Claudio Tolcachir: “Siempre tengo la sensación de que se van a dar cuenta de que soy un farsante ”
Al verlo así, con bermudas, remera, zapatillas y el pelo algo revuelto, nadie diría que Claudio Tolcachir es uno de los directores de teatro más importantes de la última década. Parece un muchacho más del barrio de Boedo. Si bien cumplió 40 años, aparenta muchísimo menos. Pero en ese barrio no es uno más: ¿"Qué hacés, Claudito?", lo saludan una y otra vez mientras caminamos rumbo al kiosco para comprar cigarrillos, donde abrazará a su dueña cuando ella le informe que el trasplante de riñón de su hija va viento en popa. Justo al lado de ese comercio estaba el primitivo Timbre 4, un teatro que abrió en su propio hogar en plena crisis de 2001, en una casa chorizo que tenía cuatro PH y cuatro timbres.
El lugar, situado en un barrio periférico respecto del centro de la actividad teatral, se convirtió en eso que los periodistas llamamos "un fenómeno" cuando en 2005 Tolcachir estrenó La omisión de la familia Coleman, un espectáculo que explotó por su capacidad de convocatoria, se mantuvo en cartel hasta la actualidad, realizó interminables giras internacionales y fue seguido por otras producciones de su autoría y dirección, con similares trayectorias relevantes y que relegaron un poco al Tolcachir actor, más aún cuando también empezaron a solicitarlo para dirigir en el teatro comercial.
Timbre 4 es ya una marca, tanto que conservó ese nombre en la nueva sede de la calle México, en ele con la original, que ahora funciona como sala de ensayo. Al regresar del kiosco, con su aura de angelito pelirrojo e ingrávido, sus abrazos no cesan, envuelven a los alumnos que vienen a ensayar las muestras de fin de año, a un grupo en situación de calle que presenta sus espectáculos allí, a sus compañeros de cooperativa, el mejor modo posible, según él, de hacer teatro.
Y aun cuando dice ser tímido y miedoso, sin embargo esas flaquezas parecen ser vencidas por su empuje de changarín, que hasta le permite atender los jueves y los sábados el bar donde se desarrolla la conversación, en medio de un gentío y un barullo que irán creciendo minuto a minuto.
–En las entrevistas, los actores cuentan un mito de orígenes acerca de la vocación: "Yo era chiquito y ya hacía obritas para la familia". ¿Fue tu caso?
–Para nada la onda "siéntense a verme actuar". Yo era tímido y hasta me hicieron estudios para ver si era autista. No podía relacionarme con nadie, nunca indagué demasiado el porqué, nunca hice terapia. En el colegio mi cabeza estaba en cualquiera, mis compañeros ni se daban cuenta de que yo existía, a lo sumo por ser pelirrojo me decían "fosforito", "lamparita de telo", esas cosas… Era un bicho medio raro, un aparato total: jugaba para mí, escribía para mí, imaginaba historias para mí. Cuando lo vi a Patricio Contreras en Muerte accidental de un anarquista, tuve una sensación de fiebre, de envidia profunda, me di cuenta de que quería eso. Y me llevaron al Instituto de Teatro Lavardén. Ahí mi imaginación fue valorada; en cambio, en el colegio quedé libre todos los años…
–Aún te recuerdo, hace ya mucho tiempo, repartiendo volantes de tu espectáculo Chau, Misterix en la calle Corrientes. ¿El teatro te curó la timidez?
–Yo sigo siendo muy tímido, ni la homeopatía me curó [Se ríe.] Me sigue costando mucho la cosa social. Pero el teatro te arma un mundo propio y posible, y ahí me muevo mejor. Alejandra Boero siempre decía que los grandes objetivos de la vida (ser feliz, conseguir bienestar económico, armar una familia, lo que sea) llevan mucho tiempo y no siempre se consiguen. En cambio, el teatro es práctico: en octubre tenemos que estrenar esta obra, sale mejor, sale peor, viene el público o no viene, pero como sea se estrena en octubre. Realizar y realizarse en el teatro es más posible que lograr los grandes objetivos de la vida.
–Timbre 4 nació en plena crisis de 2001, en ese momento intentarlo sonaba a locura, ¿no?
–Siempre tuve mucho apoyo familiar. Fue saliendo con créditos hipotecarios, a mí no me daban un crédito ni a gancho, los saqué a nombre de mi hermano, de mi vieja, y sólo les pedía ayuda cuando no llegaba con las cuotas… Igual, nunca me angustié con la plata. De jovencito vivía con dos perros y dos gatos y me acuerdo de tener dos pesos para comer los cinco. Y comíamos.
–¿Tus padres que hacían?
–Mi papá, Isidoro Tolcachir, arreglaba televisores y con eso nos mantuvo… Soy un hijo de la tele, mi casa estaba llena de teles rotas. Cuando mis padres se separaron, él se puso muy mal. Creo que a la tristeza se la vence con actividad: estudiar, moverse, jugar…Lo anoté en cursos de fotografía y tango, pero nada. Hasta que lo anoté en teatro: volvió de la primera clase, alegre, emocionado, y hasta el día de hoy sigue haciendo teatro; lo último que hizo fue en la sala de Agustín Alezzo. Bueno, ése es mi papá… [lo dice con enorme orgullo].
–¿Y tu mamá?
