Claudia Fontes, una costurera épica del arte
Elegida para representar al país en la próxima edición de la Bienal de Venecia, la artista argentina radicada en Gran Bretaña creó una de las esculturas públicas más populares de Buenos Aires: emplazada sobre el Río de la Plata, evoca a un adolescente desaparecido
Hace unos días, Claudia Fontes fue noticia. No sólo porque representará al país en la Bienal de Venecia, el año próximo, sino también porque es la primera en ser elegida por un comité de selección. Su nombre es relativamente desconocido por fuera de los cenáculos artísticos. Sin embargo el caso Fontes, como los mejores casos, está atravesado por paradojas.
No la conocemos mucho pero sabemos que una de sus obras, emplazada en aguas del Río de la Plata, donde empieza o termina la ciudad de Buenos Aires, es una de las piezas de arte público más vistas por aquellos que no necesariamente se acercan al Parque de la Memoria para ver las muestras de su espacio de arte u honrar la memoria de los desaparecidos. Los fines de semana llegan las selfies con el suave oleaje marrón de fondo o, simplemente, el modo contemplativo tan difícil de obtener en una ciudad cerrada sobre sí misma. Y llega también la sorpresa de ver flotando sobre las aguas una figura humana pulida que da la espalda a la ciudad. Hablamos del retrato posiblemente más mirado de Buenos Aires: uno que no se termina de ver.
Es Reconstrucción del retrato de Pablo Míguez, obra que el observador solo vería de frente, completa, si llegara navegando a la costa del Parque de la Memoria. Si llegara, por ejemplo, cruzando el Atlántico de norte a sur desde Brighton, la ciudad inglesa gayfriendly y anti-Brexit donde vive Fontes desde hace casi quince años.
La historia por detrás del retrato de Pablo Míguez es un poco la de Fontes. En parte porque ella tenía casi la misma edad (15) que el adolescente cuando fue secuestrado en Avellaneda para terminar en esas sucursales argentinas del infierno: El Vesubio, la ESMA. Pero también porque la búsqueda y las dificultades a las que se enfrentó Fontes para realizar su escultura espejaron (fuera de la dimensión trágica) aquéllas de los familiares al intentar restituir el cuerpo. Al fin, porque revela en Fontes una costura épica del arte.
Antes de darle forma a este retrato, acaso la mejor obra relacionada con la memoria de los desaparecidos que se haya hecho, Fontes eligió en la comunidad virtual de artistas Bola de Nieve a Colectiva como su obra más representativa. La elección es un señalamiento. Fontes, que había contribuido a fundar el proyecto Trama, fue invitada por la galerista Luisa Pedrouzo a realizar una muestra. Pero a ella no le interesaba exhibir en un espacio comercial; por lo menos en 2002, cuando el país era prácticamente una ruina. Sin embargo, la artista tomó el pedido y contraofertó una “muestra” que involucraba la galería con una comunidad de cartoneros de José C. Paz y la escuela pública Dante Alighieri. Fontes les propuso a 25 coleccionistas de Buenos Aires subsidiar su acción, que incluía la realización de un taller de arte, una fiesta de cumpleaños ficticia y la posterior exhibición de los objetos de esa fiesta. Sólo cinco de ellos se unieron al proyecto. Las familias que participaron de la fiesta decidieron el precio de las “obras” y, con una parte de lo recaudado en la galería, se financió una biblioteca pública en el colegio.
Con su acción, Fontes provocó un movimiento tectónico en el que las capas (¿eso no era, sigue siendo, grieta?) más separadas de la sociedad se unieron en un crepuscular canto de cisne. Así, en la última muestra de Luisa Pedrouzo, las manualidades de un barrio entre humilde y muy pobre alcanzaban el espacio legitimado del arte en el exacto momento en que la galería decidía bajar la cortina.
¿Se puede pensar en Fontes, entonces, como una artista política? Mejor que clasificarla en ese rubro que cotiza en alza en bienales y trienales (artistas que presentan comentarios “inquietantes” a los problemas globales) sería considerar su aporte a una constelación de obras que hicieron del tejido social argentino su soporte con La familia obrera (de Oscar Bony, 1968) como leading case. Y a nadie se le ocurriría reducir a Bony a la categoría de “artista político”. ¿O sí? Digamos mejor que su praxis se inscribe en una tradición de artistas con cultura política.
Fontes se considera una hija de los años 90 en el arte argentino. Esto quiere decir que está atravesada por el legendario “metro cuadrado” de Marcelo Pombo; que participa y discute aquella idea de que nada hay más importante para un artista que el espacio inmediato, el metro cuadrado que lo rodea. De hecho, su obra más vista se termina de definir por el contexto. Según cómo pegan los rayos de sol sobre el volumen espejado, su retrato de Pablo Míguez cambia de apariencia.
En la página web de Fontes hay fotos que documentan este joint venture entre arte y naturaleza, que es también una marca de artista. Unas aves negras rodean y se posan sobre la escultura que, bíblica, parece caminar sobre las aguas. Pájaros aristotélicos a los que el arte se les antoja demasiado real, vivo. En el preciso lugar de los infames vuelos de la muerte. Otra paradoja.
