Clase virtual en la UBA: el futuro posible
El seminario "Estrategia País: Argentina, ¿polo de innovación científico-tecnológico global?" debía comenzar el miércoles a las 7 de la mañana, en la facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Al suspenderse las clases, pensé que se postergaría. No fue así. El jefe de cátedra nos convocó a los docentes y nos dijo: "Hay que empezar o empezar". Explicó que los alumnos inscriptos cursaban el último año de la carrera de administración de empresas y esta materia era un requisito para recibirse. "No pueden atrasarse", agregó. Ni el titular de cátedra, ni las ayudantes, habían dictado jamás un curso online. Silvia Naishtat y yo, noveles profesoras, mucho menos. Doce horas antes de comenzar la primera clase virtual solo habían localizado a dos alumnos. Sugerí demorar el inicio una semana hasta ubicar al resto. Pero los docentes de la UBA, sumamente entusiasmados a pesar de los contratiempos, insistieron en avanzar.
Pese a la cuarentena, o mejor dicho, gracias ella, la clase inaugural fue mucho más innovadora, comprometida y tecnológica de lo previsto. En 24 horas todo el equipo docente y los alumnos que asistieron (la mitad de los inscriptos) tuvimos que aggiornarnos en el uso de herramientas virtuales para exponer e interactuar en forma remota. Utilizamos programas gratuitos que se bajan de internet. Esta misma dinámica está ocurriendo en otras actividades. Yo tuve mi primera sesión de terapia usando el video de whatsapp. Mi analista y yo (todavía reponiéndonos del bajón de ser considerados "adultos mayores y población vulnerable"), descubrimos que podemos conversar de manera personal y cercana por internet, como hacen los jóvenes. Una docente contó que había hecho su clase de inglés por skype y que le resultó mejor porque pudo revisar la tarea con el profesor compartiendo la pantalla online. En las redacciones de los diarios como La Nacion, los editores tuvieron que acostumbrarse a una velocidad inusitada a interactuar con redactores que trabajan desde la casa. Lo más desafiante resultó mantener los tiempos de cierre sin la adrenalina y la presión que habitualmente genera el estar en grupo.
La pandemia está acelerando en muchos ámbitos de nuestra sociedad la incorporación del teletrabajo y las videoconferencias, herramientas que hasta ahora solo utilizaban quienes trabajan en organizaciones globales o muy tecnológicas. Muchos argentinos nos estamos modernizando a la fuerza, ayudándonos los unos a los otros. Es una muestra de solidaridad en clave tecnológica.
En medio de esta tormenta viral a escala planetaria, la pequeña experiencia virtual en la UBA me dejó algunas lecciones valiosas. En la mayor casa de estudios del país, y en un ámbito público y gratuito que tiene como misión hacer realidad la igualdad de oportunidades, constaté el compromiso de docentes que de día trabajan largas jornadas en empresas privadas y a las 7 de la mañana y 9 de la noche están listos para dar clases por pura vocación de servicio.
Palpé el entusiasmo de los alumnos al ver que sus profesores habían organizado la clase online a pesar de las dificultades. "Que la UBA pueda conectarse y probar una nueva modalidad me parece un muy buen comienzo", dijo un muchacho entusiasmado. "Por suerte me levanté temprano y puedo aprovechar la cuarentena", exclamó otro. Un joven contó que había estado en Israel durante el verano y lo había impresionado cómo se incentiva allá la creatividad y la creación de empresas. Por eso se anotó en el curso. A esa hora, la única alumna mujer del grupo ya estaba en la oficina. Por la pantalla agradeció que comenzara el seminario porque este cuatrimestre espera recibirse. El último en llegar fue un alumno que había leído varios de los libros que recomendamos como bibliografía. Ya estaba preparado para las primeras lecturas que asignamos.
Como introducción al tema, el jefe de cátedra explicó que "definir una estrategia de país significa hacer una apuesta, elegir qué vamos a hacer y qué no vamos a hacer". Y agregó: "Una estrategia implica tener una visión, un sueño al que queremos llegar y un camino a recorrer. Es la primera vez que se dicta esta materia en esta facultad".
En una Argentina que se niega a soñar y planificar un futuro diferente, habituada a vivir en la urgencia y el cortísimo plazo, nuestra pequeña clase virtual me pareció un hermosa semilla de lo que queremos sembrar. La idea de que siempre, hasta en las situaciones más difíciles y complicadas, es necesario detenerse, levantar la mirada e imaginar adónde queremos llegar. Como señalan gurúes y neurocientíficos, los humanos creamos la realidad con nuestra mente, con nuestras ideas e imaginación.
Es lo que comprendieron muchos países, que estudiaremos en clase, que pasaron del tercer al primer mundo en pocas décadas. Para ello dejaron atrás guerras como Corea del Sur e Irlanda; barreras ideológicas como China; distancias geográficas como Islandia; o murallas políticas como Estonia. No sabemos cómo y cuando acabará esta pandemia.
Seguramente el mundo no será igual cuando termine. Lo que sí podemos asegurar es que cuando pase esta tempestad, la Argentina tendrá que preguntarse: ¿dónde queremos estar como nación en 20 o 30 años? ¿Cómo vamos a generar la riqueza necesaria para sacar a millones de argentinos de la pobreza y volver a soñar con ser una sociedad integrada, educada y próspera? Redistribuyendo lo que hay no va a alcanzar. Podemos comenzar a reflexionar hoy sobre una estrategia país que por fin nos saque de una decadencia que lleva décadas y es responsabilidad de todos. Liberales y peronistas, militares y civiles, de izquierda y derecha.
Hoy más que nunca, en esta Cuarta Revolución Industrial que atraviesa la humanidad, el desarrollo económico y social se basa en la educación de calidad y la capacidad de transformar los hallazgos de la ciencia en productos y servicios para el mercado global. Este paradigma del conocimiento no es un camino estrecho para una elite, como sostienen algunos. Es una gran vía que necesariamente debe atravesar a todos los sectores sociales y productivos de la Argentina. Involucra tanto a la industria como al campo, a la producción de bienes y de servicios, al mercado interno y al mercado externo, a los científicos y a los emprendedores. Este sueño no está construido sobre antinomias y exclusiones. Es una visión integradora que busca sumar y no restar, multiplicar y no dividir. Sus dos pilares son la ciencia de calidad, que tenemos; y los emprendedores tecnológicos con ambición global, que también tenemos.
Aprendamos de esta pandemia. No es momento para enfrentamientos retrógrados. Necesitamos a los políticos, los científicos, los CEOs y los trabajadores, codo a codo, trabajando juntos. Soñando y construyendo juntos ese horizonte que alguna vez llamábamos progreso y hoy significa bienestar. Estar bien juntos.
Periodista y coautora de Argentina Innovadora