–Es médica, especialista en fertilidad, muy grosa, una cabeza científica muy humana y brillante. Siempre me estimularon los dos. Y eso que no tenían un peso. ¿Cómo hicieron un técnico de televisores y una investigadora del Conicet para que yo hiciese teatro, uno de mis hermanos música y el otro estudiase administración? Apelando a esa frase. Y lo lograron. Cuando sacamos las hipotecas no tenía trabajo. El día de la firma me avisaron que había ganado el casting para actuar con Norma Aleandro en El juego del bebé, en un personaje que salía en bolas, como yo estaba en la vida [Risas.]. Y con eso pagué cuotas. Pasa algo muy hermoso con Timbre 4: mucho público que viene ahora nos dice: "Yo fui de los primeros en venir acá", y qué sé yo si siempre es verdad, pero es muy lindo que quieran formar parte de nuestra historia.
–La primera sala, la original, era rara para esa época, cuando todavía no se hacía tanto teatro en casas, como ocurrió después.
–Sí, era como una galería vidriada, ancha, no te podías ir sin pasar por el espacio donde se actuaba. La actriz Silvina Bosco estaba embarazada, vino a vernos y rompió bolsa en plena función, pero se la bancó hasta el final y se fue a parir.
–Tampoco habrá sido fácil vencer al vecino del PH contiguo, que les hizo de todo.
–Nos denunciaba por prostíbulo y venta de drogas. Un día cayó la policía a ver Jamón del diablo, nuestro primer espectáculo, un cabaret. Los canas, de civil, preguntaron por el dueño. Justo esa función yo estaba haciendo el reemplazo de una travesti y bajé a atenderlos con una boa y un vestido rojo, divina. Los tipos, pasmados, se quedaron a ver la función y se mataron de risa. Un delirio.
–Y cuando ganaste visibilidad y te empezaron a llamar del teatro comercial para dirigir, ¿qué te pasó? Hasta ahí eras, sobre todo, actor.
–Yo no busqué ser director, no lo busqué como quien se plantea ser un astronauta de la NASA. Que me convocaran fue un efecto de …Coleman. Soy muy miedoso, eso tampoco lo pude resolver con homeopatía [Risas.]Siempre tengo la sensación de que se van a dar cuenta de que soy un farsante. Cuando me llaman para dirigir, no me da alegría ni excitación: me da miedo.
–Supongo lo que habrá sido el primer ensayo de Agosto. En esa obra dirigiste nada menos que a Norma Aleandro y Mercedes Morán.
–Casi no me acuerdo del primer ensayo, sí que me fui caminando aterrado desde acá hasta Colegiales, donde ensayábamos. Angustia lo previo; después, en el trabajo vas resolviendo. Nunca tuve que hacer con ellas una demostración de autoridad. Norma y Mercedes me decían: "A ver, ¿ te parece? ¿Me pongo acá? Vos decime". Nunca tuvieron la actitud soberbia de decirme: "A ver, vos…". Y, además, fue Norma quien pidió que yo fuera el director. Me la hicieron muy fácil.
–Con ...Coleman y otras obras hiciste giras, muchas de ellas por el mundo. De algún modo, has sido testigo privilegiado de este principio de siglo. ¿Qué observaste?
–Todas las transiciones. Llegamos a España en 2007, burbuja total, y fuimos viendo, en visitas sucesivas, cómo se iba cayendo, todo el avance de la crisis europea. Y también comparábamos con nuestro país, cosas que aquí empezaban a funcionar y que allá dejaban de funcionar. Pude haberme quedado a trabajar en Francia o en España, pero nunca se me ocurrió vivir en otro lugar que no fuera aquí. Me moriría de tristeza. Yo pude armarme acá un mundito, no sólo para mí sino para abrirle la puerta a otros. Y fue desde este mundito que pude proyectarme hacia el mundo.
–¿Adónde fuiste con la primera gira internacional?
–A Nueva York, una alegría. Yo no conocía nada, salvo el sur de Chile, como mochilero. No era sólo ir a Nueva York, sino ir con mis amigos, con una obra que habíamos creado acá; algunos no habían viajado nunca en avión, me parecía un buen chiste de la vida, muertos de risa. Nunca perdí la sensación de que todo era y es un milagro, y eso que hace diez años que hacemos giras, algunas muy extensas. Tengo compañeras que hablaban con sus hijos por Skype y, de repente, se daban cuenta, al verlos en pantalla, que les habían salido bigotes…
–¿Te gustaría ser padre? ¿Estás en pareja?
–Sí me gustaría y sí estoy en pareja. [Se le llenan los ojos de lágrimas.] Me sorprende tu pregunta, porque justo en este momento con mi compañero estamos viendo la idea de ser padres. Desde los 17 años estoy con la idea de ser papá y es un tema que aparece mucho en mis obras. En todos estos años de Timbre 4, muchos de quienes trabajan aquí fueron padres. Es una experiencia maravillosa que no me quiero perder. Nuestra sociedad se abrió mucho en ese sentido, y lo celebro.
Bio
Profesión: Actor, dramaturgo y director teatral
Edad: 40 años
Formado con Alejandra Boero y Juan Carlos Gené, en 2001 fundó Timbre 4. Entre sus creaciones están La omisión de la familia Coleman, Tercer cuerpo y Emilia. En enero tendrá en cartelera La omisión…, Dínamo, Tribus y La chica del adiós. Y volverá a la actuación en Nerium Park, de Josep Miró.