Para encontrarse con el retrato de Pablo Míguez, Fontes tuvo que recurrir a su padre biológico (su madre también desapareció, junto con su pareja), que conservaba apenas una imagen del hijo: la foto de la cédula de identidad. Los esbirros parapoliciales resultaron además fervorosos iconoclastas: además de robar los cuerpos, destruían sus imágenes. También las de Pablo Míguez y su madre.
Se verá que la creación de la obra es tan rica e intensa como la experiencia de estar frente al río viendo (e imaginando) la escultura. En épocas remotas en términos tecnológicos (2001), la artista lanzó una consulta múltiple a universidades de todo el mundo: ¿era posible reconstruir el perfil de Pablo Míguez a partir de esa imagen burocrática? ¿Habría un software que pudiera hacerlo? Preguntó a matemáticos, técnicos forenses, ingenieros en computación, diseñadores informáticos. Siguió preguntando hasta que Radim Šára, del Departamento de Cibernética de la Universidad Tecnólogica de Praga, se hizo eco. Había, sí, una posibilidad. Pero no con la resolución de esa foto. Fontes lanzó una botella al mar y volvió con un mensaje de Cecilia, hermanastra de Pablo. Entre cajas y cajas había aparecido una Polaroid. Se veía a Pablo Míguez en Tigre, rodeado de agua. Con esa imagen, la artista volvió al científico checo. Y éste, mediante un complejo cálculo solar, le descubrió el perfil a su obra. En ese momento, Fontes supo que aquello del metro cuadrado era menos banal de lo que se creía. Los materiales de su escultura serían el acero inoxidable y la reflexión de los rayos del sol sobre el Río de la Plata.
Los años pasados en Brighton con su pareja inglesa y su hijo no le arrancaron a Fontes su carnet de identidad: una chica del oeste. Vecina de Haedo, criada entre las medianeras bajas del conurbano y las extensiones ilimitadas del sur argentino, Fontes se mueve cómoda en la frontera entre arte, historia y naturaleza.
Señuelo para cóndor andino es el nombre de un proyecto que presentó en 2011 en el Regent’s Park a pedido de Frieze. Se trata de un ciervo de espuma de poliuretano atado a la copa de un árbol, convertido en carnada para una supuesta invasión de cóndores andinos a Inglaterra. Fontes pensó la obra a partir de un malentendido. La idea que muchos ingleses tuvieron en 1982 de que las “Falklands” que la Argentina había invadido eran las islas homónimas al norte de Escocia le dio el pie para imaginar un absurdo desembarco de rapaces. Se la puede escuchar hablar de esta “invasión simbólica” en un slide show que preparó The Guardian. La voz de Fontes es juvenil y frágil, un eco de las criaturas de porcelana que realiza en el estudio que tiene en el enorme edificio del Phoenix Arts, una asociación de más de cien artistas, muchos extranjeros como ella. Muchos foreigners, que también es el nombre de la serie en la que trabajaba antes del anuncio de su participación en la bienal.
Fontes dice que construye esculturas del tamaño de su mano para remediar un mal contemporáneo: la preeminencia de la dimensión visual sobre la táctil. Y que en esa hegemonía de lo visual radican muchos de los problemas del mundo tal cual lo conocemos.
Esta semana, después de pasar unos días en Salta trabajando junto a la comunidad wichí, Claudia Fontes volvió al Parque de la Memoria para realizar una performance llamada 500 (el número de chicos apropiados y desaparecidos durante la dictadura). Nuestra artista convocó a 500 estudiantes de 14 años (la edad que tenía Pablo Míguez), que en un “coro de movimiento” imitaron el dibujo aéreo del estornino conocido como “murmullo”. Desde el cielo, un dron dejó registro de la acción.
Para Venecia, Fontes se concentró en los datos históricos que le revelaba la arquitectura del pabellón argentino. Un edificio del quatroccento que formaba parte del arsenal donde la potencia mercante fabricaba sus barcos de guerra. La posibilidad de que algunos de esos barcos hayan sido utilizados en las expediciones hacia el Nuevo Mundo le dio a Fontes la pista para pensar El problema del caballo. El envío argentino será un caballo de cinco metros de altura que convertirá el arsenal en establo para presentar una metáfora de la disfuncional conquista de América.
“El caballo suele asociarse con la virilidad del héroe. Pero acá se presentará atrapado en la sala, en una condición vulnerable. Me puse en el lugar del que no eligió estar en la conquista”, dijo la semana pasada, cuando tocó hacer público el secreto de Venecia en el Palacio San Martín. Así, en un golpe de arte contemporáneo, nuestra enviada devolverá a la vida salvaje a tanto caballo atrapado en el bronce de la monumentalidad hispanoamericana. Que corran, pues.
Biografía
Claudia Fontes nació en Buenos Aires en 1964. Formada en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y en la Universidad de Buenos Aires. Participó de la beca Taller de Barracas, realizó estudios de posgrado en Holanda e impulsó el proyecto Trama. Desde 2002 vive en Brighton, Inglaterra.