Claves para entender la obra de Anish Kapoor
El artista indo-británico, que exhibe una muestra por primera vez en la Argentina, en el Parque de la Memoria, es uno de los más destacados referentes de la escena contemporánea
En 1954 hubo una inusitada invasión de ratas en Bombay. Para combatirlas, el gobierno aceptaba ejemplares muertos como pago de impuestos; de esta forma se logró solucionar el problema. Ese año, en esa ciudad, nacía Anish Kapoor, del vientre de una madre judía iraquí y un padre hindú.
Pocos años después se mudaba con su familia al norte de la India, a la ciudad de Dehra Dun, donde se conservan monumentos budistas. Más tarde viajó con su hermano a Israel, vivió en un kibutz entre 1971 y 1973, estudió arte en Londres y, en la década de 1980, integró el grupo de la Nueva Escultura Británica con Richard Deacon, Antony Gormley, Rachel Whiteread y otros talentos.
Aunque su actividad política es bien conocida, su obra no escapa a intereses metafísicos y espirituales, sin dogmatismos religiosos. El hinduismo, el judaísmo, el cristianismo y el budismo han aportado mucho a la producción de este artista de alto impacto internacional, que exhibe hasta el 27 de agosto tres obras en el Parque de la Memoria: Destierro, una acumulación de tierra pigmentada de rojo con un bulldozer azul; Ansiedad, instalación sonora con infrasonido, e Imagina azul, un montículo pigmentado sometido a una iluminación aleatoria que lo hace cambiar de color. A continuación, algunas claves para entender la producción de Kapoor.
El vacío
Ocupar el espacio con el vacío puede sonar paradojal para el pensamiento occidental. No en Oriente. El poema 11 del Tao Te King es iluminador: “Treinta radios se unen en el centro; gracias al agujero podemos usar la rueda. El barro se modela en forma de vasija; gracias al hueco puede usarse la copa. Se levantan muros en toda la tierra; gracias a las puertas se puede usar la casa. Así pues, la riqueza proviene de lo que existe, pero lo valioso proviene de lo que no existe”.
Para la Expo 92 de Sevilla, Kapoor construyó Edificio para un vacío, una torre de quince metros de alto a la que se accedía mediante una escalera en espiral. Adentro, el espectador “veía” en el piso un círculo que aparentaba ser la boca de un gran abismo, pintado con un negro aterciopelado. La misma idea rondaba en Descenso al limbo, 1992, presentada en la Documenta IX en Kassel; consistía en un cubo arquitectónico simple, en cuyo interior reaparecía ese círculo negro que atraía al curioso sin piedad.
Tal era la atracción que hubo que poner guardias para que los visitantes no se tentaran en hundir el pie en la nada. En el primer caso, la torre se inspiraba en el minarete de la gran mezquita de Samarra (848-852); en el segundo, el cubo remitía al lugar más sagrado de los musulmanes, la Kaaba, en La Meca.
El año pasado, Kapoor provocó polémica al comprar los derechos exclusivos para usar el pigmento más oscuro que existe: el Vantablack absorbe el 99,96% de la luz. Hasta 2014, cuando el artista comenzó a utilizarlo, se había usado para pintar aviones espía y equipos astronómicos. En 2011, el Grand Palais de París fue ocupado por Leviatán, una ciclópea estructura roja de tres núcleos esféricos totalmente huecos y transitables que permitía al público sentirse dentro del vientre del monstruo marino bíblico. Una vez más, la paradoja era construir una enorme estructura que ocupara el interior del Palais con un gran vacío rojo. Kapoor ha dicho que le interesa “lo que existe y no existe a la vez”. Llenar el espacio con vacío apunta a esta dualidad.
El origen
El útero materno debe estar vacío para que el feto se pueda desarrollar en él. Esto, en el horizonte del microcosmos. ¿Y qué sucede con el macrocosmos? ¿También debe existir un vacío primordial para que se genere el universo? El comienzo de la humanidad y del universo es un interés central para el artista indobritánico, que en 2015 instaló en el Palacio de Versalles la escultura Dirty Corner. La prensa la apodó “La vagina de la reina”.
Una década antes, en el Museo de Arte Contemporáneo Siglo XXI de Kanazawa, Japón, había presentado El origen del universo (2004), un plano inclinado con un gran vacío ovalado negro. La referencia a la obra homónima pintada por Gustav Courbet en 1866 es clara; si bien el francés escandalizó con la pilosidad de la entrepierna femenina, sus intenciones apuntaban al útero como origen del hombre. Entre las primeras obras de Kapoor está Adán (1988), un monolito con una gran oquedad rectangular pigmentada de negro. El título muestra el interés por el primer hombre –según el relato del Génesis–, aunque es un equívoco frecuente considerarlo así, en rigor es el primer andrógino; recién cuando apareció su binario opuesto, Eva, Adán fue hombre.
Kapoor también ensayó la idea del universo autocreado; “Svayambh” es palabra sánscrita que significa “autogenerado”, y a la vez el nombre de un gran bloque de 40 toneladas de cera colorada que corre lentamente por unos rieles que atraviesan las salas del museo. Un cañón de aire comprimido arroja bolas de cera en una esquina a intervalos irregulares, las bolas caen y se acumulan, creando una obra “autogenerada” por la máquina.
El reflejo
El acero reflejante fue utilizado por Kapoor en varias obras. La más espectacular es Portal de la nube (2004-2006), un “poroto” de 98 toneladas emplazado en el Millennium Park de Chicago. En el Museo Guggenheim de Bilbao, El gran árbol y el ojo (2009) se compone de setenta y tres esferas elevadas en tres ejes verticales de trece metros de alto.
Éstas son las esculturas más monumentales, pero también hay espejos de menor tamaño, emplazados en la ciudad, que reflejan el cielo, además de variaciones con el mismo material. Estadísticamente, es mayoritario el número de personas que se interesa por lo “reflejado”, sobre todo si es su propia imagen; es decir, la escultura “desaparece” como objeto, pues el espectador suele atender las deformaciones del entorno en la superficie pulida.
Una vez más, Kapoor trabaja la idea del objeto que existe y no existe a la vez. Está, pero sólo se ve lo que refleja; es decir, no se ve. La idea fue explotada en los templos budistas de Japón que se ubicaban frente a espejos de agua para mostrar lo impermanente. Todo lo que existe es susceptible de desaparecer, como cuando movemos el reflejo del agua. También en Occidente el espejo ha sido un recurso frecuente del Barroco como atributo de la vanidad, pues exalta la belleza carnal perecedera y recuerda la inconsistencia de las cosas; algunos artistas han pintado espejos que reflejaban calaveras en vez de rostros.
Las esferas ascendentes de El gran árbol y el ojo también evocan la idea de la pompa de jabón como símbolo de la vanitas. Una frase atribuida al poeta romano Marco Terencio Varrón decía: “Homo bulla est” (“El hombre es como una burbuja”) para señalar la fragilidad y la brevedad de la vida que en cualquier momento puede verse interrumpida.
PARÍS. Apodada por la prensa "La vagina de la reina", Dirty Corner (2015) desató polémica desde Versalles BUENOS AIRES. El artista viajó a la Argentina para inaugurar la muestra Destierro en el Parque de la Memoria.
CHICAGO. Cloud Gate, la escultura de acero instalada en el Millennium Park en Chicago, es un ícono de la ciudad