Clarín, las Molotov y los ecos del pasado
Hay una triste historia que, tal vez por casualidad, conecta los hechos de esta semana con oscuros episodios de la década del setenta
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Si bien Raúl Lastiri fue un presidente breve, es injusto haberlo olvidado. Hay quienes lo recuerdan solo por su opulencia, por las trescientas corbatas de seda, por parecer la quintaesencia del más inoportuno nuevo rico. Recostado en su departamento de la Avenida del Libertador junto a su esposa, Norma López Rega, sobre una cama de pretensiones imperiales y dudoso gusto, Lastiri desplegó ante la revista Gente su importante vestuario personal, probablemente más robusto que sus ideas. En una Argentina desbordada, violenta, empobrecida, que se caía a pedazos, explicó que él se cambiaba tres veces por día. Pero esa fastuosidad la exhibió como ex presidente ya en vísperas del golpe de Estado de 1976.
Su presidencia, entre julio y octubre de 1973, debería ser recordada, en primer lugar, porque en esa época, cuando los Montoneros asesinaron a José Rucci horas después del triunfo de la fórmula Perón-Perón, fue creada en el Estado la Triple A. Organización terrorista con sede en el Ministerio de Bienestar Social que estaba a cargo de José López Rega, el suegro y mentor del presidente. Su primer atentado, contra el senador radical Hipólito Solari Yrigoyen, fue en noviembre, pero la decisión de crearla está relacionada con el efecto que produjo en Perón el crimen de Rucci.
Cancelado el experimento de Cámpora, el ERP y los Montoneros se lanzaron sin piedad a combatir al gobierno peronista. El clima político era tremendo. Perón convocaba a sumarse a la lucha contra el marxismo “por todos los medios que se consideren eficientes”. Una “Orden Reservada” del 1° de octubre de 1973 del Consejo Superior Peronista, aprobada en una reunión que convocó Lastiri y a la que asistió Perón como presidente electo, hablaba de “estado de guerra”, el mismo argumento que usarían los defensores de los militares en el Juicio a las Juntas para relativizar la represión ilegal. Decía el PJ en el inciso d del punto 5, consagrado a la unidad: “No se admitirá comentario, estribillo, publicación o cualquier otro medio de difusión que afecte a cualquiera de nuestros dirigentes”.
El peronismo, hoy tan celoso del indigno espionaje que le atribuye a sus rivales políticos, tal vez olvidó el punto 6, “Inteligencia”, de aquel documento partidario reservado. “En todos los distritos se organizará un sistema de inteligencia al servicio de esta lucha (se refiere al combate con el marxismo infiltrado en el peronismo), el que estará vinculado con el organismo central que se creará”.
En esa “Argentina Potencia” en vías de empeoramiento, el 11 de septiembre de 1973, mientras en Chile el general Pinochet derrocaba a Salvador Allende, la sede del diario Clarín, ubicada en el mismo lugar donde está hoy, era atacada con bombas incendiarias y ráfagas de ametralladora. Pero no solo ocurría eso. Lo informaría la tapa del diario del día siguiente. El título principal decía: “se mató Allende”. Y la mitad inferior tenía por protagonista al propio diario. “Atentado contra Clarín”, informaba por un lado, con sendas fotos que mostraban el efecto de las Molotov. Más abajo: “El ERP 22 liberó a Sofovich; a cambio de la vida del apoderado general de Clarín se exigió la publicación de tres solicitadas”.
Clarín, que aún no era un grupo, había sido víctima de dos hechos simultáneos. Por un lado el ERP 22 de agosto, escisión de la guerrilla que conducía Mario Santucho, había secuestrado un par de días antes al abogado Bernardo Sofovich. Una de las tres solicitadas publicadas a cambio de su liberación, cuyo texto el diario fue obligado a poner en tapa, simplemente apoyaba la candidatura presidencial de Perón para las elecciones del 23 de septiembre y dejaba sentado que el ERP 22 se oponía a Isabel Perón, la compañera de fórmula. Otra, en las páginas interiores, homenajeaba a “Los héroes de Trelew”. La tercera se burlaba del presidente y lo trataba de mediocre. Su título: “Al señor yerno Lastiri”.
El segundo hecho, el atentado incendiario, se produjo justo en el momento en que Sofovich daba una conferencia de prensa para revelar detalles de su secuestro y liberación. Es que el atentado, que se valió de Molotov y de ametralladoras que causaron heridos, no solo tuvo autores diferentes. Su intención fue la contraria de la de los secuestradores. Iba contra un Clarín que hablaba mal de Isabel Perón, que había tenido que ceder a la extorsión de los marxistas aggiornados de las solicitadas. Se supone que el pelotón de enojados con la decisión del diario para que el apoderado no fuera ejecutado estaba compuesto por unos cuarenta guardaespaldas y matones de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), en la época el gremio troncal del movimiento peronista. De los secuestradores de Sofovich después se supo todo. De los atacantes de la UOM, nada.
El atentado que sufrió el mismo diario en el mismo lugar el lunes por la noche de alguna manera evoca aquel doble antecedente y también las hostilidades de variada índole organizadas durante años contra Clarín por el kirchnerismo. Que las Molotov de ahora no hayan estado sazonadas con tableteos de ametralladoras desde luego que es una ventaja. Se corresponde con una democracia relativamente pacífica, muy distinta de la que había en los setenta (que ni siquiera solía ser nombrada así porque la cultura revolucionaria de entonces consideraba que la democracia solo podía ser burguesa y eso resultaba abominable).
Habrá quienes midan el ataque del lunes por los daños infligidos, las víctimas causadas, y lo consideren de poca monta, pero seguramente los que estudiaron las espirales de violencia no estarán en ese grupo. En las primeras horas posteriores al hecho se comentó en forma profusa el contexto contemporáneo, sobre todo la renovación de la prensa crítica como culpable multiuso en tiempos en los que los éxitos –impostaciones aparte- no abundan. Pero hay también un contexto histórico mediato que ayuda a entender el fenómeno de las incubaciones.
Hecho político al fin, por el momento hablaron las reacciones, que siempre permiten entrever qué plafond tendría la violencia si sus devotos quisieran renovarla. Igual que su ministro de Seguridad, Alberto Fernández se pronunció de manera clara. Sin la verónica de Télam. La agencia oficial no informó que Clarín había sido atacado sino que Clarín “denunció” haber sido atacado.
Si es por bajarle el precio al episodio nadie más a tiro que La Cámpora, que desgranó su condena en una serie de cuatro tuits luego retitueados por la vicepresidenta Cristina Kirchner, quien se ve que no andaba con tiempo para escribir sus propias líneas. La Cámpora “repudia y condena firmemente el ataque”, lo cual es loable, pero eso sucede en el primer tuit. Los siguientes son para hablar de La Cámpora como víctima de otros ataques, que además no fueron contra medios de comunicación sino contra sedes partidarias. El metamensaje es obvio: un medio de comunicación no importa más que una unidad básica. La libertad de prensa no viene al caso. Una condena oblicua, descafeinada.
¿Quién fue esta vez? Tienta también preguntarse cuánto saben de la historia quienes el lunes arrojaron bombas incendiarias contra Clarín. Pero la respuesta sería inquietante en cualquiera de los dos casos. Si conocen los antecedentes, porque entonces saben bien lo que hacen, y si ignoran la historia, porque no tienen idea del fuego que están manipulando. Solo se puede exigir que el límite que se les ponga sea rotundo y aleccionador.