la cara.
Contra el azar
Los videos y las fotos de Nijensohn son tomas directas, sin manipulación digital ni guión. El artista cuenta que así como todo su trabajo es de no ficción, él es un control freak: se ocupa de todos los detalles, desde la comercialización de la obra hasta el desarrollo del proyecto. Para garantizar la seguridad de las personas que participan en las expediciones artísticas, no deja variable librada al azar.
Saberes ancestrales
Sin un ápice de manipulación, Nijensohn logra imágenes inolvidables porque se nutre de saberes específicos de las comunidades aborígenes con las que interactúa y trabaja. En Groenlandia, los inuits viven de la pesca: paran en témpanos para despellejar a sus presas o comer un poco del animal apenas lo cazan. Por eso, es común encontrar bloques de hielo con restos de animales y de sangre.
Durante la filmación, cuando los inuits notaban que el témpano se volvía inestable, daban un grito de alerta. A ritmo vertiginoso, un bote a motor fuera de cuadro los rescataba antes de que el témpano se desmoronara.
En el Amazonas, Nijensohn trabajó con los waimiri atroari, una tribu de Brasil que en los años setenta fue relocalizada compulsivamente tras una inundación planificada para crear una represa. En el territorio donde habían vivido, que quedó totalmente inundado por esa decisión, Nijenshon filmó con el agua hasta el cuello hasta que irrumpió un yacaré. También allí sumó botes salvavidas (Dead Forest, 2009).
En los glaciares patagónicos trabajó con un equipo de rescate de alta montaña, que indicó los sitios de hasta un metro cuadrado, rodeados por grietas y precipicios, donde el artista podía filmar. Luego, el equipo lo guiaba hasta tierra firme (El éxodo de los olvidados, 2011).
Acompañado por personas de la comunidad que conocen el clima y los indicadores de peligro, el artista capturó una tormenta eléctrica de infinitos fogonazos en las Salinas Grandes de Jujuy (primera parte de El ciclo de la intensidad, 2016). "El riesgo fue aceptable, cuando un rayo cayó cerca y sentimos el golpe en el aire, abortamos la filmación", recuerda Nijensohn.
Espera y arrebato
"Soy como un cazador. Hay que saber contener la respiración y esperar tu momento", dice Nijensohn. Al mismo tiempo, agrega, hay que dar lugar al "arrebato": tomar decisiones vitales en segundos. Eso ocurrió, por ejemplo, cuando decidió fotografiar a los inuits sobre témpanos a la deriva.
En Upernavik, un pueblito en el noroeste de Groenlandia, cuyo mar se descongela apenas unos tres meses al año, Nijensohn esperó tres semanas a que su contacto con la comunidad inuit lo buscara. Acordaron que lo haría cuando las condiciones climáticas fueran adecuadas para la expedición.
El artista pasó largos días sin noches (con insomnio por la luz constante), solo, sin conexión a Internet ni teléfono. Asombrado, de pronto encontró adentro de su casa a personas que no conocía. En el pueblo las puertas no tienen llave: es costumbre entrar, saludar y compartir un whisky, aunque el otro sea un perfecto desconocido. Nijensohn devino anfitrión de quien llegara.
Más allá de las palabras
"A veces -señala Nijensohn- me cruzo con personas a las que veo una sola vez en la vida para una foto, pero a partir de ese día siempre me acompañan y están presentes." En Upernavik, agrega, es tanta la soledad que a veces se crean lazos efímeros e intensos: aunque no se hable el mismo idioma hay necesidad imperiosa de compartir e interactuar.
En la calle, un hombre que no conocía lo invitó por medio de gestos a tomar un café en su casa. Se comunicaron sin palabras. Con señas le contó que su mujer y sus tres hijos, cuyas fotografías cubrían las paredes del living, habían muerto al darse vuelta el bote.
"Lloró desconsolado. Cuando se repuso, me contó que hacía poco tiempo había aparecido un oso polar. En un gesto heroico, tuvo que matarlo en defensa de la comunidad inuit -cuenta el artista-. Antes de que me fuera, sacó del cajón una pezuña de ese oso, con pelos y carne aún fresca, y me la regaló. La conservo en mi casa en Berlín. Cuando la veo, me conecto con ese hombre."
Ceremonias compartidas
"Para integrarme, siempre construyo algo con la comunidad, desde balsas hasta ladrillos de sal", dice Nijensohn, que vive y comparte ceremonias con los distintos grupos aborígenes con los que trabaja.
Para tomar imágenes de los paisajes lunares que integran El ciclo de la intensidad, la obra exhibida en el CCK, Nijensohn volvió al salar de Uyuni, donde había estado hace una década cuando capturó imágenes increíbles del desierto espejado (El naufragio de los hombres, 2008).
En esa oportunidad trabajó con mineros; ahora, con la familia Tordoya, descendiente de coyas. "Hace unas semanas, el día que terminó la filmación, nos fuimos caminando en silencio con Natali Tordoya -relata-. Hacía mucho frío, unos 15 grados bajo cero, era medianoche. De pronto, Natali se puso a llorar. Yo también. No sabíamos por qué. El trabajo juntos fue muy intenso para los dos. Generamos algo especial, que es innombrable."